CONTRATAPA
› Por Luis Novaresio
Uno: Y otra vez. Sí. Otra vez. Odio repetirme. La historia se repite, mi historia también, me dijiste.
Sea, entonces. ¿Vale la pena? Vale. Entonces contalo. ¿Cuál es la excusa ahora? Casi la misma. El deseo imparable de meternos en el deseo ajeno. No te entiendo. Hoy va a ser un día de mucha filosofía. ¿Y? Que en los tiempos de los sueños que sólo bailan, hablar de filosofía es ponerte una nariz de otra cara. No me importa. Deseo deseos. No cosas. Porque las cosas me cosifican. Las tengo y me hago esclavo de ellas. No entiendo. Supone que lo pienses, me dijiste. Desear una cosa es desear su destino. No el tuyo. Deseás el celular extra chato, negro, firmado por el diez. Deseás y lo tenés. ¿Y? Fuiste. Apenas si sos quien acompaña al celular. Una estadística más. En cambio, desear el deseo de los otros, que deseen lo que vos querés, es desear el poder mismo. El cielo es tu techo.
¿Entonces? ¿La excusa? No pude verle la cara. Al hombre de la excusa, me dijiste. Me lo imagino como nosotros, de cuarenti, bien parecido, de los que creen que ser formal es un pantalón gris, blazer azul y una corbata con un par de dibujitos que te hacen osados. Estás muy prejuicioso, me dijiste. Estoy. Al menos a mí me da por las vestimentas. A tantos otros, por la vida ajena. Seguí. Sigo. Llega al tribunal y siente que la mujer de ojos vendados le mira su capa de super héroe. Quiero ofrecerme a pagar todos los gastos que esto ocasiones y hacerme cargo, luego, de la criatura. Primero pago. Luego me hago cargo. No me digas que es una sutileza de un jodido. Dinero. El señor de blazer puede calzarse la capa porque tiene dinero. ¿Entonces? Las damas y caballeros de buen vivir festejan, saludan, proponen bronce para ese hombre y hasta se piensan altares para el joven empresario que defiende la vida.
Y no es para menos. Un emprendedor porteño compareció ante el Juzgado que tramitaba el pedido de aborto a practicarse en una joven discapacitada mental de La Plata ofreciendo pagar los gastos médicos para que la niña sea madre. Luego, dice, quiero adoptar a esa criatura.
Dos: Te lo repito. Luego de unos pocas decenas de años desde el nacimiento de Cristo comenzaron a aparecer los filósofos gnósticos religiosos. Vamos mal, pensaste, en plena clase, quinta hora de jueves para más datos. Estudiar filosofía en la escuela secundaria fue siempre un despropósito, me seguís diciendo mientras hacemos memoria de aquellos intentos del pobre profe de quinto año que intentaba que alguien se ocupara de los griegos, Kant o Descartes. El tipo dale que dale con conocimiento, metafísica y moral mientras nosotros contábamos la cantidad de bonos vendidos para la pollada. ¿Cómo qué pollada? Barilooooooo. Bariloche. Por eso te digo, me dijiste, a quién le importa la filosofía gnóstica religiosa de principios de milenio recontrapasado con la necesidad hormonal a estallido vivo de un adolescente de dieciocho. En fin. El tipo persistía con la ironía socrática, las golondrinas de Aristóteles, el mundo de las ideas en donde reside ese concepto de amor que nunca vas a encontrar y los primero gnósticos religiosos. Dejame que haga un paréntesis para que te demuestre que ese hombre anciano, sabio, hoy me doy cuenta, al final, algo sembró en nosotros. Yo fui testigo cuando te firmé como testigo de tu divorcio y vos me decías que nunca imaginaste que el amor fuera una quimera tan breve, con todo lo que habían dicho podían soñar juntos, con todas las primeras noches de pasión y compartir. Era lo ideal, me dijiste, mientras la abogada te decía que te iban a citar para la primera audiencia. Era platónico, te dije, recordando las enseñanzas del viejo filósofo que trataba de explicar que Platón creía en un mundo de las cosas, este banco, esta computadora, este pedazo de pastafrola y el mundo de las ideas. En este último vivían las nociones no tangibles del banco, la computadora, de todo. Era como un mundo en donde habitaba la pastrafroleidad de la pastafrola y no este membrillo dulce que empalaga. Sirvió la filosofía, ¿no?.
No. La filosofía, no sirve para nada, insistís otra vez. Hacia el principio de los años 200 nació en Persia el pensador Manes. Manú, Maní o Mano para otros, según las traducciones. Persia es Irán, decía el viejo sabio, y buscaba alguna complicidad con la historia del Sha y Farah Diva. Nadie sabía nada de nada de eso. Bariloooooo. El seguía. Manes creía que todo podía explicarse por la presencia de dos fuerzas que se enfrentaban permanentemente. El bien y el mal regían el universo. Manes creía en la posibilidad de explicar todo siguiendo las ideas de la divinidad y de lo demoníaco. El bien es la luz. El mal, la tiniebla. Silencio. Bajito, con una barba de prócer portugués, ya blanca, sabía revolear sus ojos y hacer silencios. A mí me seducía escucharlo, te lo tengo que confesar. No me odies. A los dieciocho daba pudor reconocer que te interesaba la historia de la filosofía. A los cuarenta, para algunos, da pudor no haber aprovechado aquel tiempo para bucear en ideas de otros, pensamientos distintos. Y esos tiempos, de verdad, no vuelven.
