CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: El que puede lo más, puede lo menos. Siempre me costó entenderlo. La docente de derecho lo decía con la tranquilidad de la verdad sabida y consentida y vos y yo con ganas de decirle algo. O al menos un ¿usted está segura? Quien puede lo más, puede lo menos, insistía ella, haciendo alusiones al mayor de los derechos de una persona sobre una cosa. La propiedad, el dominio, derecho real por excelencia. Veamos. Veíamos. Si el propietario de un inmueble puede venderlo, enajenarlo, puede, claro, alquilarlo. Puede lo más, vender, y por consiguiente puede lo menos, darlo en locación. Basta decir lo más amplio para dar por entendido lo más restrictivo. Irrefutable. ¿No? Y no sé, dijiste por lo bajo, birome berreta en la mano pintando los espacios dibujados en una hoja con margen forense, inmenso. El margen de una hoja representa la importancia de lo que dice. Ese fue otro docente. Pero es otro tema.
Y no sé, le dijiste a la maestra de las normas, diosa indiscutida de las pirámides jurídicas de estas pampas, toga infalible de los artículos, incisos y agregados en codificaciones. Ella te miró, vos dejaste de pintar el dibujo que imitaba el Guernica, sabe Dios porqué siempre dibujabas esa atrocidad en grito silente, y se cruzaron en sus dudas. Quien puede lo más, señor, puede lo menos. Es norma del derecho universal. Si yo puedo disfrutar de todo el proceso de vivir, que es lo más, ¿puedo decidir el fragmento de mi morir, que es sólo un momento? La docente carraspeó. No sabíamos entonces demasiado de Freud ni de los tics que preanuncian la incomodidad o la mentira. Pero ella era de libro. Cuerdas vocales y garganta molestas, intento de aclarar esa zona, necesidad de tomar tiempo, reponerse del golpe, voluntad reprimida de un golpe en la cara de esa desfachatez. O sea, golpe en tu cara, se entiende. Eso es un sofisma, empezó por descalificar. Imperdonable tu ausencia de tino, no dejarla siquiera tomar aire para reponerse de la estocada. Le agradezco el elogio, le dijiste con la misma suavidad del "a usted le parece" y al ritmo del mismo trazo que sombreaba ese caballo con la boca abierta, dientes fuera de sí, desesperado por su pueblo bombardeado. Los sofistas fueron los primeros valientes de la historia que se atrevieron a desafiar el dogma de las trillizas de oro del pensamiento griego. El mejor antídoto para la tensión es la risa. Imaginate un aula llena de jóvenes estudiantes de abogacía, diez de la noche, derecho civil en su cuarto ciclo, asistiendo al desafío de un pobre colega que todavía no tiene aprobada su materia frente a la madre naturaleza de los derechos reales. Las trillizas de oro, dijiste antes del estallido de risa, no son otros que Sócrates, Platón y Aristóteles. No hay más derecho o justicia que lo el poderoso dice que hay. Es justa aquí la vida porque el que manda dice que es. No lo es allá, porque el dueño de la sartén de ese lugar dice que no lo es. Y ahora sí fue la risa. Mucha.
La dama noble de las ciencias jurídicas mostró hidalguía. Y convencimiento sobre sus conocimientos. Le hubiera bastado con desacreditarte con dos frases ingeniosas, sugerirte un texto que seguro no conocías y pedirte que lo charlaran en privado. Pero no. Sabía que enseñar es asomarse al riesgo del desafío. Enseñar es contar lo que se sabe a riesgo de que te sea preguntado lo que no se sabe. Enseñar es buscar, en conjunto, el sentido de las respuestas. A pesar de las preguntas. ¿Usted propone con su idea el derecho a la eutanasia o, incluso hasta el suicidio? Y propongo que discutamos en serio si el que puede lo más, puede lo menos. Si el propietario puede enajenar su derecho sobre una casa y, por ende, puede alquilarla, prestarla, reformarla, dejarla sin techo, todo basado en la consiguiente facultad de poder lo menos, supongo que el propietario de una vida, puede alquilarla, prestarla, reformarla o hasta dejarla sin techo, sin sustento. Me parece.
Entonces eso te parecía.
