Mié 12.10.2005
rosario

CONTRATAPA

Fragmentarios 53

› Por Mario Alberto Perone

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Extraño modo de manifestarse tiene entre nosotros la movilidad horizontal: saltamos de un desempleo a otro desempleo, continuamente.

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Dividir en muchas etapas pequeñas cualquier actividad, por más banal que sea, es un ardid que usamos nosotros, los melancólicos: no buscamos que el tiempo parezca plenamente ocupado sino que el vacío no parezca tan vacío. Como si el vacío en el que flotamos estuviera constituido por muchísimos vacíos pequeñitos, lo que sería casi tranquilizador. Dividir es acercar, es aproximar, es esquivar el tiempo. En cada instante yo hago algo y los otros hacen otras cosas y parecemos ocupados. Pero el instante no es una pequeñísima mordedura en el tiempo sino un gigantesco pozo sideral donde caben todas las cosas que en él suceden, amontonadas al azar, incluidos todos nosotros. Somos rutina, pertenecemos a una colosal rutina planetaria, primero nacer, después vivir y después morir, que nos iguala sin que importen las diferencias, por grandes que fuesen. Pero hay ciertos seres privilegiados, no incluidos en esta inmensa fatalidad: son los bebés que se saltan la rutina del medio y nacen y mueren en el mismo instante. Algunos los llaman ángeles.

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Rutina. Sentados en el sofá, miran televisión tomados de la mano. "¿Yo no me parezco un poco a ese?" pregunta él, ansioso. "Vos tenés la cara más redonda." responde ella, indiferente. Él enmudece y adueñándose del control remoto, sigue haciendo "zapping" frenéticamente durante el resto de la velada.

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No sé porqué, tengo la sospecha de que mi ausencia será más notable que mi presencia. Al menos, por un tiempo breve. Para ser digno de una memoria perdurable, hay que ser prócer o asesino serial. Las buenas personas se zambullen en el olvido rápidamente.

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Atardecer de un domingo de octubre. Inevitable horror del fin de semana. Pero los que nos resistimos tenemos una salida: sumergirnos en ese otro horror, escandaloso y mucho menos íntimo que el primero: la televisión.

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Siempre leo las críticas de cine, confiando en que mi elección, apoyada en ellas, será más o menos apropiada. Pero últimamente, las críticas me han resultado tan incomprensibles, tan herméticas y complejas, que cuando voy a ver las películas trato de encontrar en ellas las claves de las críticas correspondientes, sin lograrlo, y entonces me quedo sin haber entendido ni las críticas ni las películas. Algún cineasta voluntarioso debería filmar una documental didáctica cuyo título podría ser: "Cómo entender las críticas de cine después de ver esta película."

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Nuestro pasado está cada vez más presente, a la vez que nuestro futuro está cada vez más ausente. Y este movimiento inevitable va en una sola dirección.

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El enriquecimiento lícito, ¿es lícito?

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¿En qué se diferencia el enriquecimiento ilícito del lícito?

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El empobrecimiento ¿no debería ser ilícito?

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A mayor enriquecimiento de la minoría, mayor empobrecimiento de la mayoría. ¿Esto está bien? ¿Esto es moral? Esto funciona así desde hace muchísimos siglos. ¿No debería ser al revés? ¿Aunque fuera sólo por un par de generaciones? ¿Aunque fuera sólo para saber cómo se siente eso de desear algo carísimo y tenerlo al instante?

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En la mesa vecina a la mía, un conocido torturador le explicaba a su amigo (sí, los torturadores también tienen amigos) el secreto de sus éxitos en eso de hacer hablar a los detenidos varones. "Yo nunca aplicaba métodos cruentos" decía. "Les colocaba una bandita de goma bien apretada, y al poco rato, cantaban todo lo que sabían, y más también." Me dio un escalofrío en la entrepierna y me fui sin pagar el café.

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En el "Laurak" hay dos entradas (o dos salidas, según se mire). Una sobre calle Santa Fe y la otra sobre calle Entre Ríos. Desde mi mesa puedo ver el caudal de gente que entra y sale del café. Están los habitués de asistencia diaria, entre los que me incluyo, los de los sábados, los ocasionales, los vendedores, los chiquitos que limosnean, los lustrabotas, los estudiantes, etc. Cuando las noticias de los diarios son demasiado abrumadoras, dejo eso y medito sobre la manera de emplear el tiempo vacío. Se me ocurre hacer una especie de estadística del flujo humano del que soy integrante y testigo. Por ejemplo, debería contar la cantidad de personas que entran por cada puerta durante un período de dos horas. También debería contar la cantidad de personas que salen. Debería determinar en cada caso los sexos correspondientes, que son tres o cuatro aunque en algunos casos la clasificación es difícil. A esta altura ya debería diseñar una planilla con las columnas necesarias. Habría una estimación por edades aproximadas: niños, jóvenes, adultos, ancianos. En otra columna constaría la constitución física de cada uno: mosca, gallo, liviano, mediopesado, pesado y superpesado. También habría una columna para consignar los rasgos estéticos: adefesio, impresentable, pasable, aceptable, más que discreto, envidiable, bello, bellísimo. No sería menor la importancia de una columna donde se clasifique según la vestimenta: inverosímil, mamarracho, desprolija, apropiada, espléndida, perfecta. No debo olvidar otra columna para consignar los comportamientos de cada uno dentro del local: los silenciosos, los gritones, los acaparadores de los diarios, los que hablan por sus celulares constantemente, los demasiado groseros, los demasiado corteses, los misteriosos, los que van al baño varias veces, los que entran, están un rato, se van y luego vuelven, están otro rato y se van, los absortos, los melancólicos, los nerviosos, los coléricos, los abúlicos. Habría también una columna donde se anotarían las presuntas ocupaciones o modos de vida: jubilados, comerciantes, artistas, abogados, cuentapropistas, comisionistas, ex presidiarios, docentes, rentistas. De paso, desde hace mucho tiempo noto la ausencia del hombre sin nariz que llevaba una alfombra barata arrollada sobre el hombro izquierdo y caminaba lentamente por la vereda, y falta también el hombre del saco azul cruzado y abierto, que iba primero al baño y luego pedía un vaso de leche caliente con hielo (¡sí, con hielo!) y se sentaba bien contra el vidrio sobre Entre Ríos y miraba siempre hacia afuera, sin hablar una palabra con nadie. Su modo de llevar el saco cruzado y abierto fue muy anterior al llamado "estilo K" de donde se deduce entonces que el Presidente no es más que su imitador más encumbrado. Una vez completada la planilla con el material correspondiente registrado durante dos horas, se podrían hacer algunos entrecruzamientos interesantes, que tal vez tengan algún valor para alguien. Por ejemplo, algunos de los habitués de los sábados son profesores universitarios, leen los diarios concienzudamente, aunque "La Capital" (el diario, no la empresa, que, llegado el momento, presta generosamente a este vecino) sea propiedad de uno de ellos, y compran religiosamente la revista semanal "Ñ" de "Clarín", aunque confiesen que acumularlas en sus casas se ha transformado en un problema de espacio vital y no puedan o no quieran deshacerse de ellas una vez leídas, problema que yo resolví renunciando a comprarlas y tirando (no sin culpa) los ochenta y seis ejemplares que compré, con sus cajas respectivas, estorbando cada semana un poco más. Se me ocurre que podría ofrecer este trabajo a Alberto, el dueño de este café, pensando que la estadística puede serle útil para una mejor administración del negocio, pero algo me dice que tenga cuidado, porque el hombre es algo quisquilloso y podría responderme tirándome los papeles a la cabeza, no sin hacerlos pedazos antes. Sin embargo, sigo confiando en que las estadísticas sirven para algo, aunque fuera para hacer otras estadísticas a partir de los errores de las anteriores. En última instancia, me ha servido a mí como pretexto para diseñar una estadística sin saber una palabra al respecto, y, de paso, para completar esta "Contratapa" que, en sus comienzos, como es notorio para los lectores exigentes y benévolos, padeció algunas serias dificultades en su desarrollo.

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