CONTRATAPA
› Por Pablo Serr
Baby miró a Estela y la juzgó una excentricidad, pensó que debía haberse muerto en la guerra, y si cerraba los ojos sentía que la cama era movida desde abajo por el espíritu de Estela. Afuera sonó una bocina; Baby abrió los ojos y quiso consultar un reloj, pero relojes en su casa no había, para Baby el tiempo era una ausencia.
Estela se mudó a casa de Baby hace por lo menos cinco años. Baby en ningún momento se opuso a la convivencia con la prima Estela, pero en su interior la muerte de Estela era un punto fijo en el cielo, como un talismán.
La bocina volvió a oírse pero distante, y Baby supo que ya no corría ningún peligro en caso de levantarse y salir al jardín. Y eso hizo. Con sigilo se deslizó hasta la cocina, y por la puerta del fondo del pasillo, que ahora está pintada de azul, salió al jardín. El cielo estaba de un color morado y el césped todavía húmedo, pesado bajo el rocío. Baby hizo dos pasos hasta la mesa de caño, se quitó las medias y dio un salto en el lugar, incluso emitió un tímido gritito de felicidad, pero su preocupación era que Estela supiese que él estaba en el jardín y se arrebatase a preparar té y tostadas con manteca. Y es que Baby sólo era feliz en el jardín.
Dentro de la casa alguien abrió una puerta y la cerró. Baby corrió a ocultarse detrás de un tronco ancho, pero olvidó sus medias sobre la mesa y Estela, al verlas allí, sabría con seguridad que Baby estaba oculto detrás de un tronco ancho, temblando de miedo. Los zapatos con suela de goma de Estela se arrastraban a gran velocidad por los pasillos de la casa, pero Baby ya no temía enfrentarse con el monstruo Estela, más bien deseaba hacerlo, acabar el juego de una vez y salir victorioso. Los padres de Baby habían muerto en la guerra, y desde aquel triste suceso Baby había quedado a cargo de su tío Ernesto, capitán de la marina, viudo de dos mujeres, actualmente juntado con una morena de la misma calle de Baby, a dos casas de su casa. Baby no sabía por qué pero la casa de su tío le parecía una cárcel, dentro decía que se sentía ciego y mareado, decía no oír la campana de la Iglesia y no comprender el significado de las palabras; la noche antes de que su tío le dejase a Baby la casa para que viviese más cómodamente junto con Estela, Baby había tomado un pájaro pequeño de un nido en el jardín y había dicho a Estela en el oído que ese pájaro era Estela muerta y reencarnada en un pequeño pájaro que Baby podría matar cuando quisiese. Estela creyó que lo mejor sería mudarse a la casa que había sido de los padres de Baby antes de que todo se le escapase de las manos. Esa misma noche tomaron un taxi y abandonaron para siempre la falsa hospitalidad del tío viudo, como le llama Baby cuando está de mal humor.
Baby cortó una uva y el racimo se inclinó hacia un lado, y luego hacia el otro, hacia atrás una vez, hacia adelante, y Estela le dio un golpecito en el antebrazo y le dijo que eso no debe hacerse porque los árboles sufren igual que sufre Baby o que sufre Estela, y que si una uva se corta, el racimo se inclina, y si el racimo se inclina, la planta se hace más débil y la raíz puede surgir de la tierra y chocar con la luz y la planta se secaría y la vista de Baby ya no podría oler el aroma de la uva fresca y la boca de Baby ya no sabría desear una uva fresca.
Estela tomó de una mano a Baby y lo condujo al fondo del jardín, junto a las plantas venenosas. Baby preguntó a Estela si esas plantas podrían matar a un elefante, y Estela respondió que sí, que era posible eso si Baby usaba la imaginación. Y entonces Baby le replicó que no había grandes elefantes en el barrio, y Estela, anticipándosele, dijo simplemente que Baby era poco ocurrente, que todos los niños podían ver los elefantes excepto el pobre de Baby. Para los otros niños son elefantes sus padres, y las madres aplauden a sus hijos cuando estos llaman a sus padres grandiosos elefantes. Estela narró a Baby una historia de padres y elefantes, y Baby terminó por dormirse con la cabecita apoyada entre las piernas flacas de Estela.
