CONTRATAPA
› Por Dahiana Belfiori
Ojos de gata. Me mira la gata, que es toda Luna, y el ojo de la lente se ocluye bajo la presión de mi dedo índice congelando el verde que rodea dos delgadas líneas verticales negras. El resultado excede las miradas. Hay un horizonte que se adivina en cada una: Hay un sur, hay un este y un oeste; hay varios nortes. Elijo uno, el del recuerdo. El que se arrellana en una diapositiva dentro de una diminuta cajita de cartón que se revela entre tantas otras. Es la obra de un artista que alumbra mi pasado. Le agradezco en silencio aunque le comento algo acerca de las diapositivas que mi madre coleccionaba. La casa humea palosanto, sus telas me inquietan, me revuelven las tostadas con manteca de la merienda en el atardecer de mi ciudadcampo y me atropella el aroma a café en la imagen de la casa materna. Estalla un mundo en silencio. Madreleña, atizando el fuego de la salamandra. Madre que hace fotografías. Madre que juega capturando instantes.
Fotos y filmaciones forman parte de las presencias de mi niñez. Sobre la mesita que oficia de escritorio en el que se asienta mi notebook, sobre esta mesa en la que escribo, hay un desorden que sigue la línea del abrazo, las emociones y las pequeñas memorias. Primer plano: Una niña y un niño de no más de tres o cuatro años. La niña abraza al niño. Si no supiera, diría que es la hermana. Si no supiera, diría que es mayor que él. Si no supiera diría que la madre es la que ha tomado la foto, como tantas otras. Pero sé más que esos detalles biográficos. Sé de las delicias del disfraz y de los vitales momentos en que esa niña, ese niño y esa madre se descubrían en el juego. Evoco una serie de fotos en las que aparece la ternura del cuidado, la preparación para ir a la escuela, los guardapolvos cuadrillé y las bolsitas de tela con cada nombre bordado, la alegría en los rostros. La madre atrás del ojo de una cámara y en el centro del universo.
Reconstruyo mi historia personal a través de las fotos que mi madre ha tomado. ¿Qué recuerdos se cuelan si la memoria falla? ¿Fallará mi memoria? ¿Y la colectiva? Las fotos de mi madre son parte de un arte mudo que convoca a la memoria. La memoria que une la historia de una madre y una hija que se buscan e intentan reconocerse en las imágenes. La memoria mía se hilvana en fotos y en presencias. La colectiva parece anclarse en la falta de registros, en las ausencias. Allí, el arte es bálsamo y potencia, porque hace visible las ausencias, las desapariciones, los dolores de otras madres y otras hijas.
Me recorre el cuerpo un dolor con un nombre áspero, vergonzosamente inflexible: El de la impunidad. Pienso en Marita y en Susana: Una madre que hace historia en la búsqueda de una hija desaparecida; una hija perdida para su madre. Pienso en esas otras Madres. Pienso en Silvia y en Marina: Una hija que reconstruye la historia de su madre asesinada; una madre perdida para su hija. Hijas que buscan a sus madres, madres que buscan a sus hijas. La justicia ausente y la memoria que falla. No hay foto que alcance para reparar, rescatar, restaurar ese hueco abierto en el pasado que sigue arrasando vidas. Aun así son necesarias las fotos y las palabras, que brotan de la cajita del artista.
Marina, Marita, y las hijas que fueron y serán sus madres anudan un llanto que las acuna y las nombra:
madre/ me lo lloré todo/ la mejilla derecha naufragada en la/ almohada lago tibio/ lago que inundó mi cama/ que devoró/ la costa de mi cuerpo/ y lo hundió/ en toda esa enormemasadeagua/ parida del volcán de mis ojos.
tanta agua, má/ tanta/ sólo por no poder/ nombrarte.
tanta agua/ no me ahoga:/ floto, haciendo la planchita/ sostenida por tus/ manos.
Un mundo estalla en silencio. La foto muda sigue hablando.
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