CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
A favor de los ahorcados
Perdón, señor, dije, manteniéndome humildemente de pie. De dónde viene usted?, me preguntó él, con palabras subrayadas. Vengo de allá, respondí. El se abstrajo un momento y luego, felicitaciones!, exclamó. Yo empecé a dudar si no habría sido conveniente arriesgarme a decirle que venía de otro lado, pero ya se me había hecho un hábito mentir. Sus felicitaciones me mantuvieron de pie, yo que estaba tan acostumbrada a hacerme ovillo. Pensé que los relojes no dan todos la misma hora y que no estaba segura de que ésa fuera la oficina de empleo para bueyes perdidos. De todos modos me quedé allí, callada, porque haber hilado dos oraciones sin ponerme roja, sin que se me encorvara la espalda ya había sido de una terrible dignidad. Yo sabía que si conseguía ese empleo iba a poder arrancar. Usted se ha perdido lo suficiente?, me preguntó, y a mí me daba vergüenza decirle que siempre había estado atada, por lo que volví a mentir: Sí, mucho, dije. Siempre, reafirmé. Sin embargo tiene señas de haber vivido atada, me reclamó, señalando con la nariz mis marcas invisibles. Haber estado atada no me salvó de estar perdida, repliqué con una dignidad cada vez más espantosa. Fue entonces cuando el empleador concibió el proyecto ingenioso de mostrarme la salida. Esto es un salvoconducto?, pregunté y por un instante sentí que estaba a cargo de mi vida. Antes de que me despidiera, mencioné una ley que le impedía dejarme sin empleo. Pero para este momento, otra vez, ya no estaba segura de si esa ley era real o si yo la había inventado en mi libro "A favor de los ahorcados".
Silencio
Andá a ver si he muerto, dije. El vino al minuto y dijo: parece que sí. Morí de día o de noche? No sé, había niebla, dijo. Estaba muy pálida? No, no, dijo. Qué raro, dije. Andá a ver si lloro. El vino a los dos minutos y dijo: parece que no. Entonces estoy muerta. Parece que sí, dijo. Me pregunto por qué habré tardado tanto. No sé, dijo. Qué haré ahora que estoy muerta? No sé, volvió a decir. Dame tres vueltitas de llave así nadie entra. El volvió a los tres minutos y dijo: ya estás cerrada. Me dolía la garganta? Parece que no, dijo. Mmmm. Nunca estuve tan callada. Nunca, dijo. Habré muerto de silencio o de oscuridad? Tal vez de ambas cosas, dijo. Andá a ver si estoy justo en el centro. El volvió a los cuatro minutos: sí, en un centro estás, dijo. Necesitaría un telescopio para encontrarme? Sí, si fuera necesario encontrarte, dijo. Yo prefiero decir que he muerto de oscuridad y de silencio, porque morir de soledad es poca cosa. Sí, es cosa de los muertos, dijo.
Plaga
Un escritor pierde demasiado tiempo en escribir y en orinar. No se compromete lo suficiente con el progreso del país por atender sus dos necesidades básicas. Cuántas horas de su vida pasa con la cabeza puesta en tiestos y lucubraciones? Cuántas palabras que bien podrían estar dormidas, por su culpa pululan en los libros y en los diarios? Poco puede hacer el diccionario para preservar el orden de los conceptos. Ya basta de fingir. El escritor hace de las palabras sus mulas y las criminales, con sus aires de corrección léxica y su portación de legítimos significados, trafican los más insospechados sentidos. Hay un vacío legal que nos perjudica a los lectores moderados. Y como siempre, el estado hace la gran Pilatos. Un escritor no nos hace ganar más que disgustos. Todo era más o menos soportable mientras ellos encerraban sus libaciones en los libros, pero no conforme con ello, ahora aparecen en los diarios. Uno simplemente pretende desayunar con las peores noticias y de repente aparecen en la contratapa sus títulos insidiosos, sus textos corrosivos que meten el dedo en la llaga de la inercia emocional o nos mueven a resucitar nuestra falleciente vida erótica. Por todo ello, un escritor no merece un salario ni un baño dignos. A quién se le ocurría facilitarle la vida?
Por el sólo hecho de tener la irreverencia de dedicarse a orinar cuando le vienen ganas de orinar y por escribir ante la necesidad de escribir, el diez por ciento de derecho de autor y los pudendos baños del bar, se los tienen bien merecidos.
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