CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Por más esfuerzo que haga no consigo recordar cómo eran las butacas del cine La Perla, aunque sí tengo una idea del edificio, tal vez porque veo -o he visto hace poco fotos con ese frente alto sobre la calle de tierra. Lo que sí recuerdo con un poco más de nitidez son las matinés de los domingo a la tarde, con su película del Oeste proyectada en esa pantalla breve, casi de juguete que sin embargo nos conectaba con todos los sueños.
Cuando apareció el cinemascope pulularon las grandes producciones presuntamente históricas -Cleopatra, Ben Hur, Julio Cesar que confundían nuestras cabecitas ardorosas y esos héroes se mezclaban con los rudos cowboys del Oeste encarnados por John Wayne, Alan Ladd, Randolph Scott, Henry Fonda, Robert Mitchum, Charles Heston, cuyas hazañas representábamos el resto de los días de la semana.
Más grandecitos también vimos todas las románticas con las grandes estrellas de entonces, Marilyn Monroe, Kim Novak, Deborah Kerr, la imperdible Grace Kelly, luego princesa de Mónaco, como en el mejor cuento de la Cenicienta o al estilo Hollywood con final feliz y a toda orquesta.
Todo esto sin olvidar el cine nacional, que en aquellos tiempos tuvo gran apoyo del Estado ya que el cincuenta por ciento de las películas que se exhibían obligatoriamente eran de industria nacional.
Fue así como vimos películas de Pepe Arias, Luis Arata, Hugo del Carril con su sesgo fuertemente social, las de la entrañable Tita Merello o de la gran estrella nativa de entonces, Zully Moreno.
Hasta que no sin asombro un día comenzaron a aparecer aquellas que nos identificaban totalmente: las de fútbol. Aquellas que tal vez con un argumento banal ponían en escena, esas íntimas y sentidas pasiones a las cuales nosotros rendíamos un tributo cotidiano, sea en la cancha del club, en la cortada de Pichichello, que estaba frente a mi casa, en los ásperos recreos de mi queridísima escuela, la nacional Nº 156 Provincia de Salta.
Las películas de fútbol de entonces, salvo Pelota de trapo y alguna otra que olvido urdían una breve historia, que se enmarcaba con los equipos de Boca Juniors, River Plate o Racing Club como extras privilegiados. Privilegio que era parte nuestra ya que ante la imposibilidad fáctica de verlos en persona y sin televisión masiva todavía, nos constituía en seres inmensamente felices.
Pelota de trapo, dirigida por Armando Bo, joven aún, cuyo físico poco atlético no desentonaba con los profesionales de entonces, más adictos a los tallarines que a los entrenamientos, que no existían.
Un párrafo aparte merece la figura de Luis Sandrini, un actor cómico que venía del circo, pero que logró concitar muchísimas adhesión porque armaba personajes que siempre reunían un cóctel infalible: ingenuidad, generosidad, y un raro talento para unir su veta cómica que se podía mutar en dramática cuando uno menos lo esperara.
Luis Sandrini también tuvo -no podía ser de otro modo su película con el más popular de los deportes. Y él era sobre todo un símbolo de las clases populares. La película se llamó El cañonero de Giles y borrosamente creo recordar que a su condición de seguro patadura agregaba un potente shot, como decía entonces el periodismo deportivo, para compensar su torpeza en el manejo de la pelota. Un Sandrini hábil, no hubiera sido creíble, ya que en todas sus películas era casi su condición de ternura, o uno sus componentes más significativos.
Otra película que recuerdo de aquellos tiempos es El Hincha, donde un Discepolín muy histriónico, dramatiza hasta el exceso su pasión de parcial del Club de sus amores. La actriz que lo secunda (su novia en la película) creo recordar a Diana Maggi, quien luego llegó a hacer papeles humorísticos en la televisión en los años setenta.
No creo comentar una obviedad al recalcar que este tipo de películas de fútbol y nacionales, fueron las que más nos sedujeron en aquellos años primigenios, donde la matriz de los recuerdos permanece virgen y pronta a marcar en ella toda la primera vez ineludible y única, como supo escribir Pavese para siempre.
Porque justamente, las películas de fútbol no necesitaban ser representadas o mimadas, es decir pasibles a ser imitadas en la gramilla breve de la cortada. Las película de fútbol, eran junto a la revista El Gráfico que yo le iba a comprar a mi viejo al tren que llegaba de Rosario y nuestra propia práctica diaria, toda nuestra vida de chicos muy pobres.
Posteriormente vimos en los informativos de entonces -Sucesos argentinos y panamericanos- que se pasaban en los intervalos entre una película y otra (se daban sólo dos en mi pueblo) la manera de jugar en otros países. Instantáneas de imágenes podríamos decir ahora.
Pero un domingo vimos unas escenas de una final por el campeonato en la entonces Unión Soviética. Maravillados vimos cómo el Dínamo de Moscú, apabulló, mejor dicho humilló, a su rival con pases no de baile, como estábamos acostumbrados, sino de atletas que con pases milimétricos y a una velocidad que nunca habíamos imaginados. El clima fantasmagórico se nos aparecía también porque jugaban rodeados de nieve, con guantes, el Dínamo con sus impecables equipos blancos como esa misma nieve que estaba en las tribunas y en los árboles de los costados. Entusiasmadísimos tratamos de imitarlos en nuestros picados de la tarde, luego de la escuela. Esa supuesta imitación, esa representación un poco grotesca y lejana de la cual el Dínamo nunca se enteró estaba apoyada o alentada por nuestros gritos.
Como el Dínamo de Moscú. ¡Como el Dínamo de Moscú!
Lo que nosotros no sabíamos es que fue como el principio de la pérdida de la inocencia.
El fútbol nunca más sería lo que fue, se transformaría en esto que tenemos hoy.
Es lo que hay repiten los jóvenes con un pragmatismo de época que no permite réplica.
Esto que escribo aparece en el recuerdo nítido como ese atardecer en que salimos del cine, asombrados por esas flechas blancas que desde muy lejos -tan lejos como no imaginábamos aún, corrían detrás de una pelota todos rodeados de nieve.
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