Mié 17.04.2013
rosario

CONTRATAPA

Generalidades, particularidades y gataflorismo

› Por Javier Chiabrando

La política no es fácil de entender. Y es muy difícil de desarticular. Para desarticular (o desarmar) una cosa primero hay que entenderla. No se puede desarticular un motor sin saber dónde entra el combustible y cómo es el sistema eléctrico; pero se lo puede romper con facilidad, y sin saber nada de su contenido y funcionamiento. Basta un martillazo en un lugar sensible. Así se pueden romper matrimonios, idiomas y la política. Entender el matrimonio es difícil; para romperlo basta una palabra inadecuada. Un idioma exige sabiduría y memoria; destruirlo, apenas exceso de entusiasmo y ausencia de oído.

¿Qué es la política? La explicación que nos daban en la escuela, y que resultó ser de Aristóteles, no es mala: "La política es el arte de lo posible", un arte, una ciencia, un sistema, una actitud, etcétera, donde personas intentan que se vuelva una realidad aquello que (supuestamente) mejoraría nuestras vidas. ¿Qué tiene esto de malo? En principio nada, a menos que lo que queremos no esté dentro de los planes de los que ejercen la política. Yo quiero una cosa y los que hacen política me dan otra, o nada. Eso se soluciona fácilmente: o cambio a las personas que hacen política, o me pongo el overol y lo hago yo mismo. Es decir: tengo que desarticular la política que se está ejerciendo para volver a articularla según se me da la gana.

Pero si no la puedo desarticular, siempre queda la posibilidad de romperla, martillarla, escupirla, banalizarla, bastardearla; en este caso, y por única vez, todos sinónimos. Si ve la tapa de la revista Noticias de estos días lo comprenderá. Se titula "La política idiota". Ese título es el martillazo. No lo puedo desarticular, no lo puedo desarmar y volver a ensamblar, entonces lo rompo. Para muchos argentinos, el enemigo es la política porque el gobierno eligió (en lugar de hacer la plancha como de la Rúa, o entregar todo al FMI y otros caraduras, como el innombrable) hacer política. Saque cuentas: en pocos meses planteó la recuperación de YPF, cambios en el código penal, el código civil, la justicia, el voto joven, y siguen las firmas.

En esto hay que reconocerle algo a la oposición: el gobierno actúa como cabezadura, con terquedad, tozudez. A veces hasta se olvida de contestar agravios y chicanas de tan fascinado que está en sumar acciones políticas a diario. Incluso se hace difícil seguirle el tren a tantos anuncios. Es obvio que el gobierno cree que la política es el camino, y que va a morir con las botas puestas. Se podrá equivocar por hacer, nunca por esperar. Se podrá equivocar por acción, nunca por omisión. Entender esta forma de hacer política no es sencilla; y desarticularla es casi imposible, porque los que están en la vereda de enfrente (políticos, medios, empresarios, sectores sociales) deberían tener un poder que no tienen, un ímpetu que no tienen, ideas que no tienen, y una velocidad de reacción que no tienen. Entonces eligen el martillo.

El camino de intentar romper la política se da en tres estrategias que, no por visibles, dejan de ser interesantes de analizar: la generalidad, la particularidad y el gataflorismo. La generalidad es la tapa de Noticias. Decir que la política es idiota es decir que todos los que la practican lo son. Incluye a aquellos que nunca se enriquecieron, a aquellos que dieron su vida por ayudar, roza a Alfonsín, a Illia y al Bergoglio pre papa. Estos martillazos no serían tan idóneos si no existieran tantos alcahuetes dispuestos a repetirlo sin necesidad de entenderlo. A la gente que no entiende de política le encanta decir que la política es una mierda. Esa muletilla tiene la misma envergadura intelectual a cuando en mi barrio decían que todas las minas eran putas (quizá porque había una que cambiaba de novio demasiado seguido) o todos los negros eran vagos (quizá porque había uno que sí lo era).

