CONTRATAPA
› Por Andrés Alonso
En 1935, en junio se cumplen ochenta años, Gardel subía a aquel avión en Medellín, entonces la noticia del trágico final recorrió el mundo, Carlos Gardel el cantor y compositor de tango, uno de los mayores intérpretes de la música popular mundial de las primeras décadas del siglo XX moría en un accidente aéreo. Conmoción, dolor, llanto de millones de argentinos. Cuarenta y cinco años antes nacía, el momento inicial fue anónimo y humilde en Toulouse, Francia. El once de diciembre de 1890 Berthe Gardes daba a luz en soledad a un niño al que llamó Charles, la familia de Berthe sintió vergüenza y esa vergüenza llevó a la madre soltera nada menos que a cruzar el océano con su bebé, y fue aquí en Argentina, en nuestro país donde Berta inició una nueva vida, donde Charles fue Carlos, fue en esta tierra donde nació uno de los mitos más grandes de la cultura popular del siglo XX.
Para Charles Gardes, para Carlos Gardel, para Carlitos, veinte años no es nada y ciento veinte y algunos más parece que tampoco, volver y sentir que es un soplo la vida, tal vez sea esa una figura y una imagen que exprese su destino personal y el nuestro como sociedad del sur de la América del Sur. Gardel no para de volver, de inspirar, de convocar, el avión y el fatal accidente no lo detuvieron, evidentemente su mensaje, el mensaje del tango tienen poder. Dicen que nada puede detener una idea cuyo tiempo ha llegado y el tiempo de Berta, de Carlos, del tango llegó para quedarse. Resiste modas, crímenes, persecuciones.
A ochenta años de la partida, se celebra el año gardeliano. Hoy la figura de Gardel está intacta, llena de significados, ellos están en su voz y en su sonrisa, pero no solo en su voz y en su sonrisa. Nos preguntamos y tiramos aquí el interrogante: ¿Qué hay detrás de esa voz y esa sonrisa, qué hay a los costados, debajo, del cantor criollo que cada día canta mejor, del bronce que ríe, que cosas que no vemos, que cosas que no hablamos? ¿Qué significados hay más allá de la figura, del ícono, del artista famoso, qué hay más allá del éxito, de las luces, de los flashes y las cámaras? La industria musical, el negocio de las compañías discográficas, editoriales, cinematográficas han construido un discurso sobre Gardel, lo pusieron a circular en sus mecanismos, se apoderaron de él y lo definieron a su medida, según su conveniencia, que siempre son las ventas y el vacío. Y hay ciertos discursos, hasta aquí los que más han circulado que cierran y limitan la figura de Gardel, que no nos dejan ver ni pensar cantidad de cosas, discursos que han hecho y hacen hincapié en la fama del cantor, en el éxito personal del artista, discursos que remiten a lo individual, a la exaltación de la persona, más que eso del personaje Gardel. La postal, el estereotipo, el llamado tango postalero o forexport.
En 2015, cuando se cumplen ciento veinticinco años de su nacimiento y ochenta de su partida queremos expresar una voz y una mirada desde el interior del país, desde la ciudad de Rosario, desde la orilla y el barro del río Paraná, desde una orilla sur alejada de poderes centrales.
Más que nada interrogarnos con libertad, lanzar preguntas, intentar reflexionar lejos de intereses y especulaciones, de mezquindades y miserias. Empezar entonces rechazando las frases hechas, las ideas pre digeridas sobre Gardel que nos cierran la posibilidad de ver y analizar cantidad de cosas que lo trascienden. Nos interesa detenernos por ejemplo en el compromiso del artista, más aún del hombre, de Charles o Carlos, con su pueblo, con su cultura. Decir de una nomás que Gardel no es un artista, ni un cantor, ni una sonrisa surgidas de la nada, mucho menos de la industria moderna, no es un prototipo de la cultura moderna, ni de la Buenos Aires poderosa, decimos que no es representante de ese centro absorbente, de esa ciudad embudo y embarcadero del mundo industrializado. Decimos que más bien es justamente lo contrario, que es la voz y la sonrisa esperanzada de los hombres y mujeres comunes, de los sectores populares de nuestro país, de las personas del pueblo que sufren ese mundo, que viven en los barrios, que trabajan y luchan por ganarse la vida en un medio que les es hostil. En sus canciones están los sueños, las angustias, los anhelos, el modo de ver, de entender la vida, de sentir, de quienes viven en los barrios, está la cotidianeidad, están los personajes sencillos de pueblo.
