Sáb 20.04.2013
rosario

CONTRATAPA › ARMADORES: RESPETAR LA ESTRUCTURA DEL TEXTO. GRACIAS.

TEXTOS DI-VERSOS

› Por Miriam Cairo

EL TIPO

El tipo tenía un semen alucinógeno.

No hubo mina que al haber posado sus labios en el prepucio desmedido, no hubiera quedado volando a tontas y a locas,

ignorando si la luna es el ensueño de la noche,

si la noche es el ensueño del día.

Así fue que pasaron de boca en boca, el dato y el estambre.

En las mesas de café y en las bibliotecas,

en las reuniones de tupperware y las demostraciones de Mary Kay,

en los libros y en los sueños,

en los quirófanos y los ascensores,

en las salas de redacción y en las salas de ensayo, el dato empezó a circular como un rumor surgido de las entrañas del delirio.

Las primeras mujeres que bebieron, hablaron de un ángel que salió a borbotones con un sabor humano y dos alas de oro.

Otras, hablaron de un caracol partido en tres pedazos que daba saltos nacarados y mucosos,

otras recurrieron a la figura del espumarajo divino,

mientras que algunas juraron que jamás confundirían el mar con sus espumas.

El tipo, humilde, no humillaba.

No ponía sobre la mesa de billar su vocación alimenticia.

En las noches de milonga, mientras iba del paso lateral al ocho, besando con los pies el suelo, no salía a la pesca profana de famélicas arrabaleras, porque al tipo el tango le encantaba.

Pero acaso fue esa prudencia o el compás conque llevaba a su compañera en las figuras de retroceso, lo que enloqueció a las mujeres que no tuvieron que reacomodar su vida para saber que el tipo provenía de las notas finales de algún fuelle.

Así, entre las góndolas del supermercado,

o al cruzarse en el paseo costanero,

o al llegar con el tiempo justo a las conferencias sobre "Representaciones del yo y del otro en la literatura contemporánea de América Latina" a las minas les bastaba con mirarse unas a otras para darse cuenta de que habían bebido de la misma fuente.

Hubo noches en que se arrodillaron y prorrumpieron en exclamaciones, creyendo reconocer al tipo,

pero el tipo no era el tipo,

aunque la confusión siempre traía consigo un beneficio,

porque el tipo real,

que no era el tipo que soñaban,

se dejaba amar como si fuera el tipo de sus sueños,

ya que,

al fin de cuentas,

lo que importa

es la realidad y no los sueños.

Y EL OTRO

Por aquella época este otro tipo ya tenía tendencia a hundirse.

Leía siempre los mismos versos y amaba siempre las mismas mujeres.

Pero con qué deleite, con qué convicción se hundía. Y hasta qué profundidades llegaba.

-Se ha enloquecido el tipo﷓ gritaban las mujeres casi alegremente, empujándolo con las dos manos hasta el fondo.

-Esto sí que está bueno ﷓exclamaba el tipo﷓ Que siga no más. Ahora sí que me hundo.

El tipo se hundía diciéndose a sí mismo, "hundirme es mi única esperanza" y cosas por el estilo.

Se hundía murmurando,

imaginándose totalmente besado.

Se imaginaba dibujado con la lengua desde la coronilla hasta el empeine durante el tiempo que fuera, por la lengua que fuera, en el sueño que fuera.

En el momento de hundirse, nunca sabía que se estaba hundiendo, como en el momento de partir, nunca sabemos que partimos.

Durante algún tiempo, el tipo había tratado, consciente o inconscientemente, de encontrar la dirección de sus hundimientos pero siempre se equivocaba, para felicidad de sus naufragios y sus mujeres.

﷓Qué manera tiene el tipo de caer, de caer﷓ decían las mujeres con la boca llena de pájaros.

Y todavía más. Mientras el tipo hundía la cabeza zumbadora,

las mujeres con huesos de flores,

se arrancaban palabras deshechas y se las ofrecían como sostén en el preciso instante de su caída.

No se puede negar.

El tipo, por aquella época, ya era una promesa del abismo.

Las mujeres lo hacían hundir con sólo llamarlo por su nombre. Y el tipo no tenía nombre.

El tipo se hundía con la más absoluta devoción de los hundidos.

Demás está decir que este tipo no era un tipo cualquiera, y no sólo porque mientras se hundía no sabía dónde detenerse y morar, sino también porque el tipo

caía

como

un

poema

interminable.

Caía en la locura y el laberinto con la misma reverencia.

Caía en el cubilete de las constelaciones,

caía a la cuenta de tres,

caía de maduro,

caía,

incluso,

en el olvido.

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