CONTRATAPA
› Por Pablo Bilsky
Con los compañeros siempre le dimos mucha importancia a la batalla cultural. El imperio invade, bombardea países, apoya genocidios y dictaduras, y al mismo tiempo ejerce la penetración cultural, seduce a través del cine, la música, la televisión. Siempre hablábamos, un poco en broma, de invadir los Estados Unidos, pero en realidad, lo que queríamos decir es que hay que dar la batalla cultural. Por el momento no podemos invadir de otra manera, no estamos como para agarrarnos a los tiros con los Marines, pero sí podemos darles pelea en otro plano. Estuve allá dos años, en Nueva York, militando. Con la gente del partido bromeábamos, decíamos que yo era como la cabeza de playa de la invasión. Fui, me instalé, viví entre ellos. Con los compañeros siempre recordamos la frase de Martí sobre las entrañas del monstruo. Es necesario penetrar las entrañas del monstruo, instalarse en el corazón, en las tripas del imperio. Como un infiltrado, como un cáncer en lo más profundo del sistema, para irlo comiendo desde dentro. Me instalé en pleno centro de Manhattan, en una bohardilla muy modesta, chiquita, oscura, pero bien ubicada, en la Séptima avenida y la calle 31, cerca del Madison y de la estación Pennsylvania, el alquiler costaba una fortuna, pero esa ubicación privilegiada era muy importante para mi laburo. Mi tarea era caminar, mirar, observar, hablar con la gente. Central Park fue uno de los centros de operaciones, lo recorría, me sentaba de vez en cuando en un banco, tomaba sol, la idea era hacer lo que hace todo el mundo, pero con otra cabeza, desde otro punto de vista, con otra mirada, con una mirada antiimperialista, latinoamericana, al servicio de la liberación. Me fui de acá sin saber casi nada de inglés, pero la mejor manera de aprender es estar allá e interactuar con la gente. Conocí gente, me relacioné, me infiltré, hice negocios. Con los compañeros pensamos y planeamos mucho esta movida, no fue nada improvisado, por el contrario, nos llevó años de planificación, además demoramos en juntar la guita necesaria, estas acciones son caras, para infiltrarse allá, en el centro mundial del consumismo, hay que contar con dólares, allá no existe el DNI, allá el único documento de identidad es la tarjeta de crédito, allá sos lo que tenés, lo que podés comprar, eso sos, si te querés infiltrar tenés que tener una buena tarjeta. Con los compañeros laburamos mucho para conseguir apoyo financiero. No se podía ir allá con cualquier tarjeta tampoco. Hay tarjetas Gold, después vienen las Platinum, son distintas categorías, de acuerdo al poder adquisitivo. Allá, eso marca la categoría y el respeto que recibe una persona. Por suerte conseguimos una muy importante. Queríamos que fuera de una marca de primera y de un banco de los más poderosos, sí, de los bancos más hijos de puta. En una acción encubierta, no se pueden dejar de lado esos detalles. No es joda estar allá, si te cazan te ponen un mameluco naranja y te mandan a Guantánamo encadenado. El que iba a tener que poner la cabeza era yo, no es joda. Finalmente me fui con una super tarjeta. Después de la Gold, y de la Platinum, se ve que ya no sabían cómo simbolizar más poder, más guita, con los colores, y le metieron Deep Black, la tarjeta negra, con un límite de compras de una cifra con tantos ceros que te caés. Nunca me voy a olvidar cuando fui al banco a retirarla. Venía en una caja enorme, imponente, y decía "Infinitum. La incomparable sensación de conseguir lo que uno quiere". Y así es, en los negocios pasan la tarjeta por un aparatito y en dos segundos, si hace plin, si en la pantallita aparece OK, conseguís lo que vos querés, podés comprar un pancho, un yate, un RollsRoyce, en dos segundos. Te rinden pleitesía con la negra. Por eso es importante dar la pelea desde allá, hacer como hacen ellos, al menos en apariencia, pero con otra mirada, y con otros objetivos. Hay que pasar a la acción, hay que penetrarlos culturalmente, ir allá y plantar nuestra