Cuando la generalización deja de ser un martillo idóneo, llega el momento de las particularidades. Se esgrime así: hay doscientas mil personas recibiendo ayuda luego de las inundaciones, pero basta con mostrar a uno que no la recibe, quizá por estar aislado, quizá por estar lejos, quizá porque la demanda es muy superior a la oferta, quizá por ineficiencia del que debe dar la asistencia, y la acción de ayuda a las doscientas mil se diluye en la nada. Esto lo vimos claramente durante el acuerdo de los estados de Argentina e Irán por el tema AMIA. Por mayoritario que hubiera sido el acuerdo, mostrar a un familiar de las víctimas en desacuerdo, bastaba (o parecía bastar) para demostrar que el acuerdo era un fracaso.

En un alarde de producción periodística, hace pocos días, Nelson Castro logró encontrar a una Madre de Plaza de Mayo que está en contra de las políticas del gobierno, incluidas las relativas a los derechos humanos. Eso es intentar desarticular algo a través de una particularidad, lo que yo en una nota anterior llamé sinécdoque, o sea la parte por el todo. Si hay una madre que está en contra, quizá todas las madres... etc. Vaya un desagravio para don Nelson. Después de semejante hallazgo sólo le queda encontrar el cadáver de Jimmy Hoffa y el unicornio que perdió Silvio Rodríguez, y tarea cumplida: cielo garantizado.

Y una vez agotados los martillazos por generalidades o particularidades, llega la frutilla del postre: el gataflorismo. Para ejercerlo conviene haber perdido la vergüenza y también el rumbo, porque el gataflorismo te lleva a negar a la tarde lo que aseguraste a la mañana. El gataflorismo se aplica sobre cualquier cosa y en cualquier momento. Si dije a la mañana que lo que necesita la política son nuevas generaciones que se involucren, a la tarde puedo martillar a La Cámpora porque uno de sus dirigentes discutió con un periodista o porque no se lavó los dientes.

Si el Estado está presente en las mayorías de las relaciones entre sus habitantes y sus instituciones, es porque se entromete en exceso. Pero si demora una par de horas en activar toda su capacidad para ayudar a los inundados, no está lo suficientemente presente. Puedo decir que la justicia no funciona, que es lenta, que es corrupta, pero pataleo cuando el gobierno propone cambiarla. Reclamo que el gobierno no hace nada contra la inflación, pero me opongo a un pacto de precios con cámaras empresariales y comerciales o que Moreno intente bajar los intereses de las tarjetas de créditos. A la mañana me quejo porque argentina está aislada y a la tarde porque el gobierno alquila un avión para hacer una gira diplomática y de negocios. La lista es infinita.

Pero, pobre gente, yo los entiendo. La culpa la tiene el gobierno que hace los cambios que se le da la gana y no los que piden Magdalena, Castro, Lanata, Pino, Carrió, Macri (cuando no está de vacaciones). Ahí el problema parece ser otro: el movimiento pluralista opositor tiene voceros pero no obreros. Los gatafloristas sugieren cosas a cada rato pero no hay nadie que se ponga el overol para llevarlas a cabo. ¿Son ideas tontas?

¿Son ideas valiosas? Nunca lo sabremos.

Y mientras tanto, el gobierno sigue dale que te dale con una acción política tras otra. Para bien o para mal, contesta más bien poco a tanta cháchara irrelevante y propone cambios todo el tiempo, gusten o no. Y es que en algún lugar deben haber entendido que, como dijo Aristóteles, la política es el arte de hacer posible cosas que a la larga benefician (deberían beneficiar) a mucha gente. Esos cambios pueden estar equivocados en sus estrategias, pero son intentos de cambiar lo que está mal. Y el que decide lo que está mal es el que ejerce la política. Ante eso, discursos opacos, vacíos, gastados, repetidos, no tienen el menor de los efectos; son apenas repeticiones incansables de estos tres intentos de romper lo que no puede desarticular, una y otra vez, sin importar si del otro lado hay un receptor que no sean los que odian y odian y odian.

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