CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
Yo era un chico que miraba fascinado el mundo de los mayores. No era raro que mis padres me llevaran con ellos a las pocas diversiones que asistían en ese pueblo y en ese tiempo remoto, tanto que a veces me aparece como un fogonazo artero, de vez en cuando en mi memoria el recuerdo de los bailes populares en el Huracán Foot Ball Club, de amoroso recuerdo de esos encuentros que hoy me parecen el colmo del esplendor y la luz rumorosa y alegre. De esos bailes quiero escribir aquí. Esos bailes que quedaron en un lugar querido del recuerdo, que a veces uno cree haber olvidado para siempre, hasta que algo lo enciende otra vez.
En este caso fue leyendo un cuento de Daniel Moyano: "El viejito del acordeón", incluido en un libro con sus últimos trabajos que es para mí imprescindible como todo lo que a hecho este gran escritor. El libro de marras se llama "Un silencio de corcheas" y la edición es de 2010.
En este cuento que comienza "El viejito del acordeón era una polca muy popular en la Argentina de los años treinta", narra magistralmente cómo su abuelo músico lo mandaba a oír los nuevos temas para incluirlos en su repertorio y como no sabía leer la partitura, apenas su nieto le repetía las notas con su silbido, él, su abuelo, la incorporaba en el acordeón para siempre.
Esta vez el narradorniño refiere cómo busca ese nuevo tema.
"Un día fabuloso para mí me habló de un vals nuevo", dice. Y renglones más abajo, prosigue: "Mis tíos, que tenían casi veinte años y bigote, esperaban a sus novias apoyados en los postes de las altavoces que transmitían la nueva música. Consideré que el vals que había ido a esperar era la cita con la primera novia. Lo habían anunciado, en cuanto acabara la propaganda sonaría. Se llamaba 'Gota de lluvia'". Y acá mi memoria se encendió.
Recordé haber hecho mención a este maravilloso vals en la versión de Héctor Varela, con sus cantores de entonces, Argentino Ledesma y Rodolfo Lesica. Recordé también haber escrito que la música de ese vals me remonta irremediablemente al año 58, tal vez, o un poco antes, o un poco después. Recordé nítidamente que veía como en un sueño el baile, la pista del club con las baldosas rojas, a Carluncho Gerlo bailando con su novia en su impecable traje gris, de verano, porque esa era la estación de las reuniones al aire libre.
Recordé haber publicado ese texto en un libro de entonces y su alegría cuando lo había descubierto y su invitación a un vermut como los de antes, completo con su picada. Fue en las mesas que pone el conserje del club en la vereda.
-Para festejar y para agradecer --me dijo el amigo Carluncho Gerlo.
Y recuerdo un asado, años después, cuando la anécdota y el agradecimiento se reiteró en presencia de sus hijos -Claudio y Gerardo- que heredaron su amistad conmigo. Pero sucede que al leer el cuento de Moyano y tratar de releer mi texto donde recordaba el baile y el vals, simplemente no lo encontré. No supe de qué libro era. En los dos que podría haber estado no está.
Y sin embargo las dos referencias a los encuentros con el amigo Carluncho son reales. No las he inventado podría jurar sin ningún temor a equivocarme.
En el próximo viaje al pueblo preguntaré a sus hijos que tal vez tengan el libro que me es esquivo o quizás el título, con el que me podría arreglar igual para no pensar que la literatura produce alucinaciones, o quizás este hermoso vals que tiene música de Féliz Lípesker y letra de Homero Manzi, nada menos, nunca hubiera sido mencionado.
Y esta reconstrucción inesperada e involuntaria tiene una razón de ser: el rescate de aquellas reuniones sociales, de aquellos bailes que estaban puestos en un lugar de una sensibilidad ingenua pero no menos importante que otra, porque estaba instalada en un mundo que recién empezaba, esas reuniones tal vez estimuladas en su exteriorización por las radionovelas, las películas argentinas de los teléfonos blancos, los musicales de Hollywood, los radioteatros donde la grave voz de Oscar Casco repetía por los micrófonos de Radio El Mundo a una también joven Hilda Bernard.
--¡Mamarrachito mío!
Y los guiones tal vez fueran de Abel Santa Cruz o Alberto Migré.
Todo esto no eludía tal vez cursilería, a la que no temo cuando es auténtica y que merece ser rescatada. También para la gente más humilde, entre las cuales estaba mi familia, que se sacaban el sudor de las cosechas y por un momento imprescindible soñaban con un mundo más perfecto, como son siempre mejoradas las ilusiones y sobre todo es un homenaje a la memoria del querido amigo Carluncho Gerlo, para que siga girando maravillosamente al compás del valsecito "Gota de lluvia", eternamente por todo los tiempos.
Cuando ya no queda ni la pista de las baldosas rojas, ni mi niñez, ni los sueños de aquella gente que trabajó y sudó y amó y sufrió y un día cualquiera se fue para siempre.
Y lo único que queda sobre esta tierra es la maravillosa música y la no menos maravillosa letra del vals "Gota de lluvia", sonando imbatible para siempre.
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