Jue 18.12.2014
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CONTRATAPA

2001: viaje al fin de la noche

› Por Manuel Quaranta

En nombre de los 39 asesinados durante los tristes episodios del 19 y 20 de diciembre en nombre de los miles que murieron durante la terrible década recuerdo al Pocho Lepratti. Profesor de Filosofía.

Demasiadas muertes, piensa él, demasiadas.

Alberto Szpunberg

Soy incapaz de entender qué oscuro goce me provoca escribir para los aniversarios: 24 de marzo, 23 de abril, 11 de junio, 24 de agosto, 22 de noviembre, y en el caso que me convoca hoy, 19 y 20 de diciembre (llamativo, ¿dos fechas para un aniversario? ¿Será imposible contener semejante tragedia en un solo día?).

Quizás la clave de mi malsana fascinación sea que estas fechas, conocidas por todos, me permiten hablar sobre mí, aunque parezca - por la trascendencia- que me refiero a ellas. Y hablando de mí, al mismo tiempo, hablo de los otros, que es una de las formas de hablar sobre mí.

19 y 20 de diciembre del 2001.

Yo era otro.

Por ejemplo. En esos días finalizaba (¿la dejé o me dejó?) una relación que representaba - lo comprendí varios años después- el letal cóctel menemista: consumismo, indiferencia, ignorancia, egoísmo, soberbia, apariencia, fiesta, fortuna, glamour.

En el 2001 cursaba 3º año de Ingeniería en Sistemas, carrera que abandoné, definitivamente, en agosto, para meterme en Filosofía. Humanidades y Artes. Cambio, lo que se dice, radical (las clases, bajo un clima desolador, comenzaron en abril del 2002, la educación pública y gratuita estaba a punto de extinguirse - así lo dijo una docente- ; recuerdo que para la materia Historia nos hicieron escribir un texto acerca de los acontecimientos de diciembre. Lo guardé, si bien cierto pudor actúa como barrera para compartirlo con ustedes).

Tenía una tarjeta de crédito inagotable, que pagaban mis padres, por supuesto.

Sentía desesperación por cualquier juguete tecnológico. Sobre todo si recién había salido al mercado.

Me atragantaba con los objetos, en la seguridad que me otorgaban.

Pensaba que la culpa de los problemas argentinos la tenían los pobres. Por vagos: que muerto el perro, se acabó la rabia, este prejuicio de clase empezó a disolverse en 1999 o 2000, con mis primeras lecturas. Creía en "las cosas como son", y, arrogante, que yo poseía un acceso privilegiado a esa forma de ser, absurdo que nunca se liquida por completo.

Una vida -lo digo ahora y exclusivamente de mí- sórdida.

¿Quién era?

¿Cómo llegué a ser eso que fui?

¿Cómo llegué a un punto en el que se siente -retroactivamente- más que nada desprecio por sí mismo?

Mediante un proceso. Conocido a través de vivencias, relatos, textos, intuiciones; mediatizado, además, por afectos primordiales. Digo esto con el objetivo de aclarar que las cosas poseen, para mí, una cantidad incierta de matices, concepción que me lleva a pensar que buenos - totalmente buenos- y malos - exclusivamente malos- sólo existen en la fogosa imaginación de aquellos que continúan sosteniendo, orgullosos, "las cosas como son".

El desastre del 2001 es impensable sin la década del noventa. Una década extraña ya que -siguiendo a Eric Hobsbawm- no dura 10 años, sino 12. Alguno más osado podría proponer que el menemismo es una continuación de la dictadura por otros medios, lo que significaría una década de 19 años.

Cuando asumió Carlos Saúl Menem yo apenas tenía 10.

A esa tierna edad, quizás un poquito después, 11 o 12 años, comenzaron a apasionarme los programas políticos - en los que se cuidaban con gran eficacia de hablar de política; fueron el periodismo militante del menemismo, pero claro, los medios no usaban ese término, por lo que la palabra militante no existía o estaba restringida a los integrantes de los partidos de izquierda- : Grondona, Neustandt, Haddad, Longobardi, y más adelante, el acérrimo crítico Jorge Lanata (¿nos olvidamos ya de José Luis Cabezas?). Esa fue mi formación. Me eduqué - y no es broma- con Hora Clave y Tiempo Nuevo. No me perdía ningún almuerzo de Mirtha Legrand, sobre todo cuando iban políticos - que hablaban de cualquier cosa menos de política- . Susana Giménez era una fiesta completa. Según Wikipedia "es la presentadora con el salario más alto que alguien haya tenido en la historia de la televisión latinoamericana, al ganar, en la década del '90, más de un millón de dólares por mes". Tinelli recién comenzaba.

¿Se dan cuenta por qué llegué, con el transcurrir de los años, a sentir repulsión de mí mismo?

¿O tengo que explicar?

El gobierno de Menem - playboy, mujeriego, seductor, divertido, excéntrico, ¿se acuerdan? - destruyó los últimos lazos sociales que habían quedado indemnes luego de la dictadura. La redes de contención una a una fueron desapareciendo. Mucha gente tenía que saltar al vacío. Las políticas neoliberales - un ajuste demencial y sistemático sobre las clases populares y medias- y la corrupción - como sistema- dividieron al país en dos mitades bien diferentes: pobreza 50,3%. Para sustentar mis apreciaciones cito - y recomiendo- el texto de Atilio Borón, "El experimento neoliberal de Carlos Saúl Menem": "No sería aventurado concluir que el experimento neoliberal de Menem ha consolidado un nuevo tipo de estructura social en el capitalismo argentino, caracterizada por el alto grado de segmentación, dualización y fragmentación social y por el acelerado proceso de empobrecimiento y precarización laboral padecidos por grandes sectores sociales no sólo en el universo de las clases populares sino también entre las propias clases medias". De todas formas - nobleza obliga- es bastante evidente, salvo para aquellos trasnochados que reniegan de las marcas indelebles de la historia, que la fractura argentina no nace con el menemismo; revisemos, a modo de muestra, un iluminador fragmento de los "Escritos póstumos" de Juan Bautista Alberdi sobre la Revolución de Mayo: "Ese extravío de la revolución, debido a la ambición ininteligente de Buenos Aires, ha creado dos países bien distintos [...] bajo la apariencia de uno solo".

