Lun 04.05.2015
rosario

CONTRATAPA

Si lo sabe, cante

› Por Víctor Maini

Ráfagas constantes de vientos de burlas entre nuestro centro anticiclónico de miedos impalpables y la baja presión sostenida por la profunda necesidad de pertenencia al grupo, generada por Tatín Forte, el tonto del barrio, surcaron los campos de mi infancia. Rascando una vieja guitarra desafinada, soñaba con ser famoso cantando canciones populares. amás entonaba el original de la obra. Respetando la melodía, modificaba los octosílabos con sus propias palabras. Desde estructuras tan firmes como las inhibiciones que portábamos, tratábamos inútilmente de corregirlo, de disciplinarlo. Ignoró por completo las clases sobre los puertos australes chilenos, siempre cantó a su antojo Puerto Amor, nunca Puerto Mont. Organizamos su presentación en canal cinco, en un nuevo ciclo del programa Si lo sabe cante. Tatín era una pantalla que tapaba nuestros verdaderos objetivos, irrumpir en el programa cantando desde la tribuna la marcha peronista sorpresivamente. Nuestro plan fue descubierto, nos expulsaron del estudio y terminamos mirando en un televisor de un bar de la zona, no sólo como cantaba nuestro representado sino también como pedía, atrevidamente, un corte publicitario mientras bailaba del brazo de Gladys Mancini. Para su segunda presentación lo acompañé en silencio. La canción del linyera, de Antonio Tormo, fue su tema elegido. Parecía ser todo un éxito su actuación hasta que cambió la estrofa "no tengo norte, no tengo guía..." por la de su autoría, "me llamo Forte, no tengo vida...". En la tarima todos rieron, todos menos yo. Anduve mucho tiempo con una mochila al hombro buscándome en la vida, con la cruz del sur como guía. Me costó tiempo y esfuerzo llegar al puerto del sur trasandino. Las decepciones suelen ser directamente proporcionales a las expectativas previas. Me encontré con un sitio insignificante, inhóspito, desangelado. El amor distorsiona. Precisamente, no fueron ojos de enamorado con los que observé aquel paisaje. Con la misma fuerza que maldije a Los Iracundos, le di la razón a mi amigo a la distancia. El último puerto es el amor. Hace algunos días anduve por el barrio, me encontré con un Tatín tan viejo como yo, en la esquina de siempre, con una guitarra nueva e inocentes risas a su alrededor. Se acordó de mí en el acto, me mostró un tatuaje de Roberto Galán sobre una de sus pantorrillas y me contó que guardaba siempre algunos temas ensayados, esperando una nueva oportunidad. Le pregunté si podía saber cuál sería su caballito de batalla para la posible ocasión y no tardó en interpretarme Tiritando. Esperé ansioso su sello personal y me volvió a sorprender. "El tiempo es arena, sucundún, sucundún... la vida es el mar...", cantó como si nada. Me persiguió aquella frase durante todo el día, la asocié con relojes de arena, con montañas de penas. Me despertó preguntas sin respuestas como sólo suele originar el arte. ¿Seremos de barro o de arena tallados por agua salada? Al llegar a mi casa tuve la necesidad de escuchar a José Larralde cantando Afiches. Me detuve una y mil veces en la misma estrofa "después la verdad, que es refregarse con arena el paladar...". Me pregunté si Homero Expósito me decía entonces que todos andamos por la vida con el paladar esmerilado por el tiempo. Hoy por la mañana llegué a mi trabajo silbando sin darme cuenta. Una joven compañera me lo hizo notar. "Hoy está contento, parece... Es un tema de su época, ¿no? Donald se llamaba el cantante, verdad?" Mi respuesta, como siempre trató de ser convincente: "No exactamente... estoy silbando la versión de un cantor del pueblo, un tal Forte, se trata de alguien que canta sólo lo que siente, en otras palabras, se trata de alguien que sabe cantar".

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