La luz del sol entraba por la ventana del aula. Yo pude ver el bien de Manes y del profe de Filosofía. El reino de la luz tenía, claro, un rey. Rey del paraíso de la luz. Padre de la Grandeza. O simplemente, Dios. Ese mundo está expresado en cinco atributos. ¿Podés creer que me acuerdo de esto?. La memoria me sigue sorprendiendo más que la desmemoria. Se olvida menos de lo que se cree. En el reino de luz viven la razón, el pensamiento, la intuición, especulación y reflexión. Enfrente, en el otro polo, estaba el reino de las tinieblas. Acechando a la luz, rodeándolo, los demonios de este reino usan el humo, fuego, viento, agua y tinieblas. Son las armas del mal para oscurecer la luz. ¿Será que este tipo, Manes, digo, explicaría a los huracanes, a la guerra de Medio Oriente en este reino del mal?.
Todo, decía Cristóbal, maestro de nuestra filosofía secundaria es la pelea del bien y del mal. De la luz y de la oscuridad. Entonces, el maestro ponía el tono de que iba a contar un cuento. Allí, ahora me doy cuenta, estaba su secreto. Quien sabe contar un cuento, sea el de antes de dormirte, el de un país, el de la misma historia de la historia, es que el sabe enseñar. Nada puede ser tan inasible, incomprensible, como para no transformarlo en cuento. Nos han contado tanto cuento, me decís con deprecio. Y yo no te hablo de esas chapucerías, de esos versos sin poesía. Te hablo del relato que nace para atrapar y muere con su presa rendida. Manes creía, decía nuestro Cristóbal, que conducidos por su agitación inherente, la horda de las tinieblas llega al borde del reino de la luz y comienza, llena de celos, a pelear contra él. Los celos. La oscuridad, cela a la luminosidad. Mi ignorancia, te lo juro, cela esa luz del maestro para saber ese cuento y saber decirlo así.
Esta es la ocasión para la segunda etapa: la de la mezcla de los dos principios. Y la pelea para que venza uno u otro. El profesor ya casi arengaba. Porque no hay empate, no hay tercera opción. Es local o Visitante. Eramos del tiempo del Prode, disculpame el gesto de vejez. Manú funda su Iglesia, recibe a los fieles y vomita a los herejes. No hay lugar para los grises. Ser maniqueísta era ser blanco, elegido, justo, racional. Los otros, negro. Bien y mal. Blanco y negro. Primitivo, total. Y sin embargo, decía Cristóbal, hace nacer el germen de lo femenino dentro de la luz y de la ecología por su extremo respeto a todo animal o vegetal creado por el Rey del Paraíso.
El cuerpo del hombre, su alma es luz. Sus miserias, las sombras. El padre de la luminosidad, Dios, insistía el Profe, enseñaba el camino para la liberación que el mismo Manes imaginaba con poesía y creatividad como la cópula de la inteligencia con la tiniebla, derramando un semen que germinaba mejor luz si el razonamiento era más fuerte. La simiente sería oscura si los vientos, el fuego demoníacos eran mejores. Yo recuerdo cuando Rogelio, uniforme ya firmado por todos como recuerdo del quinto B, turno mañana, dijo: Al final el Manes este era como los griegos de Sócrates. Todos fumados. Y la carcajada. La trasgresión del silencio filosófico era motivo de risa. Cristóbal dijo. Para entrar en el éxtasis de las drogas o en la ironía del humor es imprescindible prescindir de la idiotez, alumno. Caso contrario no lucirá como enajenado o gracioso. Apenas será un bobo. Blanco y negro.
Tres: Estoy tentado de decirte que me repugna el empresario que ofreció pagar los gastos del embarazo de la chica discapacitada embarazada. Me dijiste. Estoy tentado de decirte que me dan asco los que justifican la necesidad de que esa pobre niña sea madre para hacer padres adoptivos a tantos hombres y mujeres que esperan un chico abandonado enmarañados en la burocracia argentina. Especialmente, me dijiste, siento asco amargo si quien dice eso es una mujer. Estoy tentado de decirle a ellas que si son fértiles, mañana mismo, espero que se embaracen. Para que puedan entregar a ese niño que llevarán en su vientre a esos mismos padres que siguen esperando. ¿No es lo mismo?, estoy tentado de preguntarles. Hoy me he levantado comprensivo y no les propongo que a esas mujeres que pontifican con dedo amenazador las viole un desconocido y sea el dador del esperma para concebir, según dicen ellas, un puro acto de vida y generosidad. Raro sentimiento cristiano el de condenar a una inocente a hacerse cargo del fruto de una aberración como es la violación. Estoy tentado.
Por fin. Te repito, por fin. Manes murió a los sesenta años, descuartizado por sus opositores. Separaron tronco de miembros y comprobaron que los extremos podían tocarse. Sus pies y su cabeza, se juntaban. Partidas, es cierto. Cristóbal, hace muchos años, frenó su pasión y con gesto de luz dijo: Fue uno de los padres de los autoritarismos que no saben de opiniones diversas. Manes fue una reverenda desgracia. Y sonó el timbre.
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