Dos: Es cierto que el fenómeno no es sólo local. La obsesión por ocuparse de lo menos, en medio de tanto más irresuelto, apabulla. Basta con ver a George W. peleando a brazo partido por las uniones matrimoniales selladas a la luz de la familia Ingalls cuando nadie consigue condenarlo por crímenes de lesa humanidad por lo hecho en Iraq o Afganistán, por sólo citar dos ejemplos. El propio Papa Ratzinger habló del eclipse de Dios (eclipse de Dios, dice) que implican las uniones homosexuales aceptadas en, cada día, más países. El eclipse fue vaticinado el mismo día en que se confirmó la muerte como moscas en el Africa diezmado por el Sida, o el colectivo de seres creados por Dios que crepan por hambre de norte a sur, de este a oeste. Los ejemplos podrían seguir sin distinguir geografías o climas. Lo más y lo menos. No resisto entorpecer este razonamiento con un ejemplo prosaico, quizá desafortunado, a manera de pregunta. ¿La Municipalidad de Rosario puede crear tributos para todos, poner multas, disponer del espacio público pero no puede poner una placa en la casa natal de Ernesto Guevara porque los vecinos del edificio no quieren?. Y encima la ponen en la vereda de enfrente. Como si la señal indicadora de calle Rioja dijese "la que viene es Córdoba y la que pasó es San Luis". Volvamos, me dijiste. Volvamos. Lo más y lo menos.
Se corre el riesgo de inmovilizar todo con este tipo de razonamientos, me dijiste. Porque es cierto que siempre hay cosas más graves y urgentes. Siempre. El gran Torcuato Di Tella, te vino por recordar, pulsó el botón eyector del poder de su propio sillón cuando se sinceró diciendo que, en este país, la cultura era secundaria, debía tener poco interés. Di Tella miraba a la mitad de argentinos debajo de la línea de pobreza y pensó si no era una banalidad preocuparse de la obra de Botero en el MAlba porteño. Pensar así en todo, paraliza. Porque siempre hay algo más grave. Es cierto. Sin embargo, olvidar que lo más grave es lo más grave, convierte en idiota el hacer de todo el resto. O insensible. Me gusta más insensible.
No te entiendo, me dijiste. Es fácil. Que un pibe pase hambre, que duerma en una vereda fría es más grave que un nabo fume en un bar violando la ley. ¿Capito? Me hubiera gustado verte dibujar el Guernica, con ese rostro mirando al cielo, sus brazos paralelos, desesperación inolvidable.
Esta semana fueron denunciados penalmente dos cafés de la ciudad de Rosario por dejar fumar a sus parroquianos incumpliendo la ley antitabaco. Un funcionario de no importa qué estamento.. Me detengo. No importa de qué estamento es porque estamos en campaña, no lo dudes, y todos se ponen sensibles si digo municipalidad o provincia. Menos mal que empezó el mundial, que si no, seguimos pariendo candidatos a presidente, gobernador e intendente. Sigo. El funcionario estudió el caso del humo y la nicotina soltados con libre albedrío invasor de mi libre albedrío y movilizó la maquinaria judicial para que se reprima semejante falta. Que la es, me dijiste. La es, te dije. Que implica hacer cumplir con una norma, sancionada democráticamente por el Congreso, me dijiste. Que implica, te dije. Todo fue en la misma semana en la que por enésima vez se contó el caso del enésimo pibe de entre 10 y 16 años que duerme en la calle, después de comer las sobras de algún restaurante de Rosario Hollywood. ¿Y? Nada. ¿Cómo nada? Nada de nada. No hubo denuncia, operativo, articulación (maldito vocablo que usan todos) ni nada para ver que esos pibes no tengan que ser recogidos por la policía. Paréntesis: la seccional segunda les da mate caliente y algún sandwich. De motu proprio. Porque sí. Porque siente que debe ser.
Ya sé que pibes en las calles hubo siempre. Acá y en todos lados. Como hambrientos, enfermos, excluídos, víctimas de injusticias, graves en serio. Me asusta, de todas formas, que en una ciudad manejable como la nuestra, porque nos va mejor, pero no somos ni Nueva York ni Sydney, paradigmas de la soledad del desamparado en la sociedad multiconectada, no pase nada frente a ellos. Me inquieta que los más y los menos sean tan amablemente aceptados como para gastar tinta y esfuerzos públicos en unos y no en otros.
No pretendo inmovilizar gritando por los más. Sí espero poder decir con voz pausada y audible que los menos son eso: menos. ¿Se entiende?
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