CONTRATAPA
› Por Javier Núñez
Quién sabe qué pasará por la cabeza de ese tipo hoy, cuando pise el césped del parque por última vez como jugador profesional. Quién sabe qué pensará cuando asome la cabeza desde el túnel y el estruendo de voces se le venga encima con el peso de todos estos años de trayectoria. Cuando a pesar de los años de experiencia y la carrera encomiable, la emoción se imponga y sienta la garganta seca, anudada, como si hoy no fuera la última sino la primera vez que sale a la cancha vestido de rojinegro. Justo él, que después de un puñado de partidos, nomás, pegó el salto a Europa y a fuerza de humildad y sacrificio se forjó una carrera soñada con títulos en España, Inglaterra, Francia, vistiendo algunas de las camisetas más deseadas del mundo. Que tuvo el orgullo de ganar el oro con la selección nacional por primera vez en la historia. Justo él, que un día dejó la banda izquierda para moldear la imagen de central aguerrido y feroz, de hombre de coraje, quién sabe qué pensará hoy cuando atraviese el césped bañado en una ovación interminable y a pesar de tanta historia no pueda evitar la emoción y tenga que hacer el esfuerzo para no lagrimear.
La ovación, la emotiva despedida que le brindaremos al Gringo Heinze esta tarde, está fuera de toda duda. La ganó con creces. Habrá quien afirme que la ganó porque es campeón. Lo es, sin dudas. Logró lo que muchos, antes y después de él, a veces sueñan durante toda una carrera sin conseguirlo nunca: dar la vuelta olímpica con el club de sus amores, enfundado en los colores del alma. Estampó a fuego, para siempre, su nombre en las páginas de gloria de Newell's. No importa cuánto tiempo pase. Su nombre estará ahí, insoslayable. Mientras los otros, los de los éxitos de un único domingo se borren y se hagan cenizas en el viento el de él persistirá, se seguirá repitiendo a lo largo de los años. Aprenderán a recitarlo en la zaga de esa formación inolvidable, como un mantra, los hijos de nuestros hijos, así como mi generación aprendió a recitar la formación campeona que no me tocó vivir. Ser campeón es hacer historia para siempre, eso está fuera de discusión. Pero ser ídolo es otra cosa. No todos los ídolos son campeones ni todos los campeones se hacen ídolos.
El Gringo es ídolo por personalidad, por lo que contagia, por liderazgo. Por sacrificio, entrega y coraje. El coraje también es defender un estilo en las paradas bravas, en las difíciles. El coraje también es pedir la pelota para salir jugando y asumir riesgos. El coraje es mantener la idea en la adversidad. El coraje es volver a pelearla desde adentro. Como Lucas, el Pomelo, Maxi, Nacho. Como el Tata. El coraje es poner el cuerpo donde está el corazón.
El Gringo es ídolo porque le puso el cuerpo a su amor por Newell's. Aceptó el desafío de volver, en un momento complicado, conociendo bien los riesgos. El, acaso, como pocos. Es parte del nutrido grupo de jugadores que se hicieron referentes de alguna etapa de la selección y que los resultados adversos pusieron en la picota. El fútbol sabe ser, también, una trituradora de carne. Tipos con carreras admirables, venerados en equipos de elite, fueron, son y serán masacrados sin piedad por esos que todo lo miden con la vara del éxito, sea en una mesa de café, una redacción o un estudio de radio o televisión. El Gringo Heinze --como Zanetti, como Ayala, como Verón-- sabe del maltrato, de la crítica excesiva, de la descalificación injustificada. Por eso, volver al fútbol argentino en un momento complicado de su --nuestro-- Newell's, fue una movida osada. Una apuesta del corazón.
Empezó su periplo europeo en España, en el Real Valladolid, y lo terminó en la Roma de Italia. Y juntó unos cuantos títulos. La copa de Francia con Paris Saint Germain. La Carling Cup y la Premier con el Manchester United. Liga y Supercopa con el Real Madrid. Una liga, una supercopa y dos Coupes de la Ligue con el Olympique de Marsella en sólo dos años. En 2007, tuvo el infrecuente privilegio de ser parte de una transferencia directa entre dos de los equipos más grandes del mundo: el Manchester y el Real Madrid. Quiénes fueron los otros, además de Heinze que pasaron del club inglés al español? Beckham, Cristiano Ronaldo y Van Nistelrooy. Nada más y nada menos. Pero no faltan los que dicen que el Gringo tuvo suerte en su carrera.
Podía pedir más?
Sí, podía. Quería terminar su carrera en Newell's. El club de sus amores. Darle una mano en un momento complicado, cuando el promedio apretaba. Pero también tenía un sueño. El de cualquier jugador. El de todo hincha. Volver para ser campeón. Vestirse de gloria para siempre.
Esa parte la sabemos bien. El recuerdo todavía late fuerte en los corazones.
Lo que no sabemos, lo que no podemos saber, es qué pasará esta tarde por la cabeza de ese tipo cuando pise el césped del parque por última vez. Cuando lo envuelva el rugido ensordecedor de miles de almas coreando su nombre, como queriendo que los ecos resuenen para siempre. Quizás toda su vida futbolística, desde los comienzos, se le venga encima en el trecho que va del túnel al centro del campo. Los sueños que alimentaba en la pensión, la ilusión del debut, la alegría del primer gol. Quizá se sienta satisfecho, en paz. Sienta que dio lo mejor de sí en cada partido, en cada momento. Y que consiguió tener una trayectoria admirable, magnífica. Quizá sienta, también, que tuvo la suerte de reservarse para la etapa final la concreción de ese anhelo irrenunciable que alimentó desde el primer día. El de gritar campeón embanderado en rojo y negro.
Quizá piense todo esto y haga el esfuerzo, a pesar de los ojos vidriosos, para no llorar.
Nosotros, en cambio, en la tribuna, nos permitiremos la voz quebrada al corear su nombre, y soltar alguna lágrima amparados en el anonimato de la multitud.
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