CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Todo lo dan los dioses infinitos a sus preferidos.
Todas las metáforas infinitas, todo el harem de ninfas infinitas, todo el insomnio infinito, todo un cuartel de dragones infinitos.
En la noche infinita los dioses lo dan todo, en forma total, a sus preferidos.
Es el bar.
Son ellos.
Son las palabras con los ojos abiertos.
López me pregunta por qué desperdicio tiempo en este libro. López está en la agonía astral de un hombre que necesita mujeres.
Pero López es mujer.
López no es mujer ni es hombre.
Sin embargo tengo entendido que ha dado a luz dos veces.
Por descuido.
Pasámelo en limpio, por favor.
Mi arte es corazonar, no revelar.
¿Pero López está en estado de corazonar?
No me hables así, hay plagiadores por todos lados, mejor preguntá apenas como alguien que me está preguntando.
Bueno, ¿López está en estado de corazonar?
López no existe.
Pero está.
López quiere hacerme mal volviendo público que a veces soy otro para que no pueda tener éxito con el libro.
López no sabe que no sabe.
Y qué querés. Pero anda por la vida como si.
Son ellos.
Quién podría dudarlo.
Sólo ellos hablan así dentro del círculo mágico.
López dice que no está probado que los dragones lloren o rían, o se agiten o frunzan el ceño, o vayan detrás de una forma, de un sabor, de un olor, de todo lo que constituya la sensibilidad.
López cree en Dios, pero no en los dragones.
La fe no es un territorio vasto.
El círculo impenetrable que se forma alrededor de la mesa no deja entrar al mozo del bar, quien mira desde la barra y a veces intenta acercarse, pero luego se desvía hacia mí o hacia sí mismo, depende.
Cuando se desvía hacia sí mismo lo hace despacio, como quien sale de un sueño.
Cuando se desvía hacia mí también lo hace despacio, como quien entra en otro sueño.
En el bar de siempre, los fantasmas de siempre.
La mujer que lee el diario del día anterior quiere escuchar la conversación pero no puede hacerlo porque no sólo no existe sino que tampoco está. A López esta situación le parecería confusa, pero me ha quedado claro que López no podría comprender todas las variaciones del estar y el existir.
En un momento se abre el círculo mágico y el mozo entra. No hace falta que yo intervenga. Piden lo que siempre piden los dos a esta hora en este bar.
Es increíble lo que puede pasarle a una mujer que existe. Ella dice esto apenas el mozo se va y él vuelve a cerrar el círculo mágico sin que yo tenga que agregar una sola palabra.
Dos dragones infinitos le vendan los ojos a la mujer que existe.
La mujer pronuncia un nombre infinito.
Un dragón le sostiene la cabeza y el nombre cae letra por letra en la vasija colmada oscuridad.
Los dragones existen.
Y están.
El dragón que estaba delante pasa para atrás, el que estaba atrás se pone delante.
La mujer queda en el medio del relato.
"Por fin, por fin estoy en mi sueño", dice la mujer que existe.
El mozo se acerca y se abre el círculo. Cuando se aleja, se vuelve a cerrar. A despecho de las dificultades de cualquier relato, los dos siguen narrando a dos bocas y cuatro manos, como si nunca hubieran sido interrumpidos por el mozo del bar que, como López, aunque no existe, está.
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