CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Según un estudio de la Universidad inglesa de Liverpool, publicado en enero del año pasado, en el Daily Telegraph, leer poesía puede ser más beneficioso que los libros de autoayuda. Y esto es así porque "la actividad mental se `dispara' cuando el lector encuentra palabras inusuales o frases con una estructura semántica compleja, pero no reacciona cuando ese mismo contenido se expresa con fórmulas de uso diario".
A esta conclusión se arriba luego de que expertos en psicología y literatura sometieran a 30 voluntarios que leyeron fragmentos de textos de Shakespeare, Wordsworth, T.S. Eliot, John Donne, Elizabeth Barret Browning, entre otros. Los especialistas concluyen que el juego con el lenguaje impacta en el hemisferio derecho del cerebro (donde se acumulan los recuerdos autobiográficos) y suscita reflexiones desde otras perspectivas, que el lenguaje convencional no promueve. Para comprobarlo, precisamente, les hicieron leer a dichos voluntarios, los mismos fragmentos "traducidos" al lenguaje coloquial.
Ya lo dijo el señor de la poesía, Gastón Bachelard: El más insidioso de los automatismos es el automatismo del lenguaje.
Nosotros, lectores empedernidos, podríamos inferir que a raíz del resultado del informe, el mercado editorial desistirá de editar libros de autoayuda y se colmarán de poetas los estantes de las librerías, aunque, quien sabe por qué causa, hasta ahora no se evidencian cambios.
Pero volvamos a la cuestión de traducir los poemas al lenguaje coloquial. Me pregunto si a los expertos, no les habrá provocado algún escalofrío, algún remordimiento, alguna náusea hacerlo. Sobre todo me pregunto qué clase de especialistas serán puesto que ignoran que el poeta hace decir al lenguaje precisamente aquello que el lenguaje no sabe que puede decir.
De todos modos, aunque las objeciones no se agotan, creo fervientemente que la poesía es salud. No soy doctora en poesía (que la academia no lo permita y los dragones me preserven) pero por medio de los poderes sublinguales que me confiere el hecho de ser lectora de desde que comencé a balbucear mis primeras palabras, receto por vía oral, intramuscular, endovenosa o por las vías alopáticas, esotéricas, asfálticas, marítimas o aéreas, que se les ocurran, los poemas de amplio espectro del poeta, ruiseñor y dramaturgo Rodrigo Malmsten, a saber:
1) Para los fatigados del trance pero lúcidos lúbricos, así como para el tratamiento del síndrome de encasillamiento "genitalidad igual género", aconsejo consumir en dosis deliberadas los siguientes versos:
Silenciosos laberintos de mi carne /de mi cuerpo /de mi sexo /los míos / solitarios /inhumanos /mis labios / mi vagina / preciosa /hermosa como la luna de plata.
2) A quienes padecen trastornos de ansiedad, o trastornos de tornasoles, les recomiendo comer a cucharadas
Uun ángel con alas de brillantes/lame en su herida/y la fugacidad se aniquila/en el centro del ojo izquierdo de una mariposa/que hacia un bosque de árboles de fuego/va.
3) A quienes sufren de claustrofobia, así como a quienes no sorben los vientos que estallan en su pulso, les prescribo inhalaciones desmesuradas de la mariposa negra que súbitamente anida /en nuestra nariz /dejándonos, apenas/ un orificio de cristal /para respirar /en los días de sol.
4) A los afligidos por todo lo que han hecho y deshecho, así como a los que repiten tristezas de memoria les recomiendo.
Miles de lenguas navegan sobre las aguas cristalinas del diamante/ las sombras esculpen cuerpos en el cuerpo del rocío /y la estática noche gira en el valle de sus manos.
Basten estas cápsulas de oro, estos confites cósmicos, estas grajeas aladas, caprichosamente seleccionados, para ilustrar en qué modo la poesía de Rodrigo Malmsten no sólo enferma de belleza a los abismados, sino también está en condiciones de mejorar la salud del mercado editorial enfermo de abulia.
Además, como el libro del poetaruiseñordramaturgo argentino, residente en Bruselas, fue editado en el año 2009 por Mansalva, ingerirlo vendría a ser un tratamiento contra una de las enfermedades con la que el mercado editorial nos infecta sistemáticamente: la bulimia consumidora para la cual sólo la novedad cuenta.
Tal como afirma Alberto Manguel, "nosotros, los lectores, nos dejamos tentar muchas veces por objetos impresos que parecen verdaderos libros (creados por hábiles agentes literarios o mercaderes disfrazados de editores)". Pues bien, Esqueletos transparentes nos cura también del espejismo.
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