Mar 21.10.2014
rosario

CONTRATAPA

A propósito del Día de la Madre

› Por Bea Suárez

"...No tienen mi ADN ni heredaron mi nariz pero se que tendrán algo de mí..." Marilina Ross

Una vez hubo un encuentro. Un ámbito, una puerta abierta, un esplendor del mundo.

Se encontraron, una madre que daba su hijo en adopción con la madre que lo adoptaba. A su vez había una madre que tenía contraindicado amamantar porque tomaba medicación psiquiátrica (esos remedios que atraviesan la barrera placentaria, los subterráneos).

Otro día se encontraron dos madres, una tenía tres hijos y el esposo fallecido, y una madre soltera. Soltera, que no comía vidrio.

Por ahí chifló una madre que venía con hijos cartoneando, se les acercaba un padre gay que criaba a una nena con su esposo. Los dos llevaban suerte entre la sangre, los dos, como campanas que suenan a la hora responsable.

Y por la bocacalle bajaba una señora que, cumpliendo 45 años paría por vez primera, y le hablaba a otra madre que solo contaba con sus 15 recién cumplidos, sin la llaga sobre el rostro del tiempo.

Se hizo el Simposio de madres y aparecieron todas, las mal alimentadas de este mundo, las gordas embarazadas, africanas con costillas flacas y tetas muy caídas, las que tienen porque tienen, las madres cuyos hijos nacieron en Santiago del Estero, las que criaron y criaron.

Aparecieron incluso las madres de los sueños.

Cayeron las abuelas cuyas hijas murieron y se quedaron con los nietos haciéndoles de madre, cayeron los papás viudos, o aquellos que miraron con tristeza irse a ella con otro dejando algo importante en una cuna. Cosechas de lo que alguna dirá "yo, me avergüenzo".

Fue el Congreso Mundial y el día universal, y se veían sobrinos criados por sus tíos, matrimonios sin hijos pero con perros varios, una en la dulce espera sin percibir salario. Otras que por sus hijos guardaron durante años el orgulloso polvo con paciencia.

Se reunieron las madres un octubre sereno, era octubre, el mes donde sucumbe el invierno, octubres de noticias, caramelos de abuelo, zafarrancho de primos, la familia extendida, los tuyos, míos, nuestros.

Se encontraba una madre que, presa, no podía ver a los hijos y otra cuyo marido se los había llevado lejos, y una chica pequeña con deseo perfecto de ser madre o ser hija, o quedar en el medio. En la vana aridez de no leer ya cuentos.

Vino la madre viuda y sin consuelo, se cruzó con la que, temerosa, no encontraba la forma de hablar con ellos. Llegó la de las lágrimas, la de la risa, la del casamiento, la portadora, la trasgresora, la madre en las tinieblas, en la isla, en el centro.

Y la madre, hoy día, es parir un secreto, y son madres también las autoras de libros, de dulces canciones que nos han dado y obsequiado su tiempo, ser madre es mas que parir, por cierto.

Ser madre es mucho, es mucho más que eso, que el quirófano, la sala de pre-parto, el puerperio. Ser madre es detenerse a parir: un momento, el rifle con que se asesina la angustia, el descontento. Ese domingo único en que algo sale de la sombra y se hace mariposa.

Ser madre es darle al violoncello una nota particular y única, un concierto.

Se encontraron las madres, todas estaban rotas, averiadas por la vida, húespedes del enigma de criar.

Y vinieron los hijos tremendos.

Y vinieron las creaciones a reclamar su madre, la filiación, el nombre, el nombre sí: del padre. Vinieron todos los libros, los autores, la música, las mascotas, los gatos, los padrinos, los malheridos, los hijos con ojos en compota, los malformados, los amados, los bebés abandonados en míticas canastitas, los adoptados, los hijos huracanados, los de desaparecidos, los aparecido con carta documento, vinieron y vinieron.

Y las madres corrían como liebres a festejar su día. Había lesbianas, heterosexuales, viejas, negras, rojas, amarillas, níveas, confundidas, flacas, infectadas, hombres con cara de dulce. Pavorosos.

Una cosa los unía, eran todos hechos y derechos, maternidad común a este mundo, todos con humanidad invencible, tenían en común el amor, no el odio.

Era un mundo de gente, heterogénea y sana.

Y en esa imperfección se festejaba el día. Que hubiese amanecido. Que, por la maternidad así pensada, fuese todo: menos desabrido.

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