CONTRATAPA
Escape
› Por Rosario Spina
Tiene el pelo grasoso más de la cuenta. A veces parece limpia. O más arreglada. Pero hoy luce como la mujer distante que es. Que ellos lograron que sea.
Imposta una sonrisa que es una copia berreta de su rostro. Los labios están entreabiertos y flotan en silencio por toda la habitación, gritando que no, que no puede, que no quiere.
En las manos tiene el olor al sexo agrio mezcla de tantos ellos anónimos y breves. Y pide que ya basta. Y piensa que cómo nadie oye, nadie sospecha.
La casa es un galpón destartalado sobre una ruta que se pierde en medio de la pampa. Lo único que se escucha todo el día es una música torpe, descuartizada. En cientos de kilómetros no hay más que campo desierto, liviandad y sordera.
Sabe que no puede huir. Sospecha lo peor si intenta cualquier cosa. Se la juraron apenas llegó. Al principio de manera amable y luego bastó un gesto brusco, una mirada fuerte para que cada uno revele el rol que venía a ocupar.
Hacéloquetepidan, flaca. En dos tiras fónicas su compañera de cuarto le había augurado la cornisa vertiginosa por la que tendría que caminar. Trizas de vidrios se clavaron en sus pies. Así fue la primera y cada una de esas noches.
Por eso prefiere flotar. Elige por partes su cuerpo, para ser más liviana. Y hay días que lo logra. Hoy flota su boca, mañana sus piernas. A veces el aire la lleva hasta su casa y escucha la voz de su hija. Aunque finalmente, son siempre otras voces disfrazadas.
El colchón está rotoso, la habitación húmeda. Deber plata que nunca pidió, que nunca usó, es la manipulación perfecta para el sometimiento. Y hasta tanto la junte, o hasta tanto lo quieran, ahí estará ella. Su cuerpo enroscándose con otros cuerpos. Su mente: levísima, intocable. Porque nada podrán ellos contra su versión alada.