CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Señores: Gardel, no canta día cada día mejor. No canta. No puede. Porque se murió. ¿Queda claro? Gardel se murió. Hace setenta y un años que crepó. Y san se acabó.
Las reuniones sociales de compromiso tienen la ventaja y el error de la falta de tamiz previo. A los amantes, como vos, del hola buenas noches, me presento, me parece que a vos te conozco de otro lado o del cuénteme que me interesa mucho, concurrir a un sitio en donde dos de cada tres son desconocidos, la experiencia es excitante. A mí que me cuesta ir por una copa de vino sin tropezar o golpear a un anciano en sillas de ruedas que, claro, no vi, esas invitaciones preanuncian tragedias. Claro que jamás imaginé que tu osadía y capacidad de relacionarte iba a poder terminar dirigiendo una arenga, a voz en cuello, sobre la muerte el zorzal criollo, el hombre de la sonrisa eterna, el novio de los y las del dos por cuatro.
Como el encuentro fue algo notorio, prefiero ahorrar los detalles de lugar y tiempo. Al menos que se sepa que fue esta semana y en uno de los salones que mira al río obnubilando todo recuerdo de la otra ciudad de Rosario, la que se queda afuera de la revista Gente o de la Noticias que se empeñan en ver a este pago del Monumento como la Barcelona Argentina. Sea. Una buena selección de vinos y de personajes mezclados de los medios, del empresariado y de vaya a saberse dónde. Informalidad producida en trajes y vestidos, sonrisas cuidadas, buen clima, bah. Por fin, una pareja de chica y chico de veinticinco años que bailan tango. Aplauso. De convención y de ocasión social. A mi me gusta el tango clásico, empezamos a escuchar al lado, sin tanto firulete para la exportación y con respeto por las tradiciones. Uno se conoce. Y mucho. Pero a mí me alcanza con saberte desde hace tiempo como para deducir que el respeto a las tradiciones es la catapulta para la batalla eterna contra los dogmáticos. Contra los muertos en vida, solés decir. Cuando te vi apoyar la copa de pie alto para liberar tus manos pensé en el señor que pedía respeto por la historia y su familia. Le deseé problemas de riñones graves y una urgente necesidad de baño. Pero nada. La suerte, esa siempre presente autora de las cosas apenas soñadas, hizo la suya. A la pareja bailarina le siguió el cantante, el cantor, de, otra vez, nuestro tango. Nos ocupamos en ellos. Primero fue Naranjo en flor. El pibe, no más de treinta, eso es ser un pibe, me dijiste, paladeó, monitoreando el auditorio remiso a hacer silencio y a dejar el Malbec y el Chardonay, su historia de ser agua blanda, más que el agua blanda. Se afianzó cuando la música lo obligó a saber, primero, sufrir, luego amar y al fin andar sin pensamiento. Otra vez maldije saber que te conozco. Pura letanía sadomasoquista. Primero amar y, a lo mejor, quién te dice sufrirás. No siempre. Pero pase. LO que no puedo tolerar es eso de andar sin pensamiento. Te chistaron. Con razón, nos pidieron silencio para el chico que cantaba, nada mal, y que hacía el esfuerzo de ignorarnos. A nosotros y a los otros cincuenta que le daban a la charla, al vino y a unos rollos de pavita, queso y no sé qué. El hombre de las tradiciones, ¡vivan las reuniones sociales! se había perdido con los últimos acordes del dolor de la vieja arboleda y la canción de esquina. Tranquilidad. Fragilidad. Como la de Sting.
Entonces fue el entonces. En aquella noche amarga, maduró la fruta amarga. Fue Manzi. El cantor invocó la letra mejor y más cierta. En realidad, no sé si la mejor, eso les importa a los que miden si la avenida, el río o la bandera son los más largos o los más anchos, raros adoradores de las dimensiones físicas que dicen defender valores espirituales. Y los más altos, claro. Los más. La mejor para mi alma, me dijiste. A vos te cantan cerca del alma cuando lo escuchás. ¿Cómo no creer por el rato que dura la música que el alma existe cuando alguien puede preguntar en qué nubes de qué cielo la tristeza de tu vuelo sin consuelo vagará? No me embromes. Es mucho. Ni el vino, ni la agorafobia social, ni siquiera la vanidad de ver y ser vistos pueden cuando se canta que eras la luz de sol y la canción feliz y la llovizna gris en mi ventana. Nada es más que ser remanso fiel y duende soñador y jazminero en flor y ser mañana. ¡Eras mañana! Sólo a un poeta en serio se lo puede dejar ser padre del más atronador oximoron. Y como oximoron de tango, ni siquiera es un oximoron verdadero. Es poesía químicamente pura. La filigrana de saber describir tiene tono de suave murmullo, de viento de loma, de pálido arrullo de la paloma. No podía verte. Apenas pensar en saber que ya no será jamás aroma de rosal, frescor de manantial en mi destino. Solo serás la voz que me haga recordar que en un instante atroz te hice llorar.
