CONTRATAPA
› Por Tomás Doblas
"Créanme, todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida, una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para transfigurar todos los días venideros". Rilke.
Tenía 18 años. Vivía con los padres y un hermano en una casa de la calle Mendoza, a pocas cuadras del teatro El Círculo. Un día, hastiado por las continuas desavenencias familiares, decidió irse. Buscó y encontró una pieza amueblada en una pensión sobre calle Roca, a metros del viejo bar Victoria, y ahí se mudó. Comenzó así, discretamente, un período de suvida que siempre prefirió obviar.
Falto de recursos, se sustentaba, malamente, dando clases particulares de matemáticas y física. Ser egresado del Politécnico tenía, ya entonces, cierto prestigio y a él apeló en los anuncios manuscritos que distribuía por el barrio para captar clientela. Lo poco que ganaba le alcanzaba apenas para pagar la pieza, por lo que su mayor preocupación era la alimentaria. Pronto conoció el hambre. Un paquete de Criollitas, bien administrado, le duraba 2 días. La yerba era imprescindible y si fuera posible, también el azúcar. Nada como el mate dulce para engañar el estómago, pensaba que podría enseñarle, con conocimiento de causa, a sus futuros nietos.
No es de extrañar que con esa dieta base, adelgazara rápidamente y casi todas las mañanas cuando se levantaba, un repentino mareo lo obligaba a agarrarse de algo para no terminar en el piso. Dos o tres veces a la semana, se acercaba hasta su antiguo barrio y pedía un plato de pastas con boloñesa en el bar El Ancla, donde lo conocían de siempre porque su abuelo lo llevaba cuando era un niño.
Fue en ese bar que encontró un día a su prima Emilia. Ella había vuelto de Buenos Aires, donde estaba viviendo, para ocupar el departamento que le dejara su madre, en un Fonavi de la calle Amenabar. Emilia tenía un año menos que él y era una chica preciosa. Siempre recuerda que, años después, cuando vio en el cine "La laguna azul" reconoció en el rostro perfecto de Brooke Shields los rasgos de su prima.
Después de conversar un rato, en que la puso al tanto de su nueva situación, la prima le dio su domicilio y le pidió que fuera a visitarla. Y ahí fue, un sábado por la mañana, en que, perdón por la metáfora, apretaba fuerte en el estómago la nerviosa garra del hambre. Desconocía que ese día iluminaría para siempre sus momentos más lúgubres.
El departamento de Emilia era mínimo y mínimo también el amueblamiento. En el estar, cocina y comedor, había solo una mesa y dos sillas, donde se sentaron a charlar. En la pieza, aparte de la cama, una enorme biblioteca repleta de libros, herencia del padre que había muerto cuando ella era muy chica. Los libros eran mayormente de historia, sociología,filosofía, varios de ellos en inglés. El papá de Emilia era sociólogo y él sabía que algo había tenido que ver con el ERP. Ella le aseguró que había leído casi todos esos libros, el imaginó que como amoroso tributo a su desafortunado padre.
La prima no había tenido por cierto una infancia fácil. A poco de enviudar, la madre se casó de nuevo y luego, repentinamente, Emilia fue a pasar una temporada ala casa de él. Fue todo un año durante el cual fueron juntos ala primaria. Mucho después se enteró que esta sorpresiva estadía fue debida a que le había contado a su madre sobre ciertos jueguitos que el padrastro la obligaba a jugar. La madre al principio se negó a creerlo, pero cuando el comportamiento de Emilia empezó e tornarse extraño, la cosa, al fin, saltó.
En ese sábado que hoy relato, se contaron los primos las inmerecidas desdichas de sus jóvenes vidas. Eran mucho más profundas las de ella, por supuesto. Cuando pasado el mediodía Emilia le preguntó si tenía hambre, él, mintiéndole le contesté que un poco. Vamos a ver qué hay de comer, dijo alegremente la prima. Al abrir la heladera él pudo comprobar que ella no lo estaba pasando mucho mejor en el plano alimentario. Dos huevos y una manzana era todo su contenido. Si perder el ánimo Emilia exclamó: También tengo algo de pan, por lo tanto, ¡marchen dos huevos fritos!
Mientras preparaba diligentemente la mesa para el anunciado festín, Emilia se quedó de repente inmóvil, mirando fijamente una de las paredes de la cocina. El miró también en esa dirección y observó, por primera vez, un payaso de paño colgado de un clavo en la pared. La prima lo descolgó y se lo enseñó. Era un payaso de colores vivos, rojo, azul y blanco. Su cabeza mostraba dos caras, de un lado la gran boca de labios rojos formaba una pronunciada U. En el lado opuesto la cara era la misma, solo que la U de la boca estaba invertida. Mira, le dijo, de este lado es el payasito alegre y del otro lado es el payasito triste. Yo siempre lo cuelgo del lado alegre, porque, me pase lo que me pase y esté como esté, mirarlo colgado ahí, sonriendo, me hace sentir mejor. Y con una sonrisa que él nunca pudo olvidar, agregó, y hoy debe estar más alegre que nunca, porque nos va a prestar a los dos un gran servicio.
A continuación puso agua a hervir en una olla y cuando estuvo a punto, perforó la cabeza del payaso con un cuchillo. El, asombrado, vio fluir de su interior un delgado chorro de arroz. Era mi reserva estratégica, le aclaró ella, casi ya la había olvidado, pero, ¡que mejor momento que hoy, que nos hemos reencontrado!
Después de comer, pasaron juntos casi toda la tarde. Hablaron de sus lecturas, del año que vivieron juntos, del sueño de ser algún día escritores, del futuro venturoso que seguramente les aguardaba. Cuando caía la tarde y estaban tomando mate en el balcón, Emilia se incorporó de golpe y sentándose sobrelas rodillas de su primo lo abrazó. Acomodándole el cabello con sus largos y delgados dedos le habló, mirándolo con sus bellos ojos húmedos. Le pidió que reviera lo que estaba haciendo, que no se alejara desu familia, él, que tenía una, y riéndose, que tuviera colgado siempre, pasara lo que pasara, el payasito alegre. Después le pidió que se fuera, porque estaba por llegar "alguien".
Siempre que está triste o mal, él busca el recuerdo de esa tarde con Emilia, para sobrellevarse. No sabe porque, pero de ese recuerdo emana una luz que loreconforta. No siguió el consejo de su prima y nunca volvió con los padres, aunque trató continuamente de llevar su payasito como ella lo prefería.
Emilia al parecer no pudo. Meses después de aquel encuentro con su primo, volvió a Buenos Aires, donde un día se arrojó del balcón del quinto piso donde vivía. "Quiso ir a encontrarse con sus padres" fue lo que se le ocurrió decir a muchos. El no está tan seguro, aunque le gustaría que fuera cierto. Como le gustaría también reencontrarse otra vez con su prima, para matear juntos, contarsesus cosas, las cagadas que hicieron o sufrieron, como aquella vez. Así al menos, piensa, podría comprobar que las cosas tienen, después de todo, algún sentido.
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