CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Pero no importa que todo esté claro. La gente ve lo que quiere ver. Ve un albañil donde debería ver un pájaro.
Más todavía, ve una mujer en el jardín, inclinada ante sus plantas, donde hay una empleada municipal conversando con cuatro dragones.
La empleada municipal mueve las manos entre las flores y no hace falta que levante la voz para que yo perciba el volumen de lo que su corazón agita.
Por primera vez la empleada municipal corrige a sus cuatro dragones, "que no".
Y los dragones, "que sí".
Y la empleada, "que no".
Y el dragón con ojos de crisantemo, "que aquí estamos en un agujero".
Y el dragón con pezuñas de agapanto: "que deberíamos irnos lejos".
Y la empleada municipal: "que ya estamos lejos".
Y el dragón con cresta de malvones: "que no podemos volver".
Y el cuarto dragón que no habla porque es imaginario.
Ya he contado, en otra oportunidad, que paso muchas horas en la ventana atenta a los movimientos de mi vecina. Sé bien a qué hora parte al palacio municipal y a qué hora no regresa. Se podría decir que cuido su casa más que la mía. Si advierto algún peligro en su vereda, llamo a la policía, en cambio, cuando la amenaza está de mi lado, el pánico me paraliza, entonces, es ella la que hace sonar la alarma y la amenaza desaparece.
Mucho me atrae de la empleada municipal su serena e infatigable labor con los cuatro dragones, y cómo se atreve a contradecirlos de manera valiente, inesperada.
Abril es el mes en el que ella remueve las lentas raíces con agua de lluvia y recita de memoria el relato de aquel jinete que cruza al galope el helado lago de Constanza y al darse cuenta de lo que ha hecho, muere de miedo en la otra orilla. Creo que es el cuento que más les gusta a los cuatro dragones.
Apenas se mudó al barrio, yo estaba asustada. Me pasaba lo mismo que al resto de la gente: sólo veía una mujer inclinada entre las plantas alimentando cuatro gatos, uno color gris, otro color negro, otro color amarillo y otro imaginario.
Cierta vez, un vecino, se detuvo ante su casa y le habló a través de las rejas. Ella se puso de pie y los cuatro dragones, como cuatro gatos ariscos se escondieron entre las matas de flores. La empleada municipal respondió apenas y el vecino se marchó quedando más ciego que antes, ya que desde entonces ni siquiera ve una mujer cuando pasa por su casa.
Pero no importa que todo esté claro. La gente ve lo que quiere ver. Ve una bailarina donde hay una mariposa.
Esta tarde la empleada municipal se mantiene firme en su posición: "que no".
Y el dragón con ojos de crisantemo: "que cuando uno piensa, oye".
Y el dragón con pezuña de agapanto: "que cuando uno sueña, sabe".
Y el dragón con cresta de malvones: "que cuando uno baja, sube".
Y el dragón imaginario vuelve a atraer la mirada de la empleada municipal porque se ha manchado el pescuezo con espuma delicada.
Ella, intacta en lo femenino, en un vértigo corto, examinándose, sobrepasándose a fuerza de conocer sus propios altibajos, se deja confundir otra vez por sus cuatro dragones.
Y el dragón con ojos de crisantemo: "qué pasa?"
Y el dragón con pezuña de agapanto: "no sé".
Y el dragón con cresta de malvones: "yo tampoco".
Y la empleada municipal: "ay".
Y el dragón imaginario abre los ojos, pero cuando el párpado violeta se desliza hacia el borde del cielo, se escapa una sombra que la empleada municipal, instintivamente atrapa en el aire y la toma bajo su cuidado.
Y la empleada municipal: "que es la vecina de enfrente".
Y el dragón imaginario: "que no te asombre existir".
Y el dragón con ojos de crisantemo, "que nos soñaste".
Y el dragón con pezuñas de agapanto, "que no te olvides
el vértigo".
Y el dragón con cresta de malvones, "que estamos exactamente en el mismo lugar que antes".
Y la empleada municipal, "que nunca me sentí menos separada del universo".
Y yo, "que cada cual hace con sus brazos lo que puede".
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