CONTRATAPA
› Por Dahiana Belfiori
Ese día Belén lxs invitó a jugar con colores. Ana se dispuso a pintar un árbol. Sobre la mesa gigante se desparramaban sin orden témperas, pinceles, lápices, crayones, fibras, papeles. Antes de entrar al aula, había llevado a lxs niñxs a dar una vuelta por el patio de la escuela donde una profusión de árboles y arbustos ya revelaban su obscena libertad para teñirse de flores. Belén aprendía con ellxs, con lxs niñxs. Así observó cómo Ana iba delineando su árbol de maneras extrañas: aparecía el tronco de un verde casi azul y las hojas marrones. Belén estuvo tentada de decirle a Ana que había invertido los colores, que los árboles por lo general tenían las hojas verdes y las ramas castañas. Pero no lo hizo, sabía que lxs niñxs tenían una manera especial de observar el mundo y de traducirlo. Y esa traducción no pocas veces la dejaba con la boca abierta. Cuando Ana terminó su dibujo se lo mostró orgullosa a su maestra. Había sobre la punta del árbol un animal extraño, especie de pájaro y gato emplumado, con unos ojos como manzanas. Belén le preguntó a Ana cómo se llamaba el animalito. Ana dijo señalando el centro de la mesa: Ah, no sé, pero hace un rato estaba parado ahí y me dijo que quería volver al árbol.
Hoy a la tarde se encontró con tres mujeres. En la plaza, como siempre. Las mujeres no querían ser madres. Una le contó que no sabía cómo había pasado, que tuvo una relación pasajera y que no se cuidó, que qué mala suerte. Otra dijo que justo había dejado de tomar las pastillas y no pensó que podía quedar embarazada, que otro hijo no. Otra, tímidamente y al final del encuentro, la separó y al oído le susurró que no pudo detener a su marido, borracho, que ella no quería, y que no hubo forma de pararlo. Belén las escuchó, como siempre, acarició sus manos. Miró sus ojos, lugar donde se manifiestan las diferencias de una manera atroz. Y también lo que las unía, esa urgencia titilante por salir de un lugar en el que no deseaban estar.
El departamento estaba cálido. Abrir la puerta y dejar el bolso y los colores sobre el sofá, junto a las planillas y los folletos que siempre cargaba por las dudas -no fuera a ser que alguna mujer necesitara información sobre cómo abortar en el camino entre la escuela y su casa-, fue el paraíso. A la mañana había dejado encendido al mínimo el calefactor, en el sur el frío a veces es imposible. Grecia se acercó a saludarla con la cola en alto. Belén sintió su cuerpo peludo como si fuera un fueguito encendido restregarse en sus piernas. Se agachó y estiró la mano para acariciarle el cuello. La gata le respondió con un ronroneo sordo. Miró sus ojos, también miró sus ojos. En ese amarilloámbar vio las manzanas del animal que a la mañana había pintado Ana y también vio los ojos de las mujeres que acompañaba a diario. Y se dijo que había una mezcla de alivio y desesperación, que la vida tenía de los dos, que ella iba transitando el camino entre ambos con algunas pocas certezas y a veces le servían para darse cuenta de la belleza que implicaba acompañar a otrxs en sus decisiones y crecimientos. Después de todo ella era la primera en aprender acerca de la propia extrañeza, y mientras se preparaba un café caliente iba entendiendo que a veces sólo se desea habitar un árbol con los colores invertidos y lleno de manzanas como ojos o de ojos como manzanas.
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