Lun 23.02.2015
rosario

CONTRATAPA

Necesidad

› Por Víctor Maini

Corría el año 89, aunque no tan de prisa como las corridas cambiarias, hiperinflación, desempleo y crisis social, con las que una vez más las manos invisibles del mercado demostraban tener la misma fuerza de siempre para estrangular a cualquier gobierno popular decidido a enfrentarse contra las ambiciones desmedidas de los grupos económicos concentrados. Priorizando el alimento para mi mujer y mi pequeño hijo, caminaba de lunes a viernes las veinte cuadras que separaban el lugar de mi precario trabajo con el comedor de Empleados de Comercio. Llegaba temprano. El primer turno lo ocupaban los jubilados del gremio. La fila de los hambrientos activos atestaba escaleras y llegaba hasta la misma calle Corrientes. El hambre nunca camina solo, generalmente anda acompañado por la tristeza. Un mediodía de invierno, decidí no esperar en la calle. Subí hasta el quinto piso del edificio y entré a la biblioteca con la intención de calentarme el alma. Sólo algunos pasivos con el estómago lleno colmaban una mesa del lugar comentando perplejos los titulares de los diarios. Un mecanismo de defensa interno me llevó a tomar desde un estante lejano un ejemplar de El mundo ha vivido equivocado. Siempre fui agradecido de todos los que me hicieron reír en la vida, nunca tanto como en aquel momento. Cada vez que cerraba el libro, imposibilitado de continuar mi lectura debido a una risa que me tentaba, la mirada acusadora de los ancianos me ajusticiaba como a un desubicado que se ríe a carcajadas en medio de un velorio. Era como reírme de mí mismo. Las caminatas hacia "el comedero" se tornaron más amenas, tenían de premio la obra del Negro. La vida me regaló la posibilidad de agradecerle personalmente al inventor del conjuro que me quitaba las penas. Durante algunos años fui su canillita en el barrio de Alberdi. Practicante del arte de escuchar, hablaba con miradas, silencios y algunas palabras. Una tarde que visitó el kiosco me atreví a disentir con unas declaraciones suyas publicadas en un matutino, en donde aseguraba que la palabra talento era sinónimo de trabajo. Le dije que su extrema humildad era la que lo llevaba a decir semejante cosa, que todo hombre que vivió algunos años, si no tiene nada para contar es porque mucho no vivió, pero que de allí a saber cómo escribirlo no dependía del trabajo sino de una capacidad innata. Agregué, con el fin de ejemplificar mi teoría, "en mi caso puedo estar seis horas delante de un papel en blanco que seguirá del mismo color... y eso que me sobran cosas para decir". El humorista tomó desde el exhibidor un ejemplar de La Maga, me hizo una seña como para que se la cargara en su cuenta y se dignó a pronunciar tres palabras como final del diálogo. "No tenés necesidad", me dijo antes de alejarse despacio, cruzando la plaza en diagonal con destino a su casa de calle Agrelo. Me quedé rumiando dicha palabra durante mucho tiempo. ¿Necesidad económica?, ¿de prestigio? ¿de alimentar el ego?, ¿de trascender?, ¿necesidad de qué? Imposible volver sobre el tema, era como pedirle que me explicara una sutil ocurrencia de Inodoro Pereyra. El tiempo suele esclarecerlo todo. Mi cliente hablaba de la necesidad como musa inspiradora para la creación, tan importante como el contenido mismo, inmanejable como todo fuego interno, como el amor, como un sueño que se exacerba en la vigilia. Un hombre tímido, parco, callado, enfrentó estoicamente una cruel enfermedad parado sobre ese requisito indispensable, el mismo que lo impulsó a mostrarse en público, a dar conferencias memorables remolcando un cuerpo enfermo pero con su necesidad intacta. Roberto volvió al barrio hecho libro en un cálido trabajo de Horacio Vargas sobre la vida de un hombre que demostró, entre otras cosas, que se puede ser profeta en su propia tierra. El temor a ciertos fantasmas agitados en el horizonte por parte de algunos compatriotas que parecen sufrir un alto grado de amnesia que los empuja a repetir una historia nefasta mixturado con la alegría por la reciente decisión de declarar Día del Humorista conmemorando su natalicio, me despertaron una profunda necesidad de hacer público mi eterno agradecimiento.

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