CONTRATAPA › DíA DEL PERIODISTA
› Por Ester Stekelberg
Conocí al doctor David Feldman por los años 83, fin de la dictadura cívico militar, inicios de la tan soñada democracia. No recuerdo con precisión la fecha, pero sí sé que lo vi por primera vez en un acto en el viejo y hoy inexistente teatro Olimpo, el que estaba por Corrientes entre Mendoza y 3 de Febrero.
Si debiera definir con una sola palabra lo que me provocó en ese momento conocerlo, esa palabra sería fascinación. Una fascinación que después, ya trabajando con él, en el fragor del cotidiano, estaría matizada/atravesada/atenuada por otros sentimientos, otros amores/odios, lo normal en una relación de trabajo. Aunque seguramente quien trabajó bajo ese paraguas no utilizaría, de ninguna manera, el adjetivo "normal". Porque si hay algo que del Dr. Feldman no se puede decir, es que fuera un "normal".
David era cientos de personas en una sola, generoso, lleno de berrinches, ocurrente como ninguno, entregado a su pasión por la comunicación (de todo tipo), creativo, ombliguista (permítaseme el barbarismo), fabulador, amenazante, expansivo, magnánimo, memorioso. Era culto y hacía un culto de su condición. Era irónico y regaba cuidadosamente ese jardín.
Un día, volvía Susana Rueda de sus vacaciones. Estábamos todos en producción listos para empezar el programa. Llega el doctor Feldman, la Rueda le da un beso y le dice, ¿me extrañó David?, a lo que Feldman, mirándola desde detrás de sus anteojos rectangulares y con su voz siempre disfónica le contesta: "extraño a Borges", tras lo cual, dio la media vuelta y salió, como siempre, corriendo, por el pasillo de la Ocho.
Pero por sobre todo, David abría puertas. Y no he conocido muchos en nuestro medio con esa condición. Eso sí, a cambio pedía o exigía o esperaba o sugería lealtades.
En marzo del '88, mientras estudiaba periodismo, hacía prácticas en LT8, en informativo. Re redactaba viejos cables de 6 a 12, bajo el ojo big brother de Alceo Cazzoli Rinaldi. Y de 12 a 13 aprendía, me adentraba, experimentaba, disfrutaba, al lado de Cuqui Ferrari, lo sorprendente de la producción y de la coordinación de un programa de radio: Trascendental. Y ahí empezaba la verdadera vida. Fue, justamente Cuqui Ferrari quien me hizo el puente con el Dr. David Feldman.
Empecé a trabajar en Los Mejores, en julio del 88. Y fue junto con mi entrañable Hipótesis, una de las experiencias más enriquecedoras, más formadoras, más de alto vuelo que viví en mi vida profesional. David era nuestro director y lo fue durante 7 años. El nos ponía contra las cuerdas de nuestras propias contradicciones, de nuestras brillanteces, de nuestras virtudes y de nuestros defectos. Estiraba el elástico de la relación jefe empleado hasta límites insospechados y con esa misma exaltación, sabía defendernos de cualquier "agresión exterior" que intentara tocar a algún miembro de ese increíble colectivo en el que se mezclaban estrellas de todas las galaxias, desde las más brillantes hasta las más apagadas. Y David, que sabía manejar nos, dirigía la sinfónica, con una maestría realmente admirable, en un juego de "te doy/me das" como en un engranaje sinfín.
No voy a contar la cantidad de veces que nos hemos peleado, ni cuando a las 8 me echaba de la radio, para retomarme a las 8.05, cuando había que sacarlo al aire a Granados. Tampoco de sus gritos cuando el piso despedía a los móviles con un "gracias" que lo ponía frenético. Ni cuando los móviles se habían extendido en el tiempo otorgado para salir al aire. Ni de los golpes al vidrio que separaba la pecera del estudio. Su noción del tempo radial era notable. Y a veces su despotismo también. Con David como director de Los Mejores hicimos una radio espectacular, en el sentido lato de la palabra, Los Mejores era un espectáculo diario. Fuimos durante años los ojos, la voz, la alegría, el libro de quejas y las broncas del interior del país, hicimos colectas, fuimos el receptáculo en todos los sentidos, de lo que pasaba en Rosario y la región.
Aunque no compartíamos las mismas simpatías partidarias o ideológicas, teníamos coincidencias de tipo digámosle , humanistas. Un 1 de Mayo, el Socialismo Democrático nos había invitado a través del concejal Juan Vinacua a una comida en celebración del Día del Trabajador. Ya terminando, veo que todo el mundo se pone de pie al tiempo que escucho los primeros acordes de La Internacional. A mi lado, David José Feldman, con el puño izquierdo en alto y con un fervor sorprendente comienza a corear las estrofas del himno de los Trabajadores del mundo...que conocía integralmente. Vivir para contarlo, pensé.
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