CONTRATAPA
› Por Marcelo Britos
Me mira y me dice, irónico, que nunca debo sentarme de espaldas a la puerta de un bar. Lo dice mirando al punto ciego, imposible para mí, lejos de mi mirada y frente a la suya. Quizá a mi no me sirva la recomendación, quizá sea posible y útil sólo para quienes están a la caza de la palabra y del momento, como él.
Ese hombre con el que compartí algunos años, los suficientes para cambiar cierta percepción del mundo y los mundos que se fueron abriendo en las páginas de los libros que él mismo reveló, fue el mismo que otrora había fundado Poesía Buenos Aires con Edgar Bayley y Raúl Aguirre, el que había traducido a Nicanor Parra con Alex Guinsberg. El mismo que solía conversar con Alejandra Pizarnick, que aconsejó la venida a Buenos Aires de Paco Urondo, el amigo de Bernardo Bertolucci, con quien hizo el protagónico del documental "La ruta del petróleo". El que entrevistó a Fidel Castro, a Yasser Arafat a Ben Gurión.
Por la tarde solía ir a buscarlo a la pensión de calle Buenos Aires. Saludaba a todos los que se asomaban de sus piezas, le ofrecían mates y les gruñía con encanto; todos sonreían fascinados. Esquivábamos las palomas que los demás alimentaban con migas de galletitas Vocación: son animales siniestros, me decía.
Igual que en el 88'en Buenos Aires, cuando había vuelto a la Argentina desde Europa, el círculo poético rosarino le dio la espalda, le escapaban como si fuera un demente, un leproso (hincha de Boca sin concesiones, aclaro). Por eso Daniel Valdez, él y yo, los únicos que quedábamos de la diáspora de su taller literario, andábamos de acá para allá, comiendo en restaurantes, tomando café, juntándonos a ver películas de Robert Bresson o de Pasolini. Los que le huían, se lo perdieron. Con él venían Vanasco, Vinicius, Girondo, también Faulkner, Conrad, Salinger, Kosinsky (varios interdictos para la crítica, que si no fueran por él no los habríamos conocido).
Una mañana llamó al móvil, su voz carrasposa, inconfundible -nunca llames a un poeta por la mañana, me decía, somos impredecibles-, para pedirme que, cuando fuera a buscarlo a la pieza, llevara marihuana. Que así sea. La mezclamos con tabaco y fumamos. Me contó cómo había conocido a María Fernanda, quien después fue su esposa. Me habló de su vida como si fuera su hijo y yo tuviera que saber de dónde había regresado ese hombre a su tierra, pero sin dramas ni complicidades, sólo ese relato. Nos reímos, nos lamentamos, lagrimeó de alegría. Como dijo alguna vez Juan Gelman: "Enmudecía la tristeza cuando pasaba él..." Y yo escuchaba. Nunca fue un par para mí, no podía reconocerlo como tal.
Sentía una admiración profunda, algo que aún siento. Una admiración que hoy va acompañada de una gratitud eterna. Fue un maestro. Un grande. Una de las voces más importantes de la literatura (aunque suene a comienzo de tesis), una huella imborrable en la vida de muchos. Reynaldo Sietecase habló de él en su programa de radio, "Pájaros perdidos" de fondo. Se emocionó. Era muy poco lo que pedía, por tanto que nos daba. "Yo sólo pido perdón/ por haber besado las playas del Mar Rojo/ haber visto las luces de Aqaba en el amanecer verde/ haber tomado mate entre el humo de los asesinos/ haber temblado ante el incesto/ del pez piedra con las piedras/ del sol con la belleza/ de mis sueños con la realidad./ Yo sólo pido perdón/ por haber inventado las montañas de Arabia Saudita".
Mario amaba la vida, la amó hasta el último suspiro. La vida le había dado mucho y lo agradecía. Y eso también fue un párrafo en la multitud de cosas que aprendí de él. En uno de sus tantos éxodos, solía vivir de las traducciones en Europa. Llevaba un trabajo recién traducido me contaba, y me lo olvidé en el taxi. El viaje había sido extenso y el regreso también lo era. Había perdido ahí dos o tres meses de trabajo. Y el taxista volvió. Yo estaba sentado en el umbral, resignado, y él volvió. Podía haberme contado cantidad de anécdotas sobre los inmortales con los que se había codeado, pero era preciso que escuchara eso para recuperar o sostener el amor por la vida, como él sabía hacerlo.
"Elegí algo sobre qué escribir, y no te apartes de eso" "El adjetivo que no da vida, mata". "No hay nada que no haya dicho el tango, hay que leer tango". No podía decirlo otro que no fuera él, que debajo de la casa de su niñez ensayaba la orquesta de Julio De Caro, que después escribiría letras para Piazzolla.
Yo debía esto, en una fecha y en un año que no tienen nada que ver con sus nacimientos ni con sus despedidas. Sólo se lo debía, tenía que declarar a viva voz esta elegía. Que de la importancia de su obra vaya obra se ocupen quienes se tienen que ocupar (que lo hacen poco). Un provocador, un rebelde, un poeta que magnificó la palabra y la fundió en la experiencia. Yo voy a agradecer, egoísta, lo que dejó en mí. Casi todo lo que soy, lo poco e incipiente, lo que seguramente vendrá, se lo debo.
"Luego de tanta tentativa de huirme o enfrentarme/ y comprender que estoy solo/ pero no estoy solo/ al cabo de amores corroídos/ y límites violados/ y de la certidumbre de que toda la vida/ no es más que los escombros/ de otra que debió haber sido/ Al cabo del hachazo irreparable del tiempo/ sólo puedo blandir estas palabras/ esta obstinación de años y distancias/ que se llama poesía".
Gracias Mario Trejo.
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