CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Al Canario Reyes, por donde ande
Canario Reyes era el mayor de los hermanos y el que traía la leche del tambo a la Cremería, que en ese tiempo estaba donde comienza el camino a Gödeken.
Por más esfuerzo que hago, no puedo recordar en qué tambo trabajaba, porque eran numerosos en aquellos tiempos y no ahora que en la zona son casi una rareza.
La familia Reyes estaba constituida por el matrimonio y cuatro hermanos: Lalo, el menor vivió un tiempo en el barrio con sus padres, mientras que los tres mayores permanecían en el campo, haciendo el tambo.
El hecho que hoy recuerde al mayor con el cual casi no tuve un trato cercano se debe posiblemente a esa admiración que le tiene un niño a un hombre que por alguna razón lo seduce con sus actos.
Canario era, por lo que recuerdo, un muchachón simpático, siempre impecablemente vestido, con esos vaqueros bien planchados y esas botas que brillaban, bien lustradas, al sol de las mañanas en que luego de dejar la leche en la Cremería arrimaba su chata que tiraban dos moros nerviosos al ramos generales de Cholo Belluschi. Era llegar y pararse del asiento y tirar el cuerpo hacia atrás que sostenían las dos riendas tirantes. Era darle un chistido seco, enrollar esas tiras de cuero a un látigo que llevaba clavado al piso del carro y bajar con su ancha sonrisa y su gran camisa amarilla.
-¡Qué dice la pibada! nos decía dando una mirada general mientras saltaba limpiamente sobre la dura vereda de tierra.
-Grande, Canario -le gritaba alguno de nosotros que estaríamos ahí, o haciendo un mandado para la casa o simplemente curioseando todo ese febril movimiento que a esa hora se producía frente al negocio, ya que el Cholo le vendía al noventa por ciento de los tamberos de la Colonia, que eran sus seguidores y sus clientes.
Ser cliente de Belluschi, en esos años, no era fácil. Había que olvidarse del apuro. Mejor tomarse un amargo, un vermucito o un vaso de vino y cumplir con el ritual de chistes y chismes y cargadas con que un hombre mantuvo su negocio setenta años. Era su estilo.
-Massei -me dijo un día- yo estoy aquí de los catorce años.
Como queriendo decir que si se había pasado la vida detrás de ese mostrador es porque le había encontrado la vuelta y si bien ganaba su plata, sobre todo se divertía y para ser justos, hasta el final mantuvo su sistema de libretas. Y no fueron pocos los que en todo ese tiempo se habrán olvidado de pagarle. Pero ese es otro tema.
Y volviendo al Canario, una de las cosas que me seducían además de esa imparable simpatía era su éxito con las mujeres. Esta fama, como sabemos, tiene su cuota de verdad, pero si la fantasía no la acompaña un poco no logra sus objetivos, que no son otros que propagar esa imagen. Y cuando fui un poco más grandecito y empecé a arrimarme de mirón en los bailes, uno de los modelos a imitar era seguramente Canario. Pero como uno sabe también, eso queda en su propia fantasía ya que jamás se alcanzaban los modelos. Y cuando de alguna chica hermosa se tratara que no tenía novio conocido, alguno con envidia, con rencor deslizaba a su paso: A vos ya te va a llegar el Canario.
Cierto o fantaseando todo esto, la verdad es que nosotros lo admirábamos en ese convencimiento y esa entrega que solo puede ofrecer el final de la niñez y el principio de la adolescencia.
Hubo otros también, como Elpidio Guiñazú, que por casualidad era tambero también, pero nosotros admirábamos más en él sus dotes de cantor divertido y su manejo de la guitarra en las reuniones de los mayores en las cuales podíamos infiltrarnos en nuestra condición de colados.
Y así fuimos eligiendo los modelos en ese paso difícil de niño a hombre, donde uno intenta identificarse con algunos mayores casi convencidos de carecer de todo, en especial de edad y experiencia. Un espejo donde poder mirarnos y siempre alguna anécdota con la cual se podía abonar esta admiración era siempre bien recibida cuando alguno la traía, si bien no todos teníamos los mismos ídolos. Salvo en lo futbolístico cuando sólo Juan Renzi brillaba en ese firmamento estelar, seguido de muy lejos por unos cuantos más.
Y eso que en ese tiempo, es decir en la primera infancia, el fútbol era la actividad más importante de nuestra vida, más que ninguna otra cosa. Eramos hijos de la experiencia inicial que corría ávida detrás de una pelota de goma y si cuadraba mejor, de cuero.
Y volviendo al Canario, era muy malo para el fútbol, y en la ley de las compensaciones tenía un hermano que jugaba muy bien y lo hacía en las inferiores del Club, hasta que los Reyes se fueron de la Colonia. Y nosotros nos perdimos para siempre esa simpatía que emanaba desde su sonrisa de dientes perfectos en su rostro tostado por el sol de los campos, esa misma que usaba el Canario para con todos y que nosotros la habíamos hechos nuestra propia bandera, aunque es muy probable que él nunca se haya dado cuenta.
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