Sáb 01.09.2012
rosario

CONTRATAPA

Sueño sobre sueño

› Por Miriam Cairo

Todo comenzó justo en el momento en el que se abría la ancha envergadura del tiempo, cuando la luna se animaba a nacer y morir entre dos sueños. Hubiera podido ser cualquier distancia, unos milímetros, por ejemplo, para no estar tan lejos, para que la luna no tuviera que estar terminando y recomenzando cada vez como si la noche nunca cesara.

Aquella vez soplaba un viento tremendo entre los dos sueños. Era una cosa confusa el viento. Los escuadrones de alucinados avanzaban triunfalmente a un lado y a otro, contaminándolo todo con un furor perpetuo. Uno allá, otro acá. Uno acá, otro allá. Todo comenzó a unos milímetros del silencio.

Pues bien, uno de los sueños andaba por todas partes: en la calle, en el automóvil, en el tren, en la oficina, en la escuela, en la fábrica, en el fondo de los órganos y del alma. Fue casi lo mismo. El otro sueño subió a un atestado autobús de una ciudad igual pero distinta a última hora de la tarde y rozó accidentalmente el hombro de alguien que lanzó un suspiro. Después, uno de los sueños llegó a su casa. Deambuló como una sombra por las habitaciones, madurando una idea. Sólo le crecían los ojos. El otro sueño también llegó a su casa, y al mismo tiempo, no a la misma hora pero al mismo tiempo, el otro sueño jugó despreocupado, así. Uno aquí, el otro allá. Uno allá, el otro aquí.

Primero, la imagen de la noche entera cabía en una cabeza de alfiler. Luego, la cabeza del alfiler cupo en la noche entera. Sé que es extraño pero es verdad. Puedo jurarlo. Como es extraño todo el resto del mundo. Vistos desde afuera, estos sueños eran fantasmas envueltos en una niebla de fábulas. Vistos desde adentro eran dos valvas cítricas, regadas por el rocío fresco de la tarde. Vistos a trasluz eran dos haciendo de las tormentas su morada.

La desnudez se iba haciendo limpia de referencias. El espacio cabía en una pecera llena de pájaros amotinados contra el tiempo. Todo comenzó fuera de la pecera, en Nueva York. En un hotel no, en una casa. No. Todo comenzó en el aeropuerto, en las horas de espera, como aquella novela de Juan Martini. Un sueño iba por los aires, atravesando mares, empujando nubes altísimas. Esto era cosa de los sueños, no de la novela de Martini. El otro sueño viajaba dentro del artefacto de hierro, hormigón y cristal. Un sueño tenía pasaje, el otro no. El sueño con pasaje perdió por completo las coordenadas de la realidad con la cara pegada a la ventanilla viendo al otro sueño atravesar una por una todas las nubes. Ambos sueños, el del avión y el del aire, entraron en el aeropuerto por el lado sudoeste, "cosa inusual" dijo el sueño con pasaje.

En Nueva York eran las diez de la mañana cuando todo comenzó después de los primeros comienzos. El sueño de los aires estuvo con los poemas de Carver y con los diarios de Cheever durante todo el vuelo, hasta que, ya en tierra, el sueño del avión dijo: "Esto es Brooklyn, esta zona se llama Williamsburg. Luego pasearemos por las librerías, beberemos café". No llovía. El sueño del aire entró y salió por el hueco de un anillo de luz difuminado en la memoria.

Después todo se fue encadenando. A un comienzo le sobrevino otro comienzo. Nueva York se inmovilizaba sobre los escalones de una escalera progresiva de ensueños mientras un sueño llevaba a otro sueño a recorrer los pequeños bares llenos de periodistas, escritores, músicos, estudiantes. Una flor encendida navegaba sola por las calles y les hizo un gesto con su mano de flor, un saludo semejante a un presagio.

Todo comenzó después de uno y otro y otro comienzo. Era una forma natural para los sueños comenzar. Esta y otras cuestiones se explican por su condición delgada, inadvertible, o por amor al silencio, o por amor al lenguaje, o por amor, o no se explican porque no pueden explicarse.

Las palabras siempre han sido silenciosas. Sobre todo a la hora de explicar los sueños. Quien elija los soñadores en detrimento de los soñados, a los soñados en detrimento de los soñadores, cae en la verborragia de la verdad y de la mentira, de lo posible y de lo imposible. Cae en la verborragia.

Ajenos a todo esto, los sueños siguieron paseando por Nueva York y llegaron a Brooklyn. El sueño que apoyaba los pies en el suelo llevaba al otro sueño enredado en el cuello como bufanda. Garuaba y no encontraron un lugar disponible donde comer. Decidieron ir caminando hasta Union Square a tomar el tren para volver a casa. Bajo la lluvia, los sueños se iban humedeciendo con alegría. Reían por el camino de tanto en tanto. El hecho era que un sueño contaba historias, relacionaba mundos, demostraba que la razón estaba de su parte, de parte de los sueños.

Todo en voz baja. Todo con paso breve y aliento corto. Sueños cayendo sobre la ciudad primero, luego sobre las sombras. Sueños que se extrañaban, se recobraban, calmaban sus lenguas, se cruzaban de vereda, se entrecruzaban, ascendían con pasos breves, pegados a un cráter de las nubes.

Si alguien, que todavía no es sueño, quiere llegar a serlo, debe saber que los sueños pegados al cráter de las nubes hacen lo siguiente:

1) Vaciar la luz del propio cuerpo arrancado a la unidad sonora de una canción.

2) Descalzarse, meterse en la boca del sueño (cada sueño en la boca de otro sueño).

3) Salir de su boca, palpar el astro de vuelo en vuelo.

4) Hacerse.

5) Deshacerse.

6) Volver a comenzar.

Todo completamente azul. Sonata azul, astro azul, cabellos azules

poema azul. Palabras dichas en inglés como si fueran palabras dichas en otro idioma. En el idioma del amor o del deseo. En Nueva York brillaba la ausencia de la luna con un plateado tan intenso que encandilaba. Se podía decir que desde un comienzo ningún sueño había visto un sueño igual. Ningún caballo había visto jinetes iguales.

Podría decirse que de todos los rayos de luz el más luminoso era el que se había escondido tras su propio brillo. Podría decirse que dentro y fuera de las nubes los sueños volvían a soñarse sin siquiera saber que se soñaban. Lo cual es cierto.

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