La ceremonia de trance había operado. Unos cuantos aplausos, menos escuálidos, me trajeron a la nada social. Porque, hasta allí, nada de nada. Ni nueva gente, ni charla interesante, ni siquiera un vino de los que no podemos comprar en el supermercado para esas buenas ocasiones. Hasta allí. Familia, tradición y, seguro, propiedad, volvió a nuestro lado atraído por unas tostaditas con huevos oscuro de pescado real y trocitos de otro rosado cubierto con salsa de algo agrio. Y fue justo que los aplausos cesaron, el murmullo se puso de acuerdo para silenciarse, justo nosotros allí y el hombre habló. Justo el treinta y uno, de Discépolo, debería usarse si se quiere musicalizar alguna vez la escena. El hombre dijo: si Gardel lo oyera a este pibe, se muere. Y uno desde su lado, ni lo vi, remató. ¡Qué querés, si el mudo, cada día, canta mejor!
Vos podrás decirme que lo tuyo fue un arranque en defensa del joven cantor que, probablemente, no lo sé, escuchó esa desubicación. No había escenario, músico e intérprete estaban a nuestra par y nosotros, embeleso de Manzi, a dos pasos de los artistas. Qué se yo. Vos podrás decirme que lo tuyo fue mero acto de principios. Lo que sea. Yo sentí el frío y el hastío, lleno, esa noche. ¿El señor cree que Gardel canta mejor que este joven intérprete?, le dijiste como introducción al tipo que ahora le semblanteé unos cincuenta, panza con triglicéridos y colesterol, malo, altos. El hombre, entre desconcertado y ansioso por su caviar y su salmón, bufó una especie de sonrisa y un por supuesto todos juntos. Aliento de Chardonnay en exceso, creo.
Entonces, el discurso. El tuyo, claro. Gardel no canta mejor que este chico porque se murió. Estimo que el cantor de riguroso traje negro y flor en el ojal, de diseño pero flor al fin, hubiese querido hacerle compañía al varón de Buenos Aires en ese mismo momento. El silencio de la fiesta ya no era casual. Todos te miraban. A vos, al hombre de la tradición y del salmón en tarteletas y al pibe que había traído a su naranjo en flor. Se murió. Kaput. Dijiste. Por eso, Gardel no canta más. Ni bien ni mal. El invitado pensó en ignorarte y seguir su paso hacia su grupo. Pero se ve que vos no pensaste. Igual a él, digo. Gardel es un enorme artista que merece veneración por lo que hizo. Por saber cantar todas las notas como hacen los grandes, con afinación perfecta y musicalidad irrepetible. Puede ser. Con presencia, personalidad, mérito de ponerle su primer sello, todo lo que quieran. Pero no canta mejor que este joven. El chico pensó en el próximo show que daría esa noche y pensó en la efectividad de su desodorante. Con lo que transpiraba en ese momento, era para dudar. Gardel no canta. Gardel murió. Y sería hora que sus deudos, ustedes, dejaran de usarlo como símbolo de más muerte, para asesinar a todos los que se le animen a la música ciudadana. Cada vez que alguien usa esa ridícula frase de un muerto cantando, no le emparda a Manzi que supo decir que fuiste mañana. Hace el triste papel de un sepulturero malsano que se resiste a enterrar un cuerpo sin vida, que ya huele feo, feísimo, que supo albergar una voz inigualable. Y generosa. Que cantó en su hora no para que la comparen o para dictaminar prohibiciones. Sino para que una música sea más, mejor, múltiple, diversa, grande, contradictoria, rica, genuina, con más y menos, distinta, nueva, vieja, brillante, opaca, música. Me dan tristeza. Señores: Gardel, no canta día cada día mejor. No canta. No puede. Porque se murió. ¿Queda claro? Gardel se murió. Hace setenta y uno años que crepó. Y san se acabó. Pido un aplauso por este joven cantor. Y sonaron fuerte las palmas, che.
En el estacionamiento, semana de Gardel, íbamos silbando. Fruta amarga, claro. Faltó que le dijeras a Carlos, sonrisa perfecta: Ya no estás. Y el recuerdo es un espejo que refleja desde lejos tu tristeza y mi maldad. ¡Ya no estás! Y tu ausencia que se alarga tiene gusto a fruta amarga, a castigo y soledad.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux