CONTRATAPA
› Por Regina Candel
Un sabor amargo en la boca, como comer algarroba por primera vez; el contacto de la mano con la lengua de una vaca, rasposa como lija; los ladridos agudos y penetrantes de un perro que no deja dormir. Lo mismo provoca entrar a una casa y ver que la nena que está en los portarretratos ahora tiene 25 años, que en la fiesta retratada los invitados usan vestido con hombreras y jopos; que las playas son de Buzios verano 1998 o de cuando fueron al Mundial de México. La familia en estas fotos está toda reunida en un asado que se hizo hace 15 años y hoy no se ven, no se hablan.
La dueña de casa mira estas fotos con detenimiento. Las imágenes ya están descoloridas por el sol que entra por una ventana. Los marcos que las protegen están gastados, viejos, sin ganas ya de sostenerlas, pero esas fotos son fuertes, son recuerdos, resisten y se mantienen altivas en esa parte de la casa hasta el final de los tiempos.
Allí está su cuerpo joven en bikini, de viaje por alguna playa brasilera. Sus curvas son casi invisibles, siempre fue delgada, su sonrisa es gigante y sus brazos sobre su cabeza dan señal de un momento de plenitud. En la imagen ella está sola, pero recuerda que detrás de la cámara estaba su compañero de vida, que en ese momento era sólo su noviecito. ¡Ay! ¡Cómo extraña la pasión que sentían! ¡Y cómo anhela volver a tener esa edad! No se lleva bien con sus arrugas ni con sus canas ya imposibles de esconder. ¡Ay! ¡Cómo extraña la libertad del viaje sin retorno, esa certeza de estar Viviendo la Vida con Mayúsculas por estar lejos de la rutina, de lo clásico! Ella ya no es esa persona y aún no se acepta, no se entiende.
Recuerdos del pasado. Título no muy original para una película. Ella guarda, colecciona, se aferra a lo que pasó. Las fotos son memoria de lo feliz que fue, de lo que perdió. Nostalgia que la arruina, que la hace sentir vieja, que la arrastra a pensar que todo pasado fue mejor. Error. Corrijo. Hoy. Presente. El sol afuera está brillando muy fuerte y una brisa suave refresca las hojas de los árboles. Ahora. Presente. Acá está. Acá estoy. Acá estamos.
Es fácil. Es momento. Ella cierra el álbum de fotos en blanco y negro que tiene sobre la mesa, deja el mate y la pava en la cocina y se acerca a sus portarretratos. En un acto de valentía comienza a sacar las imágenes y las guarda en un cajón. Los marcos están sobre la pared, sin imagen, vacíos de alma y de relato, sin función. Ella los mira con tristeza, los brazos al costado del cuerpo. Ya está. Se fueron. Imagina las imágenes que podrían ocupar ese lugar.
¿Por qué no poner una foto con su esposo al lado del árbol plantado por ellos hace 15 años? Sí, puede ser. Así la foto frente a la pirámide de Egipto es reemplazada. ¿Y si en este portarretrato opta por una imagen de los jazmines del vecino que la despiertan todos los días con un aroma renovador?. Y así, poco a poco, Cuzco, París, Nueva York, Sidney y Beijing fueron desapareciendo para darle lugar al presente. Ella, con sus 85 años, en diálogo con los marcos, se acaba de enterar que hoy, también, es feliz.
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