CONTRATAPA
› Por Candela Sialle
Hubo una vez un novio que no podía eliminar ni siquiera los emails leídos de su bandeja de entrada. Recriminaba la aparente liviandad con la que su novia, a diferencia suya, dejaba escapar los mensajes electrónicos. Solo a la vuelta de los años la chica comprendió que su aparente fluidez para soltar era papel pintado. La opereta se enraizaba en tierra firme, tremendamente dura. Ella podía cliquear como autómata porque contaba con la secreta creencia en el infinito punto rojo todos los colores del mundo. La fe en que este lugar le estaba reservado a las niñas de su tipo la engendró su padre.
Como el espacio del sin tiempo es monocromático, el color rojo estaría siempre, no importa cuántos mensajes se eliminarán al éter. Ella pudo remplazar ese estadio completo por la secuencia del antes, durante y después de todo que equivale a un infinito rojo aunque subdividido cronológicamente. La partición del bloque temporal fue acertada y al menos por temporadas permitió que entraran a su vida otras cosas no necesariamente rojas: Internet y un novio, por ejemplo.
A modo de recreo, de affair o sorpresita de cumpleaños en mano, lo cierto es que hubo un novio. Se filtró en los huecos del antes y el durante. Claro, sería un ingreso temporario y acotado. En el después (eterno) había un número puesto. "El mundo, la guerra, todas las victorias, nada tan hermoso como no sea mi padre" (contaba al oído Félix Pita Rodríguez anciano y ciego).
Pero hubo una vez un novio que alertó a la chica de este embrollo suyo con su padre y con el tiempo infinito que ambos decidieron adjudicarse. Ese novio recriminaba el modo en que ella eyectaba las almas ambulantes del ciber espacio que infructuosamente intentaban enamorarla. Es curioso, un día ese novio fue internado en un hospital psiquiátrico, soñó que volaba, solo su hija lo visita.
Los vikingos no cantaban por ello, fueron absueltos de la tragedia del amor al padre. Los griegos, en cambio, recordaban todo el tiempo la conciencia inquisidora de los dioses en los coros. La chica piensa ahora que de haber nacido en los Balcanes otro hubiese sido su destino. Se pregunta sobre la fonética de las lenguas baltoeslavas y si adorar a Odin o Friga no la habrían salvado del infinito punto rojo, todos los colores del mundo.
Recuerda que aquel novio era lo más parecido a un vikingo. La chica imagina que tal vez la asustó el tamaño de sus huesos o su sensibilidad extrema a los ciclos solares que hundían las ánimas de él en la melancolía durante los meses de abril, mayo, junio y julio, para devolverle una euforia inusitada y sin escalas hacia los albores de la primavera.
¿Si el sol cambia con las estaciones por qué no lo harían mis humores? Así justificaba con ella lo abrupto de sus cambios.
Hubo una vez un novio que fue por el tiempo abierto y su después pero está internado en un Hospital Psiquiátrico.
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