CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
A Manuel Ismael Duarte Bravo
Las cosas se miden por su poder. El misil Jericó III que entró en servicio en el ejército de Israel en el año 2008 posee un propulsor sólido de tres etapas y una carga útil de 1.000 a 1.300 kilos de explosivos. Se estima que tiene un rango de 4.800 y 11.500 km, de guiado inercial con una ojiva regida por radar y de un silo basado en vehículo móvil que puede ser disparado sobre rieles. Entre las bondades de este trasto destructivo es de mencionar la capacidad de eliminar hasta el 70 por ciento de los sistemas eléctricos a mil kilómetros, en todas direcciones.
El dinero para el gasto militar en el mundo alcanzó la espléndida cifra de 1,75 billones de dólares, según los datos publicados por el SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute). Esta institución creada en Estocolmo en el año 1966 señala que, en América Latina, Paraguay, Honduras, Nicaragua y Colombia son los países que registraron mayores subidas en gasto militar entre los años 2012 y 2013 en la región. Si bien estos no alcanzan los niveles de inversión de China, Rusia, Arabia Saudí, Francia, Reino Unido y Japón, se puede decir que Latinoamérica no está fuera del camino aunque Brasil haya reducido sus gastos.
No caben dudas: el sueño del fin del mundo está al alcance del hombre.
El trabajo denodado de los diferentes líderes que gobernaron y gobiernan las naciones de los dos hemisferios, podría dar sus frutos ya mismo. He aquí un cabal ejemplo de cómo trabajar en pos de los ideales.
Sería exagerado pensar que la carrera armamentista y el perfeccionado arte de la guerra es la fuente de inspiración de Manuel Ismael Duarte Bravo para realizar el II Encuentro Internacional de Escritores en Babahoyo, Ecuador, porque, a decir verdad, no hay comparación entre los alcances de un sueño y otro.
El armamento literario sigue todavía en su precaria etapa de tenues lanzamientos. Sus balas no tienen el poder de la expansión masiva sino que dan en un blanco individual: sea en la cabeza, sea en el corazón del individuo que se encuentre por voluntad propia o por azar en la línea de fuego.
Sus efectos tampoco son tan determinantes como los de un Jericó, porque las municiones de las que se valen los escritores tienen la flojera de una semilla, es decir, que en vez de partir el cerebro en dos mitades de una vez y para siempre, a las balas literarias les gusta tomarse el tiempo de madurar y crecer más que matar. Sus menesteres bélicos son tan lentos y tan crecientes como la vida misma.
Para explicar un poco más esta impotencia, podría decir que el daño del proyectil poético está tanto en lo que rompe como en lo que instala. A los ciudadanos de la provincia de Los Ríos, por ejemplo, desde el año 2011 se les viene instalando un perdigón cargado de poesía. Y cada vez en mayor número se dejan atravesar por esta munición que raya con la locura en una especie de inmolación lunar, hecatombe azafranada, sacrificio de tamarindos libados bajo las estrellas.
Los soldados convocados a tal fin no les llegamos ni a los talones a los héroes de "Tormenta del desierto", "Restaurar la esperanza", "Odisea al amanecer", o "Libertad Iraquí"; entre otras cosas, porque no podemos contabilizar cuántas veces hemos dado en el blanco, ya que no disponemos de un sistema de estadísticas de nuestros caídos en combate o en lecturas.
Puede achacársenos también la falta de puntería. A veces queremos dar en la cabeza y entramos por el corazón, o viceversa, disparamos al corazón y damos en la cabeza. Pero todo esto, si se me permite el descargo, tiene que ver con la disposición del blanco. Los habitantes de los cantones, comunas y parroquias a las que llegamos con nuestra artillería verbal, dactílica y ritmada, tienen el corazón demasiado grande y la mente demasiado inquieta.
Para peor, lejos de dejar una corredera de sangre en las calles ecuatorianas, fuimos blancos de una desmesurada carga de admiración y respeto. La lucha cuerpo a cuerpo se degeneró en una reiteración desenfrenada de abrazos y de besos.
Un desastre.
Al fin y al cabo, los gobernantes de todas las naciones del mundo tienen las cosas claras. El alcance masivo del Jericó III, por dar un ejemplo, no puede compararse con el poder de nuestros cuentos abismados y nuestras poesías borrascosas que apenas si han logrado despertar emociones inesperadas.
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