CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Me pregunto si los hombres del alto horno,
si las cosmetólogas,
si el muchacho de la tintorería,
si el médico pediatra,
tienen tiempo de pensar en todo lo que yo pienso
mientras llevo mi carta de presentación para pedir empleo.
Me pregunto si ellos escriben las imágenes
que construyen los miedos y las asombros.
Si tienen madrigueras,
o casilleros personales,
o taco calendario donde guardar metáforas.
Me pregunto con qué dos conceptos fundamentales
construirán sus pensamientos metonímicos.
Me pregunto cómo hacen los contadores nacionales,
los tesoreros,
para sofocar su generosidad.
Cómo harán las azafatas
para no apropiarse de los sueños ajenos
mientras vuelan.
Cómo harán las extraordinarias luminarias del fútbol
para sobreponerse al deseo de despojarse
de tan desaforadas fortunas,
cómo harán los editores
para no alzar la rosa contra la fría noche que se atreve.
Me pregunto si cada mañana el alcalde de la penitenciaría
tendrá que luchar contra sus tristes pensamientos.
Si el boxeador expulsará a golpes
la actividad constante de su conciencia.
Me pregunto cómo hacen para hablar los periodistas
y los locutores,
sin sucumbir ante el deseo de permanecer en silencio.
Me pregunto de dónde sacan ánimo los tenistas
para no vencerse a sí mismos.
Me pregunto cómo acomodan todos ellos sus pies en el mundo
y cuáles son las razones que los hacen sentirse parte de él.
Me pregunto a qué pruebas extremas se habrán sometido,
de qué interrogatorio despiadado habrán salido indemnes,
qué conocimientos superiores habrán desarrollado,
a qué horas tan tempranas abrirán los ojos
para merecer la recompensa de un puesto de trabajo.
Me pregunto cómo han hecho los farmacéuticos para vender
y no regalar remedios.
¿Reconocerá el operador de mercado
a los otros seres que habitan su pensamiento?
¿El computista estará en sintonía con sus misterios?
Me pregunto si los trabajadores
tienen que esperar la hora del refrigerio
para pensar que su estar en el mundo
no es un hecho meramente topográfico
ni productivo,
sino que es fundamentalmente
un estar humano.
¿Cómo harán para acallar sus asaltos cenestésicos
en medio de las tareas cotidianas?
¿Serán compatibles el pragmatismo
y la inanición del pensamiento continuo?
¿Sabrá el soldador que nunca está sólo en su pellejo?
Me pregunto si todos tienen un horario para ser ellos mismos
y un horario para ser lo que les indican otros.
¿Podrá el jefe de personal ser lo mejor de sí sin perder autoridad?
¿Podrá el estibador cargar la noche sobre los hombros?
¿Habrá un modo de hablar
que no se confunda con la dulce voz de las camelias?
¿Será posible ser una misma y ser otra y otra, bajo el mismo nombre,
sin que esto cause sospechas al empleador?
Me pregunto si hay tiempo de pensar qué diferencias separan
al hombre del hombre,
a la mujer de la mujer,
a la mujer del hombre,
y si ese tiempo de pensar es un trabajo,
y si ese trabajo puede dar de comer.
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