visión del mundo, nuestra mirada, contagiarlos. Hay que hacer, un hacer militante, revolucionario, un hacer que supere las palabras y las declaraciones. Predicar con el ejemplo. Por eso es importante infiltrarse. Vos estás en Nueva York, permanecés, en apariencia haciendo nada, caminando, paseando y junando, pero la procesión va por dentro, mejor dicho la movilización, la protesta contra el sistema va por dentro, aunque en apariencia vos seas un tipo más que camina por la Quinta avenida, vos estás militando y carcomiendo las entrañas del capitalismo. Fue un gran esfuerzo del partido, si te querés infiltrar, tenés que tener un nivel de gastos alto, no es cuestión de mostrar la Deep Black, hay que pelarla y pagar, hay que ir a lugares caros, tener pilchas caras. No es joda mezclarte entre los yuppies. Porque el centro del centro de la Bestia está en Wall Street, obvio, ese fue otro de mis centros de operaciones: los bares de la zona de la Bolsa, los cócteles a la nochecita, las fiestas. De eso se trataba mi laburo, militar, minar el poder del imperio, sus bases ideológicas más profundas. Una acción guerrillera, una guerrilla de acción psicosociocultural. En el partido estamos en contra del terrorismo. En el ataque a los Torres Gemelas liquidaron laburantes latinoamericanos y afroamericanos que nada tenían que ver, y encima le dieron excusas al imperio para que arrase países enteros. Eso no va, la guerrilla es otra cosa, es una acción más sutil, pero más profunda y más efectiva. No busca resultados espectaculares, sino profundos. Lleva tiempo, pero todos sabemos que, para un militante, la paciencia es fundamental, es tan importante como la valentía y el espíritu de entrega, tanto o más importante que el espíritu de sacrificio. Hay que dar la batalla cultural, darla pero en serio, poniendo el cuerpo, allá, poniendo la cabeza allá, no acá, hablando en los bares. Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno, les decía a los yanquis, en la cara se los decía, no te imaginás la cara que ponían, no me respondían nada, se quedaban mirando, no sé si entendían o no, pero quedaba dicho, el gaucho Martín Fierro, la pampa argentina, penetraba el corazón de Manhattan, cuando aprendí algo de inglés se los decía en inglés, I'm a bull etcétera, etcétera, y la misma cara hacían los tipos. No fue fácil, los fondos escaseaban. Laburos legales tuve pocos, por poco tiempo. No resultaban útiles para mi tarea. Muchas horas de laburo, muchas horas encerrado, por dos mangos, no valía la pena. Para hablar con la gente nada mejor que la calle, los bares, los teatros, los cines, los restaurantes, los espectáculos, los recitales. El Village Vanguard y el Blue Note fueron mis trincheras. Si ellos nos dominan culturalmente por el cine, la música, la industria del espectáculo, bueno, hay que dar en esos espacios la pelea. Me empecé a relacionar con minas que laburaban en la calle, las ayudaba, les daba contención, y ellas me tiraban algunos dólares. Las relaciones con los yuppies, las fiestongas de Wall Street, me pusieron en contacto con el mundo de la merca, también. Carísima la merca de allá, pero después me avivé y con un gramo hacías tres o cuatro cortados pero bien, y con eso hice algunos dólares por mi cuenta. Y la probaba, claro, tomaba, y sí, no tenía otra alternativa, tomaba tupido, de otra manera no te podés infiltrar bien. Entendí que la lucha contra la droga, allá, es contra la mala droga, ellos buscan calidad se ve. Te juro que llegó un momento en que respirabas a un metro de la tarjeta negra y quedabas duro como un poste. Me llevó dos años hacer mi laburo, pero valió la pena, mi sacrificio valió la pena. Y ahora, cuando escucho las noticias sobre los problemas del imperio, las guerras que pierden, China que los supera, digo, bueno, mi humilde granito de arena, el sacrificio mío y el de mis compañeros sembró, al menos una semillita, modesta, en el corazón del imperio. Todo suma.
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