Dom 01.02.2015
rosario

CONTRATAPA

La era de la brevedad

› Por Javier Chiabrando

Sí, amigos, llegó la Era de la Brevedad. Lo descubrí el lunes que encendí la radio y escuché que Nisman estaba muerto. El día anterior había puesto a reír a todos con una nota típica de verano, ¿viste", y pensé que durante una semana iba a recibir elogios y pedidos de ingreso al club de fans. Pero sucedió lo de Nisman y mi nota de verano, con un día de vida, era tan vieja como la historia de la avispa que picó al Turco que lo Reparió y los pollos de Mazzorín.

Sin saber que había llegado la Era de la Brevedad me puse a escribir una nota, esta nota, diciendo que pensar en un suicidio no era descabellado: al tipo lo habían dejado solo en su denuncia delirante y estaba a punto de vivir una gran humillación. Hojeaba unos libros viejos de Freud para buscar una idea que avalara mis dispersiones cuando apareció lo del asesinato. Asesinato decía la oposición mediática. Asesinato se sumó el gobierno. Asesinato decía el clamor popular. Lo que había escrito, entonces, no tenía valor.

Siguieron días de desarrollar ideas que se iban marchitando a medida que las escribía. La puerta cerrada que estaba abierta. Los quince centímetros entre la pistola y la cabeza que fueron uno; el asesor en informática que sería un agente, el asesor que da una conferencia con carita de Heidi, el departamento con dos puertas custodiadas como las de Fort Knox pero que tenía un pasillo de mantenimiento donde cabían media docena de chinos malabaristas. La Era de la brevedad ataca tanto las ideas como la materia.

Peor fue cuando me puse a escribir sobre los personajes. El muerto era el ex marido de la prima del espía amante del funcionario con un auto a nombre del embajador que había sido visto con la hermana del acusado el día que el expresidente dijo que la secretaria del cuñado era el que le había dado el arma para espantar a un custodio amigo de un kirchnerista que lo amenazaba con un palo. Mientras tanto, los opinólogos se multiplicaban como los panes del flaco, sin pensar en nada más que en opinar lo más rápido posible. Es que si dejaban pasar el tiempo se podía saber que estaban diciendo boludeces. Son las reglas de juego de la Era de la Brevedad. La Era de la Brevedad transforma la realidad en un Radiolandia.

El que lo entendió fue el periodista que largó la noticia y luego de sacarse fotos muy coquetas en el aeropuerto se fue a visitar a su tía a Israel diciendo que acá corría peligro. Así logró salir en el diario El País de España. Entendió que lo suyo duraría un minuto y tenía que aprovecharlo. ¡Qué antigüedad aquello de los quince minutos de fama que predecía Warhol! También lo entendió Riquelme, que se retiró en plena vigencia de la Era de La Brevedad, noticia que ya se esfumó, y que le permitió irse silbando bajito, por si dentro de diez años cambia de opinión y quiere volver a jugar como si nada hubiera pasado.

Y seis días después llegó un partido de Boca y River. La cancha estaba repleta de gente entusiasta y acaso feliz. Nadie parecía preocupado por la muerte de Nisman, y mucho menos por la institucionalidad. Y tuve dos epifanías. La primera: "a este país le meten dos bombas atómicas y a la mañana como mucho se despierta con acidez". Me acordé de cuando Jim Carrey en La Máscara se traga una bomba para salvar a Cameron Díaz (quién no lo haría) y eso le produce un eructo.

La otra epifanía fue: "llegó la era de la brevedad". La Era de la Brevedad es una teoría filosófica que suplanta a la postmodernidad, el choque de civilizaciones y la hipercomunicación, con las que está largamente emparentada. Es postmoderna porque ambas están bastante flojas de papeles, tiene que ver con el choque de civilizaciones porque la Era de la Brevedad se vive en confusión, y en la confusión los poderosos empomarán a los débiles; y tiene que ver con la hipercomunicación porque es lo que lo alimenta: la idea de que todo puede ser visto, conocido, evaluado y descartado o reemplazado (casi) en tiempo real.

La era de la brevedad es la sensación de que todo cambiará, será anulado, o se autoexterminará en los próximos segundos. Es lo que nos ataca cuando compartimos en las redes que nuestro equipo hizo un gol porque la felicidad puede durar el minuto que demoren en empatarnos. Es lo que nos hace cambiar de canal para ver si en otro dan la noticia que anula la que aún no se terminó de anunciar. Y lo serio, lo tonto, lo obvio y lo excéntrico viven en un mismo nivel de importancia y trascendencia. Importancia y trascendencia que rara vez se confirma. Lo que se confirma es que lo que hace un rato era importante y trascendente ya no lo es. La Era de La Brevedad es el reino de lo efímero.

Antes, vos armabas un golpe de estado y el eco de eso duraba, mínimo, una década. Ahora armás la mayor opereta que se recuerde (acusar al gobierno de hacer lo contrario a lo que hizo), y medio día después tenés a un montón de gente diciendo dónde le erraste, qué error cometiste, y la sensación de miedo que instalaste fue suplantada por la noticia de un triplete de Messi. ¿Qué será de Charlie Hebdo, el Ébola, los 43 pibes asesinados en México, los buitres? Hasta la inseguridad y la inflación quedaron en un segundo plano, abrumados por la brevedad de las hipótesis, los comentarios, los dichos; e incluso las verdades.

La Era de la Brevedad se vive sí o sí, se sepa, se sospeche o se ignore. Por eso se desató una carrera desenfrenada para aprovechar las ventajas políticas de la muerte de Nisman. La oposición política se largó a pedir algo, justicia, o sanguchitos de jamón y queso para todos y todas, pensando que quizá juntaban votos. Y está bien, porque diez minutos después por ahí las cosas cambiaban y la gente se enojaba con ellos si hablaban. Mientras tanto había gente que pedía que hablara la presidenta. La presidenta habló y esa misma gente le pidió que se callara. Claro, en la Era de la Brevedad las convicciones también son breves.

Montados también a las reglas de lo efímero está ese contradiscurso llamado redes sociales. De eso vive, de eso se nutre. De lo instantáneo. De lo efímero. No es poca cosa que alguien pueda putear al poder en tiempo real. No por nada los caceroleros crearon cien cuentas de Twiter para armar una movida destituyente que fracasó porque estaba fresco y nadie se acordó de llevar un saquito. Pero ese contradiscurso no es para desmerecer, a pesar de la confusa mezcla de búsqueda de la verdad, práctica del despecho, reírse de las desgracias propias y ajenas, intento de levantarse minas, y mucho menefreguismo. Pero está ahí, y cumple con una de las reglas de esta recontrahiperarchisupermodernidad: su esencia es la brevedad.

La Era de la Brevedad llegó para quedarse. Y no tiene amigos, sólo víctimas. Todos seremos difusores, confundiremos, seremos confundidos, engañados y engañaremos, quizá sin saberlo, al compartir una idea que mientras la decimos ya expiró. Aquellos que entiendan lo que significa, y tengan medios para utilizarla a su favor, saldrán favorecidos. Aquellos que no reconozcan la diferencia entre un tipo que estudió el atentado a la AMIA veinte años con otro que dice que tiene un tío que conoce a un tipo cuya esposa escuchó en la peluquería que los asesinos iban de turbante, siempre, de ahora en más, vivirán confundidos.

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