CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
A la maestra la exhiben tomada en cruz por varios brazos, con una navaja apoyada en la yugular. Sus gritos se esparcen por el patio empedrado y traspasan la carpa de la lluvia. Hacia la derecha, un piso más arriba, se sacuden las persianas del penal; por la abertura se despeña un bulto: cae como desenvolviendo banderas. Al estrellarse contra el suelo, se abre en bandas de sangre. Un guardia. "Tengo tres hijos" suplica la maestra: ocupa la pantalla entera de los televisores que pasan flashes, cada quince minutos, sobre el levantamiento, "Mis hijos, Anita Restrepo, Lisa Restrepo, Lucas Restrepo", amplía la rehén; alguien del grupo que forman los parientes de los amotinados, putea al cordón de policías: "pero tráiganle esos pibes", "nacidos el 20 de enero de 1999, el 15 de..." , "que los vea por última vez" gotea una voz de origen impreciso que cuela un interno; la maestra, inmóvil bajo la navaja, "Ríos, Irma, presente" se nombra a sí, pasándose lista, lleva desabotonado el guardapolvo, el cabello desmadejado; intenta prenderse el primer botón tomando la solapa con la boca, pero no alcanza el ojal; "maestra suplente por resolución ministerial 324/06" afirma y recita con voz aguda "Nos, los representantes del pueblo de la Nación Argentina, reunidos", preámbulo de la constitución tres hijos tres patriotas; en el umbral a ras de tierra, el cordón represivo se parapeta tras sus escudos y de tanto en tanto dispara luces de bengala; mantienen la posición por más Preámbulo que se les descuelgue o papel envolviendo una piedra que caiga hacia ellos. "Noticias" informa el portavoz de los amotinados desbandando a los periodistas que quieren convertirse en el que alza el mensaje y se lleva la primicia que viene del segundo piso; la hoja trae la identidad de los rehenes ocultos, (el panadero, el capellán del penal y el subjefe de policía, Lisandro Rosas), más la comunicación de una nueva ejecución; avisan también que el plazo para eliminar a la maestra vence a las doce, "al mediodía" transmite el corresponsal del Castellanos, haciéndose una seña de degüello sobre la garganta, "no va ver más a sus hijos" gotea la voz imprecisa; como refuerzo de datos sobre la situación, cabezas embozadas se asoman por la ventana del segundo piso y aúllan: "el gobernador, el gobernador; que venga Lapalma, ya", "que el excelentísimo señor gobernador Lapalma se apiade de mí", clama la maestra, y empieza: "padrenuestro...", algunos civiles se acoplan al rezo pero abandonan enseguida; con los parlantes se notifica a los amotinados de la llegada de la comitiva gubernamental. Lapalma hace oír su voz componiendo una tregua. De allá contestan soltando desenrollando una larga bandera de Unión que suelta el cuarto cadáver. También exhibe en letras desparejas lo que los amotinados demandan. Las cabezas de los jefes policiales. La ley del dos por uno. "Pero esto, tema del congreso nacional. Meses. Y escapa a mi esfera de decisión" gruñe
Lapalma a su segundo. "En el fondo, lo que buscan es otra cosa... ¿qué buscan?" gruñe Lapalma. "Déjenme arrodillarme ante el excelentísimo gobernador de la provincia", llora la maestra, "de rodillas quiero peticionarle...". "Los amotinados saben. Saben lo que piden y saben que está más allá de mis posibilidades", gruñe Lapalma. Propone un armisticio de seis horas. "De rodillas excelentísimo señor gobernador, indúlteme" clama la maestra. En seis horas les tendrá respuestas a los amotinados. Bajo un racimo de paraguas, apostados en la vereda, bajo las altas paredes del penal, aguardan que el cabecilla, un tal Amor Candelero, acepte o rechace la tregua. Le forman platea a una catapulta de fuego; colchones arrasados por llamas abrasan la caseta de madera del inspector de tránsito municipal que maneja las barreras de acceso de vehículos. Mientras tres periodistas rescatan entre humo al hombre que cobra fuego, "No me gusta cómo pinta esto, No hay otra gobernador, corte las cabezas que pueda y pidan, Preferiría una charla con las cúpulas, Haga caso, gobernador", el campanario de la iglesia larga el primer badajazo de las doce, "mediodía", la navaja se aprieta sobre la yugular de la maestra, brota un hilito de sangre "que Dios perdone mis pecados, Dios, he cometido pecado de lascivia, he caído, he dado el mal paso, no mantuve intacto el sacramento matrimonial, no respeté a mi consorte legal, perdoname, Luis, por favor, necesito un sacerdote que me absuelva, se lo suplico, excelencia, he mentido, he robado un par de medias en el Patio Olmos, un cura, piedad", "Es que veo la mano de Buenos Aires en todo esto, desde el primer momento, Codician la intervención de la provincia, Jefe: si la asonada y la inundación se prolongan, Buenos Aires meterá mano", "soy indigna de llevar esta escarapela, excelencia", "Si usted no arregla el bolonqui de la policía, Pero en qué términos, Arregle, tire la pelota para adelante, después se ve, Está bien, dice Lapalma, adelantémosles una afirmativa a todo, hágalo", lo hace; Amores Candelero se asoma hacia abajo, abre los brazos como si fuera un general hablando a la multitud y lee el petitorio formal de demandas. Y en nombre de los encausados, acepta la tregua. Rodarán las cabezas que los amotinados piden. La navaja se retira de la carótida de la maestra; la maestra compone su guardapolvo, constata que está bien abrochado, se pone en posición de firme y arremete con voz aguda las estrofas del himno nacional.
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