Mar 28.04.2015
rosario

CONTRATAPA

El discurso del mudo

› Por Marcelo Britos

Las últimas elecciones en Santa Fe han disparado un sinnúmero de análisis que no pueden superar la sorpresa ni la incertidumbre, sin embargo los resultados eran de alguna forma previsibles. En los espacios progresistas, para llamarlos de alguna manera, se hace difícil digerir la consolidación de figuras más vinculadas al espectáculo y el glamour televisivo, como Miguel Del Sel y Ana Martínez, o del fútbol (aunque el PS no se rasga las vestiduras en este caso) como Aldo Poy, quien parece asegurar su reelección como concejal de Rosario. A algunos les tienta descalificar este voto, fundamentando el desprecio en una falta de sentido común (volvemos siempre a lo mismo, ¿quién decide cómo debe ser el sentido común?). Pero lo cierto es que un escenario como el que se dio antes y después del domingo 19 de abril, es tan sólo un recorte en un proceso que trasciende lo coyuntural, y que nos pone de alguna manera a todos como responsables, tanto de resultados en lo estrictamente electoral como de sus consecuencias. Y lo que fue moldeando ese proceso es un conjunto bastante complejo de causas que es dado analizar tratando de limpiar, al menos por un momento, las interferencias del contexto, los intereses sectoriales y corporativos, y los prejuicios y las exageraciones propios de la pasión política, de la que al menos en mi caso, es muy difícil escapar. Para ir de lo general a lo particular, en estas elecciones, como creo lo será también a nivel nacional, se ha puesto en tensión la preferencia por dos miradas acerca del Estado. La más votada en Santa Fe, es la de un Estado con dos perfiles bien definidos: el de una presencia fuerte y omnipotente como garante de la seguridad y por lo tanto de la represión, y el de una actitud ausente y liviana en el resto de las áreas estratégicas de una gestión, como la salud, la educación, y el trabajo. El PRO es quien mejor encarna ese modelo. Así gobiernan las derechas en el mundo, y no hay que ofenderse por esto. Así gobierna Mauricio Macri en Buenos Aires, así lo hizo Sebastián Piñera en Chile. El Estado como escudo entre el mercado y la gente, debe desaparecer, y dejar que las fuerzas del primero actúen sin ningún tipo de regulación. No es casual que estén Reutemann y Mercier junto a Del Sel.

El otro modelo es lo que proponen tanto el FPV como el FPCyS. Podrán, claro, concentrarse ambos en los matices para sacarse diferencias, pero ambos proponen un Estado fuerte, presente. En el caso del partido gobernante, el límite del Estado está dado por las presiones de la burguesía agraria y por el empresariado, como así también por la opinión pública de un determinado sector de la sociedad civil, contaminada por el discurso irreductible de los medios porteños, enfrentados con el gobierno nacional. Por eso, lejos de ser absoluto, es preciso sí atender a este mensaje: de alguna manera, una porción de la sociedad civil reclama un Estado menos presente. ¿Por qué? Esto es más para un sociólogo. Quizá esa elección radique en el miedo de algunos de no ser alcanzados por las clases sociales emergentes, y entonces repudian al Estado por sus políticas sociales, creyéndolas inútiles e injustas.

Otra de las cuestiones, es el "discurso estratégico". La política, salvo pocas excepciones, ha optado por una forma de comunicar absolutamente despojada de sustancia. Quizá sea la presidenta, y todos los que siguen ese ejemplo, los únicos que hablan y realmente dicen algo. Lo demás es slogan y sofismo. Como ya lo hemos dicho en otras oportunidades, el discurso estratégico lenguaje inocuo, sordo, cuyo único objetivo es sacar ventaja o en última instancia no comprometer , ha trascendido de lo intestinal de los partidos hacia el debate público, ya sea a través de la publicidad electoral, como en el discurso cotidiano de quienes ejercen la profesión política. Nadie dice nada que no se quiera escuchar. Generalmente, estos discursos cabalgan sobre representaciones o mitos, de una forma irresponsable y poco constructiva. Su generalización ha terminado por igualar todos los discursos, por banalizar la oferta electoral hasta borrar los matices. Los receptores ya no oyen. Es como un zumbido parejo y permanente que permite que, discursos más elementales y vacíos, pero más pegados a lo que denominamos "sentido común", como los de Del Sel, o Ana Martinez, finalmente sean diferentes. Y no sólo la política ha optado por este discurso. Los medios de comunicación también lo hacen. Son pocos los comunicadores que arriesgan a hacer análisis por fuera de la coyuntura, que apuesten a cierta profundidad para dar a los ciudadanos las herramientas necesarias para pulir su decisión.

Por último, los argentinos solemos proyectar las responsabilidades bien lejos. Hasta lo que hacemos, es siempre por culpa de otro. En este caso, con el resultado de las abiertas en los diarios, la seguidilla de candidatos, los triunfantes y los otros, hablando de las responsabilidades de los demás como origen de esos resultados, es bastante extensa. Por supuesto el votante no se toca. Es lo que algunos llaman "lo políticamente correcto", pero que no deja de ser más que discurso estratégico. Antes de las elecciones, el voto es una interpelación que le hace la realidad política y social al electorado. No debería ser el único momento en el que la democracia apele a la responsabilidad de la gente, pero es el más importante. Y la respuesta suele ser una expresión de la crisis moral por la que atraviesa la sociedad argentina. Es cierto que algunas fuerzas políticas aprovechan esta crisis. La candidatura de Del Sel responde a ese fraude ideológico. Pero no resultaría nada de eso si no se contara con una sociedad que no le interesa nada. Que no le importa que detrás de esos candidatos esperen el poder los reciclados de la segunda década infame, e incluso de la dictadura militar. Un ex gobernador procesado por los muertos en diciembre de 2001, y por las inundaciones de la ciudad de Santa Fe, en donde también hubo ciudadanos fallecidos. También recordado por las jugosas tajadas entregadas a los empresarios de la empresa francesa concesionaria del servicio del agua en la provincia, y del Banco de Santa Fe, privatizado en un proceso absolutamente cuestionable. Los docentes también recordamos aquél gobierno infame. Es decir, se pueden analizar los contextos y buscar el origen de determinadas conductas a la hora de votar, pero no hay que dejar de lado la responsabilidad que nos compete como ciudadanos ante esa interpelación. No sólo votamos otro modelo de Estado, no sólo estamos prefiriendo la comodidad del discurso "anti política", sino que estamos dando crédito nuevamente a quienes aplicaron en la provincia las recetas económicas y políticas que la hundieron en la pobreza y en el desamparo durante los 90'. Cuando escuchamos a los candidatos derrotados pedir el debate político, o incluso cuando nosotros mismos lo hacemos, como si haciendo hablar a Del Sel, o a Martínez pudiéramos desnudarlos ante todos, estamos sobrestimando esa decisión ajena. Nadie que los escuche hablar va a cambiar de opinión. Porque justamente ese voto ha sido emitido en función de ese argumento desideologizado, y desapegado.

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