Sin embargo, sorprendentemente, los conflictos sociales no se desencadenaron hasta bien avanzada la década - 1996, Cutral Có; 1997, Carpa Blanca- , nadie hablaba de grieta u odio, ni división. Nadie estaba crispado (rechazo las teorías que presentan a un espectador pasivo, zombi, que repite lo que ve o escucha en la televisión; aunque en este punto resulta imprescindible destacar el rol determinante de los medios de comunicación para generar cierto clima de sosiego en el país. Basta con repasar algunos de los programas mencionados más arriba. Por otro lado, habrá que pensar también en numerosos dirigentes políticos - hoy en la vereda de ¿enfrente?- que para no sacar los pies del plato apoyaron y legitimaron el desguace del Estado).

La clases acomodadas, los especuladores financieros y el poder político se enriquecieron de manera grosera, al mismo tiempo que creaban un país del primer mundo para un selecto grupo: Puerto Madero, multinacionales, shoppings, countries, barrios cerrados, colegios y universidades privadas, rascacielos.

La lógica demente de la exclusión.

Unos y otros.

Ellos y nosotros.

Pero ¿qué esperaban después de la gran división?

¿Qué esperamos hoy de los chicos y chicas - de cualquier clase, por supuesto, ricos repletos o pobres- nacidos en un período que arrasó con las formas de la moralidad conocidas hasta el momento? ¿Qué esperamos de los adultos que con una indolencia criminal vivieron en armonía la humillación del semejante? ¿Qué tipo de ciudadanía se estaba construyendo en un contexto de degradación social, económica y moral de enormes porciones de las capas populares? En una palabra, si la democracia dentro del sistema capitalista tiene que ver con la extensión de la ciudadanía: ¿en qué democracia vivíamos?.

¿Gente como uno?

Hermoso todo (el relato menemista fue, quizás, lo más eficaz del menemismo, ya que penetró, de modo solapado - muchos creen ahora que decir relato es un insulto, muchos descubrieron a partir de dos o tres titulares que el kirchnerismo tiene un relato, como si cada gobierno no tuviera uno, como si cada existencia no fuera el intento por construir uno, como si lo que creemos que somos no fuera un relato que nos contamos a nosotros mismos- , en todas las capas sociales y produjo una homogeneización sin precedentes en sectores históricamente antagónicos: ingresábamos en el primer mundo).

Sin embargo las fuentes de trabajo se pulverizaban, la flexibilización laboral producía estragos, se privatizaban los servicios públicos, y así el desempleo creciente condujo a gigantescos bolsones de familias obreras, que habían formado parte de la clase media trabajadora, a vivir bajo la línea de pobreza, los pobres se volvieron miserables; los miserables se murieron. Nuevamente Atilio Borón: "El Estado democrático ha sido peligrosamente vaciado de toda sustancia real: manipulación gubernamental y clientelismo político, subordinación del Poder Judicial al Ejecutivo, castración del Congreso, desmovilización inducida de la ciudadanía, intimidación a periodistas y recortes selectivos a la libertad de prensa, corrupción gubernamental extensiva, gobierno por decreto, etc." El texto fue escrito en 1994. Yo tenía 15 años. ¿Dónde estaba usted - crítico o amante del kirchnerismo- con 30, 35, 40, 45, 50 años? ¿Qué pensaba? ¿Qué creía? ¿Qué le molestaba?.

Y mientras la gente se moría nosotros leíamos, satisfechos y excitados, revista Caras - ricos, famosos, modelos, representantes de modelos, golfistas, jugadores de polo: allí queríamos estar- , íbamos, enceguecidos - y con dólares baratos- a Miami, nos emocionaba entrar al Shopping recién inaugurado a comprar "lo último"; el país estaba desgarrado, partido en dos, y nosotros, imperturbables.

¿No resulta paradójico que ayer semejantes políticas exclusivas se materializaran en un clima de tranquilidad?

¿No es paradójico que hoy ciertas políticas inclusivas generen división y fastidio?

(Los '90 implican la conformación de un individuo -sin distinción de ingresos- cautivado por el imperio del sentido común: iletrado, inculto, indiferente, orgulloso de su ignorancia, soberbio. Banal hasta la exasperación. En una palabra, como indica un personaje de la novela Glosa de Juan José Saer: poco interesante).

Y el proceso, cerca de la devastación, se terminaba.

Lloré. Era 19 o 20 de diciembre. Creo que fue el 20. La policía reprimía salvajemente - ¿de qué otro modo?- a las Madres de Plaza de Mayo. Lo miraba por T.V. Empecé a llorar, de la nada, ¿de la nada?, desconsoladamente. Lloraba - creo- por lo que había sido. ¿Se acaba un país? ¿Se moría un Manuel? Explotaba. ¿Nacía otra cosa? Fin de fiesta. 39 muertos. Tenía 22 años, se me venía abajo un mundo.

La grieta, al final, sombría, estaba en uno, desde el principio.

19 y 20 de diciembre del 2014.

Yo soy otro. Espero.

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