Mar 06.01.2015
rosario

CONTRATAPA

Cuesta arriba

› Por Fernando Artana

Se podía ver en lo alto una mancha oscura. La mochila de Calixto se alejaba mientras Sabrina subía tropezando torpemente con las piedras. Avanzaba lento, maldiciendo.

No era la primera vez que se sentía contrariada por situaciones similares. Surf en Hawai, rafting en Costa Rica, buceo en Australia. Estaba pagando un precio. Calixto se lo había aclarado bien antes de casarse y ella aceptó con esa confianza femenina en que después del matrimonio iba a poder moldearlo a su gusto y paladar. En realidad en aquel momento se había ilusionado con la idea de viajar por el mundo. Incluso no le disgustaba del todo verse practicando algunas actividades, no espeleología o esquí de travesía, pero sí trekking o parapente, y aun lo seguía intentando. Pero no resultaba divertido quedarse horas en la playa sin tener con quien conversar, apenas saludando con la mano de vez en cuando a Cali cuando éste se dignaba a mirarla después de haber surfeado alguna buena ola. Tampoco era agradable quedarse sola en un hotelucho de Todra, en Marruecos esperando que Cali volviera de las profundidades de una cueva. Lo único que aun le gustaba de todos esos viajes era sacar fotos para poner en el facebook.

El bulto oscuro seguía alejándose. En esas ocasiones, Sabrina trataba de pensar en otra cosa. Su mente se fue al recuerdo del encuentro con Julio, su padre, cuando ella fue a anunciarle que se casaba. El concepto que Sabrina tenía de su padre era heredado de Ivonne, su madre. Se habían separado cuando ella era muy chica. Casi no conocía a ese hombre más que por las palabras de su madre. Un fracasado que vivía en forma precaria con un miserable sueldo de empleado, que de vez en cuando escribía artículos pseudofilosóficos en publicaciones pedorras que nadie leía. Una persona de pocas palabras, un cobarde de quien nunca se sabía lo que pensaba. Detrás de esos silencios difíciles de descifrar había un muestrario de todos los defectos humanos según las palabras de Ivonne. A Sabrina le había dolido en su momento la inexpresividad que demostró Julio ante la noticia del casamiento. Pero después creyó ver que bajo esa rigidez había algo de fastidio producto de los celos paternos, lo cual no dejaba de ser un aspecto positivo. A ella le gustaba que la celaran un poco. Pero su madre lo objetó tajantemente cuando ella se lo comentó. Dijo que para nada era así, que el fastidio no era por celos sino por envidia.

En aquella conversación con su padre, Sabrina había llenado sus frases de adjetivos para describir a Calixto. Usó el mismo speech que usaba con sus amigas para vender a su novio. Quería demostrar la calidad de la presa que había cazado. Cali era lo mejor que había en plaza, amante del turismo de aventura, deportista, viajero, de una familia adinerada que nunca le haría faltar nada. Sabrina y su madre gozaban viendo como ella se floreaba con ese glorioso espécimen de macho, rubio, alto, de un físico privilegiado, con la piel curtida de tanto deporte hecho al aire libre. Llenaban el facebook con fotos de ellos dos juntos dando vueltas por el mundo.

Conociendo lo antisocial que era Julio, Sabrina e Ivonne daban por descontado que no iría al casamiento. Sin embargo, asistió con un traje alquilado que le quedaba perfecto, supo mantener conversaciones interesantes y causó una excelente impresión en todos, para disgusto de Ivonne.

La cuesta se hacía cada vez más empinada, los pies empezaban a doler, las pantorrillas acusaban el mayor cansancio y cada vez que quería olvidarse del penoso ascenso al que Calixto calificaba como "muy suave" todo ese rollo con su padre volvía. Recordó que a la semana de aquella conversación salió un artículo de Julio en una revistita en la cual él escribía habitualmente. No supo por qué fue a comprarla sin decirle nada a su madre. El artículo hablaba precisamente de la envidia. Recordaba conceptos sueltos.

La envidia es la degeneración de la admiración. Pero hay algo que debería estar por encima en el ranking de pecados. La contracara: El deseo por despertar envidia.

¿Acaso hay algo más indigno que querer despertar envidia en los demás? Si es como dijera Napoleón, que la envidia es una declaración de inferioridad; el deseo de ser envidiado es una declaración de falsedad.

No quiso seguir pensando como tampoco había querido hacerlo cuando lo leyó. Ya estaba temiendo que llegaría la noche antes que ella a la cima. Tropezó con una piedra y cayó de bruces. Por un instante pensó en declararse colapsada y quedarse allí. Sabía que cuando llegara exhausta a la cima encontraría una carpa armada con todas las incómodas comodidades que el ser humano haya podido fabricar para un acampe. Hasta quizás tendría que afrontar el fastidio de excusarse por no querer hacer el amor en esas condiciones. Las veces que tuvo que hacerlo en carpa fueron las peores. No era nada romántico como alguna vez quiso creer sin haberlo experimentado. Por primera vez sintió el deseo de ser madre. No quería un padre como Cali para sus hijos. Pensó que era el fin; la cima aún se veía lejos pero alguna vez tendría que llegar.

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