CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* El titulado que bien parece suena a film de Hollywwod o portal de vaguedades no es más ni menos que la denominación de un síndrome específico. Es a todo lo que tememos desde que éramos habitantes de cavernas y ese "algo" nos podía dañar. En suma, se reduce en el miedo a la oscuridad, al cuco, a los ruidos y a los llamados en la puerta. A la visita inesperada de un pariente y de un cobrador. Justifiquemos todo esto evitando las confesiones y los asados: Vivamos como castores o moluscos, esa es la solución. Nos ahorramos dinero y raspaduras en el alma. Lo saben bien los curas llamados al voto de silencio, los poetas misteriosos, los cadáveres en la morgue. Y Fernando de la Rúa.
* El silencioso amanecer es lo único que le va quedando: Se despierta y frotándose los ojos se calza la remera azul de siempre y espera que claree mate en mano. Es su triunfo. Luego empieza el pánico a la autoridad invisible y el reglamento de los bocinazos, la auditoría cotidiana que fabrica el que inventó este infierno denominado ciudades. Por eso, se despierta todos los días para ver armarse algo propio mientras matea. Matea y piensa cómo huir con dignidad del manicomio.
* "Esto lo estoy tocando mañana", murmuraba sin aspavientos, como un hecho lógico Charlie Parker. Y sudaba bajo el faro del escenario, ajeno y perfecto, recluído en sus aromas y sus paisajes. Cuando quiso llegar hasta el pasado mañana, torciendo al almanaque, sencillamente se desvaneció entre los mortales y fue velado de apuro, mientras llovía con niebla sobre New York. La boquilla del saxo estaba suave sin un mordisco y la caña entera.
* Cruzó un puente sobre Circunvalación y algo, un estruendo apagado pero certero sintió en el costado derecho de su auto. Miró por el espejito y dando vueltas vió la moto tirada y el bulto negro que resultó ser el conductor. Se acordó de San Martín y el caballo caído sobre su cuerpo. Cabral soldado heroico. Se había llevado puesto a alguien y ahora estaba huyendo hacia la constelación de luces pasando ya el Monumento a la Bandera, sin testigos, salvo su corazón helado que le punzaba el pecho. Al amanecer supo de la noticia pero ni al día de la fecha pudo confesarse. La evasión tarde o temprano lo hará explotar. Mientras tanto toma pastillas para dormir y se ríe de más, para disimular su abatimiento. Cabral soldado heroico, se le aparece en las pesadillas.
* Cruza bajo la arcada para llegar al otro lado, mas percibe pasos que vienen hacia él. Son las tres de la mañana. Aún no ve quién es. Pero al llegar a la curvatura amplia descubre a un tipo que camina hacia él con las manos en los bolsillos de la campera. El se corre hacia el lado de la calle y el otro hace lo mismo. Luego va hacia adentro y el tipo repite la escena. Resignado, con la llave en punta dentro de su mano como única arma va a encontrarse con la muerte. Al pasar junto al tipo que venía en contra advierte una cara de espanto, el mismo terror al deguello que seguramente habría de traer en sus ojos.
* El miedo por lo que vendrá, en fechas estigmatizadas como la Navidad, el Año Nuevo, los cumpleaños o aniversarios lo han estragado. Ya no soporta. Para colmo lee que los publicistas, sabiendo de la aversión que muchos como él, ocultamente expresan, han estudiado la paranoia y arman todo el ambiente creado artificialmente para que los pescaditos, en su red, no huyan ni se sientan en peligro a la hora de venderles alguna cosa. Desconfía hasta de su desconfianza.
* Cuando lo vió venir por el espacio entre las mesas, sonriente y saludador se olvidó que se consideraba fea y que temía a los hombres. La droga potenciada y deshinibitoria le duró hasta que se sobresaltó en la misma casa con él, conviviente de un proyecto y con muebles y objetos que empezaba a desconocer. Huyó hacia la quinta de su mamá y no sale de allí hace meses. Es difícil de explicar el Síndrome de la Evasión por lo que se acerca. "Vas a ser mamá", le susurró el médico que la visitara en su dormitorio. Lejos de recrudecer todo se amainó y recibió el flash en pleno cerebro de los que despiertan de una enfermedad de adormidera. Llamó a su novio que aún esperaba afligido y ambos lloraron por el teléfono. A veces hay finales felices.
* El hijo de Guillermo Tell con la manzana en la cabeza, el arquero frente al tiro penal, el mango de la espada en la piedra, un ranquel avistando la caballada enemiga que viene directo hacia ellos, el nadador temeroso con los pies temblando de ser mordido por algo en esa agua oscura, la muchacha rubia que espera al compañero perseguido, el fanático con la bomba en su cuerpo a punto de cruzar la estación, un pajarito que cae a descansar cerca de las zarpas del gato, yo mismo buscando las palabras exactas, las ganas de vivir, el miedo a morir sin sacarnos de encima la evasión por lo que acerca. A veces pienso que este síndrome no es más ni menos que esconderse de la felicidad, estruendosa y armada que solemos confundir con el ruido de la decepción. Si ya nos han martirizado con promesas incumplidas, hemos visto idiotas geniales que son premiados y jefes que nos hechizan y luego nos asesinan. ¿Para qué temer por lo que vendrá?. Tengamos fe. Se los recomienda un paranoico.
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