Estela recordó que una vez había soñado ser una abeja, y que mientras esa abeja "la abeja Estela" sobrevolaba los dulces aires del sur, un elefante había saltado en el pantano y una pelotita de fango blanco había hecho estampar a la abeja contra un alambrado electrocutado que cercaba los límites de un campo ajeno.
Baby escribió imaginarias cartas a sus padres muertos que luego no envió. Pero Estela no estaba muerta, estaba dormida, y cuando sus pies se movieron, Baby lloró en silencio.
"Deberían darte asco los caracoles. Son negros cuando quieren, pero azules si se les habla al oído y se les toca en la entrepierna", dijo Estela, y luego abrió la puerta, cruzó el umbral en puntas de pie y la volvió a cerrar con un dedo de fuerza.
--A mí no me importan nada los sucios caracoles. Yo sólo entiendo de peces, de rayas y de tiburones --replicó Baby--. Sin embargo, por las noches oigo las ratas debajo del suelo y me asusto. Pienso que son cadáveres de caballos que conversan y traman su espectáculo fatal.
La puerta se volvió a abrir, apenas. La cabeza de Estela se asomó.
--Después de cenar, lavá los platos y las ollas. Secá todo. Sacudí el mantel. Antes de acostarte, si estás bien calzado, echá veneno para cucarachas en la cochera, todo alrededor, por el perímetro. No olvides dejar la luz del baño encendida. Si te es molesta la claridad de la luna por la ventana abierta, no dudes en cerrarla. Pero entonces encendé el ventilador al mínimo. Y no hagas mucho ruido cuando te levantes mañana, quisiera poder dormir hasta tarde, hoy fue un día por dos.
Estela de pronto se calló, pero otra voz irrumpió en la noche, como una sirena, y una cabeza sin ojos se asomó y se ocultó rápido atrás de la puerta. Luego la puerta se cerró. Y se abrió una última vez, aunque menos que antes. Y una mano saludó. Y la puerta, al fin, otra vez se cerró.
"Ahora estoy solo", pensó Baby, y de inmediato se tumbó sobre el sillón.
--No recuerdo las cosas que me dijo esa boca loca, cosas que debería hacer.
Se oyó un ruido extraño en la cocina, ruido de vasos de vidrio estallando contra el suelo de mosaicos negros.
--Nada podría sucederme, puesto que estoy solo y estoy aquí.
Se oyó un ruido de pasos sobre el techo de loza aún caliente.
--Los caballos no surcan los cielos y caminan por los techos de las casas de las gentes porque sí. Además, antes de matar a un niño para comérselo, cualquier caballo preferiría comerse un pedazo de carne hervida y verduras al vapor.
Se oyó el ruido de una llave girando en el tambor de la cerradura de una puerta, lentamente.
--A nadie espero. Nadie tiene que venir.
Se oyó un aleteo histérico de alas de murciélago contra el vidrio de la ventana, detrás del sillón.
--La noche es generosa, siempre me ha cuidado a mí y a mi madre.
Silencio.
--Mi madre siempre dice que si no fuera porque el sol se cansa de dar su estúpida luz, nosotros nos hubiéramos muerto de hambre hace rato.
Silencio.
--Así que no tengo nada de qué tener miedo.
Se oyó un disparo, muy lejano. Se oyó el sonido de un motor de auto encendiéndose y luego alejándose velozmente hacia arriba, por la carretera que lleva al pueblo.
--En el pueblo vive gente. Es lógico que alguien vuelva allí por la noche, después de trabajar duro en el monte, al costado de los caminos cenagosos.
La puerta se abrió.
Los postigos de las ventanas se soltaron de sus cuerdas y se cerraron.
Un fuerte viento se había levantado, y la dueña de la pensión corría afuera, como loca, levantando al paso la ropa seca que había quedado en la soga desde la mañana. Se oyeron varios truenos en el cielo.
Luego Baby despertó.
Zagreb, 02.03.14
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux