CONTRATAPA
› Por Rosario Spina*
Paula de Eguiluz tiene 33 años. Bajo el nombre de Dios, los dueños del dogma de turno la azotan 200 veces y la obligan a llevar el hábito de reconciliada: una capa que representa, por medio de insignias, el delito por el que es juzgada. Quizás piensa en su madre, Guiomar Biáfara, de los ríos de Guinea. O en sus hermanas, que todavía viven en Santo Domingo: Juana, esclava de Antonio de Jaques, y Ana, mujer libre.
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Por las veredas angostas de Cartagena persisten los servicios esotéricos desde tiempos inmemoriales. Es la misma ciudad donde, en septiembre de 1610, fue instaurado el Tribunal de Penas del Santo Oficio que juzgaba los delitos contra la fe cristiana.
La mayoría de las víctimas del Tribunal en realidad tejían redes de conocimientos y saberes populares. Propiciaban el empoderamiento de sus cuerpos y eran acusadas de brujería. Algunas estaban ligadas al arte del bien querer para mejorar la calidad de vida de sus pares cautivas, otras lo hacían en claro signo de rebeldía contra la moralidad católica. Y eran mujeres, como Paula de Eguiluz.
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Es 2 de abril al mediodía. Las calles de Cartagena están atestadas de personas, coches y carros a caballo. En la intersección entre Coliseo y Arzobispado buscamos un adivino, pero sólo conseguimos a un artesano que también dice ser arquitecto.
-Disculpe, estamos buscando a alguien que lea las cartas. Nos dijeron que por esta zona...
-No, pues no conozco a nadie por aquí, pero para qué quieren que les tiren cartas?
Es un hombre de cabello rubio, piel cuarteada y pupilas muy pequeñas. Sostiene unas veinte pulseras de colores vivos en las manos.
-Vean, yo puedo decirles: son jóvenes, sanas y, por los libros que llevan, seguro serán buenas profesionales. Ahí tienen su futuro. Sólo les falta el príncipe y el Rolls Royce.
En pocos minutos nos cuenta su historia de sanación. Mientras repite varias veces que no cree "en nada de nada", relata que cierta vez, llevado por un amigo médico, visitó en la zona de Soledad a un evangelista. Le pidieron que se quedara de pie y abriera sus brazos, como Cristo en la cruz, para poder decir una oración por él. Decían que el cura evangelista era un gran sanador. De repente todo su cuerpo de ateo estuvo en el suelo. Convulsionaba y despedía un olor fétido. Se despertó en posición fetal, contrariado y tan incrédulo como al momento de su llegada.
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Los azotes deben de arderle como aguijones finos que se multiplican en la piel cruda de su espalda. Su cuerpo moreno seguirá hablando de prohibiciones hasta que las cicatrices desaparezcan.
Paula nació en 1591. Vivió en Santo Domingo hasta los 13 años, cuando fue entregada a Juan Nieto Criollo en forma de pago de una deuda. El la vendió a Yñigo de Otaco, con quien vivió durante cuatro años en Puerto Rico. Pero su mujer, acuciada por los celos, decidió enviarla a La Habana y así deshacerse de la joven y morena figura de Paula. En Puerto Rico fue comprada por Joan de Eguiluz, quien se desempeñaba como alcalde de las Minas del Cobre cercanas a la ciudad de Santiago. Tuvo tres hijos de él.
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Se llama Martín López, es español y está radicado en Colombia desde hace tres años. Insiste en que no cree en estas cosas, pero sospecha que una indígena con la que hizo negocios por su hostal en Barranquilla fue quien tuvo que ver con la ruina de su empresa.
-El evangelista me dijo que me habían secado el alma. Yo ni siquiera sé lo que es eso. Bajé 33 kilos. El hostal comenzó a andar mal. Pasaban cosas rarísimas. Un día se llenaron todas las habitaciones de moscas. Las sábanas blancas estaban negras por la cantidad de moscas que había sobre ellas. Y las parejas que se hospedaban llegaban enamoradísimas, pero luego, parece mentira, terminaban muy mal, enemistadas y en muy malos términos.
