CONTRATAPA
› Por Marcia Bredice
Con una destreza de acróbata, cierra la puerta con una patada y apoya las bolsas en la mesa. Vuelve del mercado con seis bolsas. En una la carne, en otra las verduras. Una tercera conteniendo latas de conservas y algunas más con lo que ordenará velozmente para no quitarle tiempo a lo importante. Se lava las manos. Pica la cebolla de verdeo. Se demora en derretir un trozo de manteca y cuando oye el crepitar, le aumenta de tamaño el corazón. Recuerda. Se le humedecen los dedos y los ojos. Deja que, mezclándose con el sabor a sangre de la carne, vaya subiendo el perfume del vino. Elige cuidadosamente los ingredientes, las piezas, los tamaños. Se los acerca para sentirles el olor.
Inaugura la vigilia de los besos y las manos y los compases que en el hondo laberinto de la noche agrupará en su pentagrama la nostalgia.
Nunca sabe cuándo, pero sí cómo empieza y qué maneras hay de inaugurarlo. Sabe las maneras de hacerlo virtuoso y distinguido, de ponerle el frac adecuado a la ocasión y hacerlo lucir como nunca antes.
Sabe esperar junto a una olla los minutos que le restan a un arroz, despegar mientras tanto del piso la hoja de berro que tercamente adhirió sus nervaduras o la mancha pegajosa del jugo que cayó de una naranja. Mira y piensa.
También en su habitáculo de penitencia, Juana de Asbaje observaba fenómenos concretos. Ponía a bailar un trompo en la harina y estudiaba leyes de la física. Se dice sin decir. ¿Qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Repite. Recita los seis o siete cuartetos de sus redondillas. Se ríe. Sola se ríe cuando recuerda cuándo y por qué había aprendido esos versos de memoria. Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Y un poco después, los de Alfonsina y los de Alejandra. Tú me quieres blanca, Dios te lo perdone/ Tú me quieres nívea/ Dios te lo perdone/ Tú me quieres casta.
Hay quienes aman cocinar y quienes cocinan cuando aman. Entre estos dos grupos, se divide el mundo de los paladares. Aunque la combinación de los elementos sea materia de erudición y ciencia cierta, los mejores platos van de la mano del amor. Los panes, los quesos, los guisados saben mejor cuando debajo del plato hay una mano tibia que los sirve.
Vuelve a reírse mientras el Otro, le rodea la cintura en un abrazo.
Ni el suculento banquete de Trimalción se le compara a esta noche en que cocina para quien ama.
Y repite los versos de Sor Juana: Goza sin temor del hado, el curso breve de tu edad lozana, pues no podrá la muerte de mañana quitarte lo que hubieres hoy gozado.
Gira su torso entre los dos brazos que la contienen y vuelve a caer en las redes del amor.
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