CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* Buscando literatura sobre animales fantásticos el tipo deviene en una página de sexo bestial. Se sorprende, no por las imágenes en sí mismas repetidas y cansadas de su retina adulta sino por la facilidad accidental con que se las lleva por delante, con sólo errarle a unas teclas. Le parece horroroso que su hija, allí sentada a pocos metros leyendo un librito de laberintos encantados acceda cuando él no está a esta masacre visual de puños, denostaciones y xenofobias vestidas de diversión y fiesta. Están al alcance de los deditos de hijita con solo apretar el buscador y poner la palabrita Sexo. Eso sagrado que él le enseñara a nombrar trabajosamente y hasta con pudor.
* ¿Cómo supo aquello del sexo? En los campitos, rudimentariamente, hablando al cordón de la vereda en las siestas donde los adultos no vigilan. En las revistitas ajadas donde rubias nórdicas hacían aquello sobre muebles de oficina. O las desnudeces de señoras de la edad de su madre, con los pezones tapados con estrellitas. Con eso le alcanzaba para entender que debía obtener pronto aquello pues sino enflaquecería a pura paja, tuberculoso y sombrío internado de vergüenza en el Carrasco, que era donde iban a parar los pecadores de Onán, según el cura. Detrás de la capilla debutó de parado. Lo que vió en aquel momento único no fue la carita de la chica sino la lanza alta de la cruz vigilante de Dios.
* En esta hora alta de mediodía de lluvia en las calles de tierra y arena donde resuena como latiguitos el golpetear del agua, a él sólo se le ocurre pensar en las damas de la comarca, que dejan por un rato de atender esclavizadas a sus párvulos, que los abandonan en la cama viendo tele, mientras sus maridos están en lejanos jornales de viento y se acuestan con él en su cama de harapos, en su burdel de solitario. No saben ser felices, elucubra. Y es verdad, la auténtica verdad que él ha develado mirándolas vivir.
* Tenían apuro por debutar. Miedo y calentura. Soledad y ruptura. Hambre. Por eso confiaron en el tipo de la vuelta que los condujo hasta un pasillo de una calle lateral y los dejó en la salita, mientras tras un cortinado una voz femenina los invitaba. Cuando salieron ni se miraron, asustados porque la señora que habían tenido debajo era la kiosquera de siempre que ni los había reconocido sin sus gafas y el tipo que les cobró no era su marido.
* El diccionario Codex llegó a su casa como un regalo astral: Allí había de todo, peces abisales, mapas y cuadros famosos. Cuando descubrió El rapto de las Sabinas, donde ve a dos musculosos romanos llevándose a caballo a un par de señoritas voluptuosos y desnudas no entendió bien qué le sucedía a su panza que le empezaba arder con dulzura. Y que aquello era una erección. Algo desconocido que no supo atenuar. Lo que más lo perturbaba era el angelito que circunvolaba sobre la crin de la montura como aceptando el hecho.
* La chica era una desconocida que había llegado a esa noche de Navidad con su crío y que alguien apiadándose de ella la había invitado para que no estuviera sola. No podía entender que a esas señoras le gustasen los pibes como él y que arrinconándolo en lugar apartado de la casa se hubiera inclinado así de esa forma sobre él, tal como sucedía sólo en las revistas. Y que posteriormente, ya en la sobremesa, ella brindara con una mano y con la otra le estuviese dando de mamar a su hijo.
* En cuanto estuvieron solos en el refugio de la terraza, sudados a la sombra, el amigo le confesó que le gustaban los hombres no las mujeres. Tenía un arañazo en su cara colorada y un mechón rubio le ponía al rostro un aire realmente femenino. Lo miró como si no hubiese habido nada entre ellos y oyera la confesión de un desconocido. Se paró. -Ya se te va a pasar, contestó con soltura, mientras atravesaba la verja contigua. Las manos le temblaban de miedo.
* -Jesús no tuvo hijos porque la novia no se quiso acostar con él porque se la pasaba por ahí con los amigos, largó José. Las risotadas acompañaron la salida. El no dijo nada y bajó la cabeza. No se imaginaba a la chica que durmiera desnuda junto al Hijo del Hombre, salvo un ángel mujer. Sin embargo, luego del partido y bajo la ducha se le apareció la chica y se descargó con la figura de ella, sabiendo que cometía un desarraigo para su alma creyente, un desaliño de su fe, el adiós a la creencia y el miedo al pecado. Además la chica imaginaria no sería de nadie, menos aún de Jesús.
* Una noche que no podía dormir por los ruidos de la tormenta en ciernes se preguntó a dónde iba el semen que derrochaba con cada masturbación y la cantidad de hijos que no tendría producto de aquello prohibido que le gustaba tanto. Lo hacía por gusto y también, como ahora, para parar el miedo a lo desconocido en las sombras de la casa, a lo ignorado de su inocencia y al miedo a la muerte. Rezó y empezó con la magia: Una sola mano lo alejaba de todo mal.
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