Cartagena tiene varias caras según la clave en que se la recorra. Las huellas espirituales y esotéricas de su pasado pueden estar en bibliotecas y museos, pero las historias están esperando a la vuelta de la esquina. Así como el hotel en ruinas y su maldición indígena o la chamana que ofrece amarres 2.0 vía correo electrónico. O los azotes recibidos por Paula de Eguiluz, en su primer proceso.
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"Varios testigos de la ciudad de La Habana y de Santiago, donde Paula había residido, la acusan de chupar el ombligo de una criatura, poseer el don de la ubicuidad gracias al pacto con el demonio, exhumar fragmentos de huesos de muerto en el coro de la iglesia mayor con el fin de preparar una pócima destinada a curar a su amo de fiebres, haber cometido pecado de incesto, usado la yerba curia y preparado amuletos para el bien querer" cuenta la historiadora Adriana Maya.
Además de bruja, herbolaria y mora "que no tiene temor de Dios", a Paula la señalan por tener hechizado a su amo. Ella lo niega diciendo que levantaban ese falso testimonio porque la ven bien vestida y saben que él la quiere mucho. Estos mismos dedos acusadores son los responsables de su arribo a Cartagena, donde la llevan a las Cárceles de Oficio y le propician 200 azotes en su espalda. Así inauguran el primer encuentro de Paula contra el dogma, que no será el último.
Ya en 1632, año en que le realizan su segundo proceso, Paula es una mujer ávida de conocimiento. Prepara amuletos que aprendió a hacer en Cuba, conoce las propiedades y los usos de las plantas y se interesa por conseguir la sabiduría para mantener el don del amor. Vive purgando su pena en el Hospital de Cartagena y aunque lleva el hábito de reconciliada, ofrece sus servicios a las mujeres del lugar: españolas blancas y mulatas libres.
Se dice que recetaba a las personas más importantes de la ciudad, como al obispo fray Cristóbal de Lazárraga y a los mismísimos inquisidores. Durante esos años de proceso de los cuales quedó algo del registro de su vida, Paula fue construyéndose como mujerbrujasabia. La ciudad la adoptó como figura popular a quien se le consultaba sobre el mal de amor o el uso medicinal de alguna planta. Vestía muy bien, creía fervientemente en el poder mágico de las palabras y canjeaba su saber como modo de subsistencia, al vivir en calidad de esclava.
El enjuiciamiento final fue el 25 de marzo de 1639, en la Catedral de Cartagena. Paula vestía una mantilla bordada de oro. Había mucha gente en el lugar dispuesta a oír el auto solemne, tanta que el murmullo era cada vez más intenso. La Inquisición, tribunal eclesiástico, no podía condenarla a la pena capital, así que fue entregada al brazo secular, encargado de pronunciar la sentencia final: la hoguera. Sin embargo el Consejo de la Inquisición revocó la sentencia.
El dictamen no pudo terminar de leerse por el enorme murmullo de la gente.
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Los archivos no guardan más noticias sobre Paula. Es una de las pocas mujeres que resultó victoriosa en esa época. La Inquisición se valió de sus servicios, los mismos que en otras castigaban.
Quizás el ancho río de la conciencia social hoy reivindique sus ungüentos y sus conjuros en cada lugar de Cartagena donde se esconde una historia mágica.
Por correo electrónico -y muy escuetamente- Rosa Pilar Valle, otra mujer, nos responde cómo se hace un amarre siglo XXI. Y en especial cómo se paga. Un depósito de 150 dólares donde antes hubo persecución, azotes y, en el peor de los casos, la hoguera.
Es la web transformada en otra bruja, puesta al servicio del alma en Cartagena.
*Este texto inédito fue producido durante el Taller de Periodismo y Literatura con Daniel Samper Pizano, organizado bajo convocatoria por la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano y el Ministerio de Cultura de Colombia en Cartagena de Indias del 31 de marzo al 4 de abril de 2014.
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