Gardel cada día canta mejor, no por haber estudiado en las grandes capitales del mundo, en sus prestigiosas academias, con sus grandes profesores, ni por cantarle a ese mundo. Gardel viene de otra escuela y de otro mundo y a ellos consagra su vida en una forma que nos presentan con el nombre de "arte", pero que es mucho más que eso. Creemos que el canto es su herramienta, (Gabriel Cepeda, artista multiple de la ciudad de Rosario, maestro artesano, cantor, compositor, dice en una canción "pobre del hombre que no me nombre como trabajador"), eso creemos que es Gardel, entre tantas cosas, un trabajador. Su escuela fueron las guitarreadas, las noches de guitarras y cantores criollos mezclados en su momento con cantores, con músicos, con personas de distintas partes del mundo.
A ese mundo pertenece, a ese mundo le canta Gardel, al barrio y sus personajes, al barrio y a su gente sencilla, le canta al sufrimiento, a los sueños, padeceres, ansias de libertad de esos seres olvidados, condenados por el centro poderoso del mundo. De allí es su voz, allí se forjó y desde allí sigue viva y resiste el paso del tiempo, aún de estos tiempos vertiginosos de artistas y formas musicales fugaces que se consumen y olvidan a la velocidad de la luz. Tiempos de sobre información, de cadenas de noticias globales que nos saturan y hacen que nos olvidemos lo que pasó ayer, lo que hicimos, lo que quisimos.
Sociedad de la información donde los contornos y los relieves se pierden, se difuminan y en estos terrenos imprecisos las preguntas por saber de dónde venimos, quienes somos, son reemplazadas por otras, por adónde ir, y vamos de compras.
Vivimos en un presente constante en el que poco se sabe del pasado, poco se habla del pasado, poco se sabe y se habla del futuro, vivimos en un presente donde lo único cierto, lo que nos calma y nos da medida parece ser el dinero, el poder de compra y de consumo. Y Gardel y el tango son otra cosa, son la puerta o ventana, palabra más conectada a las nuevas tecnologías, son la pestaña a otro mundo, al de la cultura popular con su cosmos propio. Gardel y el tango son encuentro, abrazo desde el sentimiento, no forman parte del negocio del entretenimiento, de la cultura de lo descartable, del individualismo y el consumo extremos, más bien sobreviven a esos encierros, resisten a las tempestades de titulares y de noticias vacías, a los océanos furiosos de información.
El morocho humilde de barrio, el cantor de tango con guitarras sigue allí con su mensaje, sigue expresando el modo de sentir, de pensar, de vivir, de la gente sencilla de pueblo. Al fin y al cabo eso era Gardel, al fin y al cabo eso hace que siga siendo hoy un faro de la cultura popular. En su fe y su credo laico hay un manantial inagotable de significados, ahí está el poder de esa voz y de esa sonrisa, en su eterna referencia a otros mundos.
Entre diciembre de 1890 y junio de 1935 se escribió una página del tango y de la cultura popular argentina y latinoamericana grabada a fuego, para siempre, en la memoria de los argentinos. Hoy se celebra el año Gardeliano y Rosario vive hasta el 25 de mayo una fiesta, una experiencia llamada "Encuentro Metropolitano de Tango" que propone vivir y disfrutar el tango y la cultura popular como algo vivo y lleno de significados, milongas abiertas en toda la ciudad, conciertos, clases, charlas debate, cine, teatro, muestras de arte y fotografía que tal vez nos permitan salir un momento al menos de la cultura de la velocidad, de lo fugaz, del consumo; tal vez nos habilite a sentir, a pensar en algo más que en el cliché del ícono exitoso, del bronce que ríe, la voz que cada día canta mejor.
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