CONTRATAPA
› Por Raquel Miño *
Yo, Estela Juárez, fui la única que se animó a hacer la denuncia a la fiscal Rivarola. Apenas entró al penal le empecé a contar lo que no se veía. Porque que el baño estaba roñoso, lo vio con sus propios ojos y también lo olió. Me di cuenta que de puro fina no quiso arrugar la nariz, pero como quien no quiere la cosa hizo como se la rascaba. Nosotras en cambio tenemos el olor a mierda empapado en la carne. Ni siquiera podemos bañarnos porque no hay agua y las cañerías están rotas. Con una manguera de agua fría que hay en el patio me tengo que enjuagar ahí abajo ante la mirada de las guardiacárceles.
-¿La tenés fina Juárez? -me preguntó más de una vez la empleada.
La fiscal Rivarola también tomó nota de que la cocina no funcionaba. Se dio cuenta de que estaba sin uso apenas la vió.
-Acá hay una pérdida de gas -le dijo a su asistente-. Ya mismo cortan la llave de entrada -y agregó: -Si no hay gas para las internas, tampoco va a haber para las autoridades del penal.
No me despegué de ella, la seguí a todas partes pese a que la empleada trataba de cortarme el paso y a que la directora me miraba de manera amenazante. A mí me va a amenazar esa? Qué más me puede hacer que no me haya hecho? Casi me deja morir por una hemorragia que tuve y no le importó que reventara de dolor. Tenía la panza hinchada y llorando le supliqué que me haga atender, le dije que ella también era mujer, le pedí que me entendiera.
-¿Qué cosa querés que entienda Juárez? Debés tener una infección, seguro que por haberte metido alguna porquería ahí abajo. Aguantátela que acá no estás en un hotel. Estás presa piba -me dio unos antibióticos vencidos que servían para cualquier cosa y me amenazó con el puño cerrado.
Después la gente pregunta porque incendiamos colchones, gritamos hasta reventarnos las gargantas y golpeamos las rejas con lo que encontramos. Nadie se da cuenta de que queremos ser escuchadas, a nadie les importamos.
Al final, la directora llamó a una ambulancia. Se ve que le dijeron que era mejor que me atendieran antes de que se le muriera una interna. Al final me tuvieron que sacar el útero, los ovarios y me dejaron sin ilusiones. Nunca sería madre y eso que solo tengo veintidós años. Cuando volví a mi celda, la empleada no se privó de bardearme.
-Juárez menos mal que no vas a traer un pibe al mundo. Seguro que con una madre como vos terminaría preso o muerto de un tiro. Yo que vos en vez de llorar, estaría agradecida.
Me tuve que cuidar de que las cucarachas no se me peguen a la ropa y de que los ratones no me roben la comida. Con ellos la lucha fue feroz, están en todas partes, tienen más carne que nosotras y diría que casi también las mismas pestes.
También le conté a la fiscal Rivarola que la comida por la que nos peleamos con los ratones a veces no llega porque el personal la agarra antes y se la caranchean entre ellas. La mina me escuchó atentamente, tomó nota de todo lo que le dije y también me hizo algunas preguntas. Me miró con preocupación y creo que con cariño, digo esto porque no sé qué es el cariño, tal vez sea lo que había en la mirada de la fiscal Rivarola.
Me prometió que la situación iba a mejorar, me dio su palabra de mujer y cuando se fue nos saludó con un beso a cada una. Miró a la directora que trataba de no demostrar su rabia y la señaló con su lapicera.
-Inmediatamente presento un recurso de hábeas corpus en Tribunales por el agravamiento de las condiciones en las que viven las internas en ésta cárcel de mujeres -fue lo último que le escuchamos decir.
Nos miramos entre nosotras, apretamos los puños y nos fuimos a nuestras celdas murmurando insultos contra la mujer bien vestida. Todo era una mentira. Habíamos escuchado las mismas palabras de la fiscal Vallone, hacía exactamente ocho meses atrás. La investigación tenía escrita las mismas palabras y nuestros propios nombres y apellidos. Nos habían prometido una solución inmediata, igual que ahora.
En aquel momento presentaronun "plan de contingencia" para reducir el hacinamiento de las mujeres de la cárcel, nos habían garantizado el arreglo de las ventanas y dijeron que se incorporarían aireadores eólicos. No sé qué quiere decir eólico, tampoco importa, porque lo que sea, acá no llegó.
Con respecto a la alimentación, dijeron que iban a funcionar con un sistema de viandas, que por supuesto tampoco nos llegó. Al final, nos seguimos robando la comida entre nosotras y peleando con los ratones.
Por último, en el plan de contingencia de la fiscal Vallone nos dijeron que iban a firmar un convenio con el Ministerio de Salud para brindarnos la asistencia médica que nos merecemos. A mí ese beneficio nunca me llegó, porque yo me quedé con el vientre seco.
La directora esperó a que la fiscal se fuera con toda su corte. Cuando el último auto todavía no había doblado la esquina, nos mandó a llamar a todas las internas en el patio y nos miró a una por una.
-No es la primera vez que estas minas piden un recurso de hábeas corpus. Les aviso desde ya que tampoco va a ser la última. Hace años que hacen el mismo circo de venir, tomar nota, se hacen las que escuchan y las saludan con un beso. De acá hasta que yo me jubile, y faltan años para eso, van a venir veinte fiscales más creando todos los planes que se les ocurran. Se van a hacer convenios con todos los Ministerios, comedores y demás entidades, pero les aseguro y si quieren se los firmo ahora mismo, que ustedes acá adentro se van a pudrir.
Dicho eso le pidió al personal que abriera la manguera de agua helada para que nos saque el olor a mierda que teníamos. Y a la única enfermera que había de guardia le ordenó que nos dieran una medicación doble para que le dejemos de romper las pelotas.
*Fundadora de la ONG "Mujeres tras las rejas". Coautora del libro "Nadie las visita", investigación que aborda la problemática carcelaria.
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