Mié 12.09.2012
rosario

CONTRATAPA

Rabia al silencio

› Por Víctor Maini

"Quiero gritar bien fuerte y que entiendan/ Que mi sangre está muy bien dentro de mi cuerpo/ Ojos que tienen miedo y hay continentes en silencio./ Vieja historia, sácate la máscara,/ Que todo va a caer sobre la tierra/ Ojos que tienen miedo y hay continentes en silencio" León Gieco.

No utilizaron conmigo el sistema de psicogénesis para enseñarme a leer. Lo hice copiando y repitiendo. Tampoco había muchos carteles de publicidad de donde aprender y por supuesto no tenía televisión. El primer letrero que me llamó la atención, en medio de la angustia de una sala de espera, fue Silencio Hospital, acompañado con una foto de una enfermera con su dedo índice sobre su boca. Mi padre me lo leyó y me explicó que los enfermos necesitaban silencio para curarse. Recuerdo haberle rezado sin saber rezar a aquella imagen para que mi hermanita se curara pronto del accidente y pudiera volver a casa para seguir peleando conmigo. En poco tiempo me la pude llevar y con ella me llevé también aquel gesto que lo empecé a ver en distintos lugares, algunos tan desoladores como aquel nosocomio. Me pedían, me ordenaban, me exigían silencio en la escuela, la iglesia, la biblioteca, los cementerios, los velorios, los actos patrios, los desfiles, en la mesa cuando hablaban los grandes? Por eso amaba la calle, lugar amplio, donde se podía hablar, gritar sin celadores de por medio. Aprender a leer y a escribir me sirvió como salvoconducto para poder gritar en un papel sin levantar la voz, sin que nadie se diera cuenta. Los gestos también servían para eludir las prohibiciones, pero había que tener cuidado porque la risa también era considerada nociva y según en el lugar que uno estuviera silenciado hasta se podía tomar como una manifestación diabólica. Cuando Marcelo recibió una cachetada por parte de su madre en la iglesia San Miguel por reírse de un hombre jorobado que encendía las velas del altar, la carcajada de Mario se escuchó en el templo como amplificada, mucho más fuerte que el sonido de aquel sopapo. Creo que allí entendí el poder de la contradicción y traté de hacer pie en ella. En la biblioteca todo era silencio pero el ruido que hicieron en mi cabeza algunos libros era de una maravillosa contradicción. A mayor miedo mayor silencio, parecía ser el lema de mi compañero de banco pero hacía en su cuaderno unos dibujos llenos de pájaros, nubes y cielo que contradecían su formal postura. Había escuchado hablar de los diques y del peligro que podía ocasionar su rotura, pero no los conocía, hasta que pude ver su efecto allá por el 73.

Miles de voces rompiendo el mismo silencio, la gente en la calle, era como si hubieran recuperado la voz después de estar mudos por años, parecían otros, pero eran ellos mismos gritando sus sueños. Duró muy poco, una primavera como dicen. Lo que vino después fue un paso más allá del silencio, quizás porque se habían dado cuenta que también se podía soñar sin hacer ruido, intentaron con la muerte, los muertos no sueñan. El miedo dio paso al terror, al pánico, algunos murieron en vida, otros callamos para no morir, resistimos para contar, para rearmarnos, para volver a hablar. Todo se intensificó, hasta las contradicciones, el miedo que había en los ojos del torturador era mucho mayor al que habitaba en la mirada del torturado. Me tocó crecer en medio de este silencio continental. Pude sentir el dolor de los padres que habían perdido hijos, pero también el de padres que tenían hijos que no querían vivir. Sentí el pesar de los avergonzados por haber sobrevivido. Jóvenes que creían estar viviendo el fin de la historia, globalizados, portadores de una imagen distinta a la que les devolvía el espejo, que ignoraban su origen, adictos, vaciados de palabras para poder expresarse, consumidores consumidos, empobrecidos en valores. Hablo de lo que más duele, de lo que perdura, de lo que más tiempo lleva en modificarse, hablo de lo cultural. Comprobé también que a un país se lo puede entregar después de una derrota militar o bailando cumbias sobre césped sintético en sitios donde habían existido talleres o fábricas. La primavera a veces, tarda en llegar, pero siempre llega, la gente llenó las calles vacías gritando ideales, convicciones, agitando banderas y rompiendo silencios. Con la misma fuerza de siempre, para que la escuchen, para que sepan que su sangre estaba bien dentro de su cuerpo, la juventud surgió con la misma frescura de siempre , sintiéndose cada uno un mesías y muy difícil de ser comprados. En momentos en que ?algo se está gestando? en el continente hay gente que apuesta al aborto. Debo confesar que en ocasiones me convierto en silenciador.

Cuando me siento a mirar algún partido de fútbol por televisión, bajo el volumen y escucho música, tal vez porque a esta altura no quiero que me expliquen lo que estoy viendo y también aprieto "mute" al ver a ciertos políticos o periodistas que conozco de memoria, sólo los silencio para ver sus gestos, su miedo detrás de su mirada, miedo que los paraliza, que los lleva a no dudar, a perseguir, a castigar. Un miedo directamente proporcional a la incorporación de jóvenes a la política, me recuerdan a aquella enfermera pidiendo silencio para curar a los enfermos, o no saben acaso que están enfermos de juventud, epidemia muy perseguida en nuestro país desde que tengo memoria en cada no voten, no participen, no militen, no se manifiesten . Es nuestro deber no cometer los mismos errores que cometieron con nosotros, no dejarlos solos, no tenerles miedo, acompañarlos, saber que al igual que en el 73 o en el 83, son sólo jóvenes que van a intentar, de nuevo, sacarle la máscara a la vieja historia.

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