CONTRATAPA
› Por Paul Citraro
Para que los cambios sean definitivos, es indispensable pasar por un sacudón. Un sacudón fuerte. Es la porción mínima cuando algo nuevo nos conmueve, nos corre los muebles de lugar. Mi primera mesita de luz corrida fue el tío Ernesto. Tío Ernesto era mi padrino y el ejemplo en la familia de lo que se debía ser. Ingeniero, pelo nevado, crespo, manos de crupier, el peldaño más alto en la familia. Tenía cierta insolencia; en medio de las conversaciones serias, largaba un remate absurdo y después una sonrisa amplia. Todos aceptaban el retruco. Lo sé por la tía Haydé, la mamá de Ernesto. A mi padrino, a mi tío Ernesto, le gustaba Serrat. Los Domingos, salíamos a pasear en su flamante Renault 18, de los que tenían el techo corredizo y entonces sol y viento eran la misma cosa en la cara. Yo quería ser como él. Veníamos del mismo mundo. Quería disfrutar como él lo hacía cuando ponía el cassette de Serrat y cantaba "Mediterráneo". Cada tanto oteaba la cabeza y me miraba frunciendo el seño, con esos ojos celestes que eran el mar de una postal turística. Haciendo mímica me decía; "...a fuerza de desventura mi alma es profunda y oscura...". Yo le miraba los ojos claros, el pelo hacia atrás, las ondas aplastadas por el fijador, la felicidad de cantar en silencio.
Hasta esa época, Serrat no existía en mi casa. Un día tío Ernesto apareció con un simple que traía la canción "Manuel" en la cara A y "Mediterráneo" en la otra. "Tomá Olguita" le dijo a mi mamá; "vos que baldeás el patio con el Winco a todo lo que da, escucha este catalán, te va a gustar, de los nuestros". Se fue sin saludar. La canción era una postal del franquismo, llena de alusiones a la pobreza y a la vida del autor. En cada pasada, descubríamos que estábamos un paso más cerca de él, que la pobreza no iba a ser un condimento más de la envidia. Que cualquiera podía ser Serrat o el tío Ernesto. Todo se derrumbó un Sábado a la tarde por Noviembre. No hubo paseo al día siguiente, tío Ernesto sufrió un infarto luego de un partido de futbol. Creo que todo lo demás, murió con él. Incluso la infancia.
Por años dejamos de escuchar a Serrat. El mensaje era claro; los buenos también mueren y el dolor derecho al último cajón. Yo ya estaba cruzando el umbral de Confesiones de Invierno y dejaba atrás Música en Libertad. Detestaba esas canciones y los coros berretas que le hacía todo el tiempo upa a la alegría, "Que lindo que es estar en Mar del Plata, en alpargatas, en alpargatas...". Serrat seguía ahí, queriendo volver a salir con su rítmica impresionante. Como si hubiera escrito Mediterráneo arriba de un bote, balanceándose, haciendo una declaración existencial tras otra. El Mediterráneo fue el Marenostum durante miles de años, el mar de todo ibérico, el único mar, hasta que a alguno se le ocurrió salir del estrecho de Gibraltar. Serrat volvió al punto de partida. A decir que el mar es un animal que puede beberte la vida de un sorbo o un punto de fuga para llegar a alguien. Una relación sobrenatural, como la mía con mi tío. Para esa época nadie en la familia conocía a Lorca ni mucho menos que Serrat aplicaba la medida de su pensamiento en esta canción; mira a la derecha y a la izquierda del tiempo y que tu corazón aprenda a estar tranquilo.
Algún sabelotodo de café supo decirme que Serrat es un sobrevaluado más y todo se lo debe a su arreglador: Miralles. Llegaron tarde con su snobismo y el no entendimiento que los anglosajones son más rítmicos que melódicos, por la habitual carencia de las vocales cerradas en su idioma. Ahí está la gema de la canción en castellano. Serrat lo sabía y compuso Mediterráneo. Como si Oscar Wilde le hubiese dicho al oído; la mayoría de la gente existe, eso es todo.
En mi última mudanza encontré ese glorioso cassette, guardando polvorientas preguntas en el fondo de un cajón.
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