CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
Mafalda es la única nena que vino a este mundo con superpoderes. Se adelantó en el tiempo placentario y emergió de la matriz de una invisible madre dibujada en papel canson ya crecidita. Bien argenta, de perfil rioplatense. Nació a eso de los ocho, tal vez diez años barruntando en un país tambaleante e inmediatamente se puso a pensar y a hablar. Empezó asomándose a la vereda a ver el universo: nadie la iba a degollar por llevar un billete para comprar manteca en lo de su amigo Manolo. Esos tiempos estaban por venir. Los ladrones respetaban a los pibes, usaban antifaz o estaban lejos, muy alto en sus sacrosantos ministerios. Las señoras usaban el whasap charlando en las esquinas y el país, industrial, oficinesco asomaba creciente y prometedor. Tiene nominalmente 50 pero son 60 los reales, algo así como el dólar paralelo y el oficial. Nació en un terreno impropio para el peronismo proscripto y hoy cumple años en una vastedad criolla de símbolos peronchos. Medio siglo de vociferar y reflexiones críticas. Medio siglo amándola.
Illia es hoy una avenida en todas las ciudades y ya está casi olvidado que fue sacado a empujones de la Casa Rosada y ocupado su lugar el clerical Onganía, famoso por sus bastonazos, la hostia cotidiana y su temor a Dios. Justo cuando ella era púber y atronaba el Cordobazo. Si su carne hecha de sangre de rotring y papel hubiese sido verdadera y nos pondríamos a hilar sobre supuestos, Mafalda podría haber sido una desaparecida, una ex guerrilla, una exiliada, mezcla entre Peperina y La Maga, o entre Yoko Ono y Sofía Loren con un toque a lo Tita Merello o bien una profesional exitosa pero con culpa por haber atravesado las dictaduras sin inmutarse demasiado. Nunca se sabe. En los dibujitos es fácil la queja, en la vida real nos suele costar la vida. Quien sabe en que se hubiera convertido. Quiero pensar que hubiese abrazado todas las causas; las vecinales, el "que se vayan todos", las indigenistas, las trans, gays, homos, las ecológicas, las feministas, las de perros callejeros, las de Madres del Dolor y tantísimos andariveles. La imagino hecha Noche de los Lapices y Ronda de los Jueves, mientras detrás canta Serrat. Fana de Hendricks y maoísta. Nostálgica de Adiós Sui Generis y absorta en el Hora Cero de Piazzola. Poster de Guevara y de Freud. Casa con gatos y olor a cigarrillos, donde nunca no se cierra la puerta.
Bicicletas. Patio de plantas y bancos de piedra. Amor al tango descubierto de grandecita con la ronca gola de Rivero y el deletrear galante de un Goyeneche. Un novio que se quedó en Malvinas y una tía que fue baleada por un celular. Hedonista, anti new age, tarotista discípula de un gaucho, grafittera tardía y delegada en todo. Su reverso me la muestra callada rumoreante de resentimiento por quizás, haberse tenido que refugiar en el silencio. O en un intento de suicidio, o intoxicación, o depresión o matrimonio y familia al tono. Nunca se sabe.
Me quiero quedar con la combativa, la ideal. Quizás estaría muerta, quizás hubiese sorteado con fortuna la mano con galones de la Parca y hoy andaría escribiendo ensayos sobre la represión. O sería diputada, de las buenas. O artista surrealista un poco demodeé. O editando revista pro cannabis. O atendiendo un boliche neo hippie con temática beatle en vinilo. O un dispensario. O biblioteca popular. O panelista anarquista. O novia de un rocker-jacker. O lésbica furibunda. O criminalista justiciera. Vaya uno a saber. A lo mejor hubiese reculado ante tantísimo horror y apelado a sofismas y refugiado en una altiva soledad de profesorado de alguna cosa humanística, pero me quiero quedar con la vindicativa, la que protestaba, la que le hablaba al planeta para que amainen las guerras.
Mafalda, la nena cachetuda y cabezona, convertida en una hermosura de persona, en la Morocha Argentina, tal vez, desde su cerebrito húmedo en tinta china nos hubiese aliviado las penas largando por los aires todo lo que quisimos decir y no pudimos, enredados en nuestras propias historietas personales. De fondo sonaría Artaud del flaco Spinetta y ella nos estaría ayudando a preparar el bolso para salir a los caminos.
Sí, esa es la Mafalda definitiva, la incorrecta, escapada de la timidez del propio autor, la loca sin premios, la consagrada sin estatuas, la mujer con derechos, la peleadora. Esa que hubiésemos querido haber tenido como amiga, como confidente, como compañera y como novia.
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