Dom 21.05.2006
rosario

CONTRATAPA

No tiene sentido

› Por Luis Novaresio

Uno: Salís del cine y te sentís como los de la tele. Los que caminan sonriendo a la nada, exudan superficialidad y eligen todos los tiempos verbales de la inconsistencia. Te abordan dos periodistas a la vez, a vos, que nunca entendiste esa tonta patología de estar expuesto día y noche a la consideración popular. Y yo qué he hecho para merecer esto, pensás entre tanto. Cometiste el desatino de ir a la primera función de la película en tu ciudad, megalópolis ignorada por la mayoría, hoy estreno mundial, en todas las salas, parece veinte señoritas bonitas veinte.

Y bué. Sea. La pregunta es qué opino de la controvertida película. O si los cimientos de la institución de dos mil años tiemblan por la novela que busca el santo grial, el "sangrial" o la sangre real. Ahora todos sabemos del Concilio de Nicea, de Constantino y de los evangelios apócrifos por lo que muy bien podemos dar testimonio sobre la supuesta esposa de Jesús o en su caso de la descendencia femenina que llegó a la Bretaña. Y lo peor no son las preguntas. Es que vos contestás. Decís que la película es mala o buena, aburrida o apasionante, que afecta o que es inocua, que es histórica o una farsa. Y ya lo conseguiste. Te arrojaste, con arrojo existencial del francés del sesenta y ocho, a la nada de la hoguera consumista que todo devora por un rato. Hasta Dios mismo está devorado por las preguntas.

Sí, claro. El Código Da Vinci. Vi un perro negro muerto en la calle, aplastado en medio de la acera, manchado, porque nevaba. Vi la vida, allí mismo, y no había más que eso: La coartada del inocente: Pagarlo todo. Sentí en la nieve la vida y me vi morir como un animal que se resiste hasta lo último hasta el deseo de ser rematado, hasta el gemido final, el que pide perdón por todo crimen ajeno: El que perdona a dios.

Dos: Una vez fue cuando un Congreso de Poesía. Qué se yo. No nos conocíamos y un temerario dijo que yo podía presentarte. No me gusta la poesía y apenas si te conozco. Al menos sabés que soy el Mujica vivo. No el otro. En el teatro el Círculo solía haber un rincón en forma de café que dejaba escuchar la historia de una vida. Y me contaste que hasta los 19 o 20 años viviste en Buenos Aires, trabajando, en una familia de obreros en Avellaneda. Vaya a saber si fue ahí, no lo escribí entonces y ahora lo recuerdo como se recuerdan los paraísos perdidos pero dijiste algo como que siempre estuviste muy marcado por la necesidad de encontrar un sentido.

Sin religión heredada. A los dieciocho yo leí La náusea. Y yo. No importa quién lo dijo primero, pero lo dijimos. A los veinte, creo recordar, me dijiste que te fuiste a los Estados Unidos por casi diez años. Fuiste con unos mangos más que Madonna (la referencia es tonta) y los sesenta, en el país gringo fueron las tradiciones orientales, la droga, la izquierda. Parecías San Agustín, orgía y conversión. Y no decís nada. Pintabas y mitigabas la decepción del deseo realizado. ¿Y la religión? Puedo recordar casi literalmente que me dijiste que quizás, en gran parte, a través de las drogas empezaste a tener contacto con la religión. Leyendo, primero, luego por un gurú que te presentó Alan Ginsberg en Nueva York. Drogas, cultura oriental, un nuevo camino limpio. Leo sobre budismo hoy, yo a los "cuarenta", vos a los "veinte". La energía creadora, la fuente imperecedera de bien, de buena cosa, el karma de hacer el bien porque eso es bueno para uno y para los otros.

Me contaste que ingresaste a un Monasterio trapense. Silencio por años. Y después vino el llanto del reconocimiento y la comunión. Dios está presente en la eucaristía, me dijiste. Hasta que supiste que tenías que compartir lo que habías aprendido. Salir del monasterio, Europa, visitar el Monte Athos y entrar al sacerdocio. El mismo que invoca al Cristo del Código de Da Vinci. Te pido respeto por la literatura en serio, me decís. Hay perros que mueren de la muerte de su amo cuerpos,que no hacen el amor, hacen el miedo que no se agitan, tiemblan. Y hay hombres en los que muere dios como una gota de lacre sobre el pecho de un torso de mármol, son los que lloran cuando creen estar hablando, o gritan soñando, pero al alba olvidan el grito con que encendieron la noche. Hay hombres en los que gime dios por no encontrar un hombre donde morir de carne, pero no llora como quien lo hace, sólo llora como quien llora abrazado a un niño.

Tres: El padre Hugo Mujica, sacerdote católico que te cuenta su vida sin la menor gana de consejo o de ejemplo, se alegra por la segunda edición de su Poesía Completa. Que tenés que leer. Hacelo. No piensa pasar por el cine ni imaginó tomar de la pila de los best seller la novela de Dan Brown. No tiene nada de importancia jugar a la historia de Jesucristo. La fe en él es la fe en su milagro, en su testimonio. Podría haber tenido pareja. Podría haber sido María Magdalena. No tiene sentido plantearlo siquiera, me dice. Se ríe cuando le preguntás si la historia hoy contada podría afectar la creencia. Cristo es la mirada permanente de quien ha pasado por la vida haciendo el bien. ¿Quién es el que ingresará en el reino de los cielos? El que me haya dado un vaso de agua en el desierto. Porque dándoselo a otro, me lo das a mí. La mirada del que hace el bien no escapa a nadie. He ahí la revolución, la energía incomparable. Eso es Cristo. Eso te dice él. Incluso, pienso yo, es la mirada a los que con dogma y espada construyeron sobre ese mensaje del amor al prójimo como a vos mismo dolor, ignorancia, sectarismo y bajeza. Estoy casi seguro de que Hugo comparte.

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