CONTRATAPA
› Por Marcelo Britos
El sentido común es cultural. Se construye. No es una ola mística que baja a la gente desde el cielo y la conecta con un pensamiento compartido, como imaginan algunos. Al menos pareciera que a la mayoría no le interesa de dónde viene, sino que les alcanza con saber que existe, como el día y la noche, como si naciera con cada generación. Bien, no es así. Habría que ver cómo y a través de qué se va instalando este conjunto de creencias generalizadas, en una determinada época. Sí podemos afirmar que hoy día los medios de comunicación tienen que ver con esta construcción. No soy un especialista en medios, ni tampoco en sociología, pero me tiento a creer que a partir de la peor etapa de la crisis de representación, entre los últimos años de la década del '90 y el 2001, los medios de comunicación adquirieron un poder inusitado entre la gente, erigiéndose como el oráculo de una sociedad que ya no podía confiar en la política. En Rosario lo hemos vivido, cuando algunos periodistas de gran audiencia instalaban su opinión como una verdad absoluta, y hasta los gobernantes, dirigentes y candidatos comenzaron a temerles. El problema de la ética de la información, de la responsabilidad social de los comunicadores, da para un tratado más que para un artículo, pero es preciso esbozar esta breve introducción para interpelar el concepto de sentido común, porque saber de dónde viene, cómo se va enquistando en la opinión pública, es fundamental para hacerlo.
Dos días después de la muerte de Nisman, en una discusión con amigos, uno de ellos increpaba a la presidenta porque no hablaba en cadena nacional para dar explicaciones, ni para darle las condolencias a los familiares. Se le contestó que quizá no era prudente hablar tan pronto de un crimen que debía esclarecer la justicia. ¿Qué obliga a la presidenta a hablar, sin elementos, sobre la muerte de un fiscal? Sentido común, respondió. En estos días varias veces escuché esa expresión. La presidenta por cadena nacional, se refirió a Lagomarsino como "íntimo amigo" de Nisman. Un confeso opositor, en una conversación privada acusó de perversa a Cristina Fernández por revelar la intimidad sexual del fiscal fallecido. No salía de mi asombro y le pregunté: ¿Qué te hace pensar que se refería a eso? Sentido común, respondió. No vamos a aburrir con lo anecdótico, pero las veces que más escuché la frase fue cuando muchos sospechaban del gobierno como instigador del supuesto asesinato de Nisman, de hecho, lo siguen haciendo.
Lo que llamamos sentido común, es en realidad la justificación ordinaria de lo que creemos entender y de lo que deseamos. Y ni siquiera es nuestra reflexión pura, sino un conjunto de supuestos tomados de un bombardeo de desinformación, que nos favorecen para argumentar lo improbable, y a veces lo que no tiene ni siquiera sentido. Cuando aún no se había confirmado oficialmente la muerte del fiscal, TN ya culpaba subrepticiamente al gobierno. Claro, el sentido común mandaba a pensar que los únicos beneficiados con su deceso eran los acusados en su denuncia. Todo Noticias es sin duda una de las señales más vistas. Pareciera que no hay bar, ni sala de espera en la Argentina que no la sintonice en sus pantallas. Es más importante el esfuerzo por ser crítico y escapar a esa permanente exposición, que renunciar a un criterio propio y sencillamente creer. Así se construye el sentido común. Quizá los canales oficiales tengan el mismo paradigma, pero se presentan más como estaciones de alivio y de contención para los kirchneristas, frente al permanente descrédito que le propinan las otras cadenas. Es muy difícil no caer en la defensa del gobierno en este tema. No es nuestra intención. Lo cierto es que hoy el sentido común pareciera ser el argumento principal de todo opositor, como si con eso fuera milagrosamente suficiente para culpar de todo al gobierno, o peor aún, para proyectar la imagen de un país devorado por la crisis, la violencia y la desesperanza, una imagen que por cierto, es al menos fantástica.
En su mensaje la Presidenta hizo un recorrido histórico de la causa de los atentados terroristas que sufrió la comunidad judía. Defendió la gestión de su gobierno, claro. Era lo lógico. Cuestionó la denuncia del fiscal Nisman, y lo hizo con argumentos políticos y jurídicos. Habló del supuesto retiro de las alertas, desmentido por Interpol, la médula de la denuncia del fiscal. Habló de la ingerencia de agentes de inteligencia en el caso y anunció ?quizá lo más importante el envío de un proyecto para la creación de una nueva secretaría de inteligencia. Ahora bien, uno puede cuestionar, como hizo la Presidenta, todo esto con argumentos. Pero la comidilla de una buena parte de la sociedad, azuzada por comentarios insidiosos del periodismo, fue la silla de ruedas. Sí, la silla de ruedas desde la cual habló Cristina Fernández. En el peor momento del proceso que lo involucraba en una causa por escuchas ilegales, Mauricio Macri fue invitado a TN a hablar del tema. No tenía demasiado para decir, aunque hay que reconocer que ni las palabras ni los hechos son el fuerte del Jefe de Gobierno. Sí la imagen. Macri ha construido su capital político en base a su imagen. Empresario exitoso, muchas veces a costa de los intereses nacionales, presidente de un club popular, transmitió a la ciudadanía una confianza negativa, es decir, como tantos otros fenómenos, en función de "lo que no es". No es político, no es de River, no es peronista. Ese día en el programa de TN, apareció sin bigote. Pude confirmar después, con una dirigente del PRO, que esto había sido sugerido por un especialista de imagen. De hecho, la estrategia surtió efecto. Al otro día nadie hablaba de las escuchas, sino de la falta de pelo en la cara del empresario. Debo reconocer que a mi me llamó la atención, pero escuché los balbuceos que arriesgó para defenderse, acompañados, claro, por la benevolencia del periodista. Ahora bien, ¿necesita la Presidenta desviar la atención? No. Todo lo contrario. Ante la avalancha de mala prensa que recibe, necesita transmitir contenido, desmentir, argumentar. ¿Necesita dar lástima? No. Si existe una imagen construida de la Presidenta -yo creo que sí, no seamos tan ingenuos , esa imagen la emparenta más a una mujer fuerte, sólida, instintivamente política. El mensaje estaba planteado para fijar una posición política. El sentido común construido desde hace rato por los medios de comunicación, nos manda a dónde estaba sentada, y no a escuchar lo que dijo. Esa misma frivolidad aprovechada por Macri para desviar la atención a su falta de bigote, es la que habilita también a hablar sólo de la silla de ruedas. Sentido común, le dicen.
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