CONTRATAPA
› Por Javier Chiabrando
La provincia amaneció este lunes con nuevo gobernador electo, y seguramente dividida en gente feliz e infeliz, vencedores e humillados, y no faltará quienes lloren en las esquinas, espontáneos peregrinos a Luján o devenidos mochileros que cruzan a pie el puente a Entre Ríos, enfrentando sin dudar cocodrilos y el precio del peaje. Tarde piaste, pecador y pecadora. Ahora hay hacerse cargo; total, no hay mal que dure cien años, pero sí que dura cuatro, lo que no es chicharrón de laucha.
Votar se asemeja a esa imagen de Isidoro Cañones yendo a empeñar el reloj para buscar revancha en el casino. Claro que el voto no se recupera como el reloj empeñado. Y la revancha demora en llegar, si es que llega. Tampoco se puede hacer como esos novios/novias que se arrepienten en el viaje de bodas. Acá te empeñaste, o te casaste, que a veces son sinónimos, por cuatro años. Y si no te gusta, pensá que cuatro años pasan volando para los que almuerzan y cenan con champagne y caviar. A pan y agua es otra cosa.
Pero ya es cosa juzgada. Tenemos nuevo gobernador, y como cuando uno compra un auto sin saber si está fundido o no, no queda otra que darle para delante. En ese auto deberemos andar los próximos cuatro años, sea sorteando baches o como en una autopista, y si chocamos, deberemos seguir a pie y en bolas, como los indios que habitaron la provincia alguna vez. Pero es el auto que hay y no queda más que subirse y darle para delante.
Tampoco es cuestión de hacer como los que eligieron a Reutemann como el gran conductor y aún culpan al relleno de los ravioles del domingo. O como los que ungieron presidente al Gran Dormilón y al Turco Que lo Reparió y después se anotaron en esa nave que va a Marte y no regresa o se fueron al Himalaya en calzoncillos cortos y ojotas. Claro, me dirás vos, con el diario del lunes cualquier es sabio. Si lo sabré yo que tuve que sentarme a escribir esto el domingo tratando de no quedar como un ganso y sin poder reírme de nadie, por las dudas, ¿viste?
Basta de lamentos. Primero porque somos santafesinos, y llevamos en nuestros genes la tozudez piamontesa y lombarda, y no damos el brazo a torcer ni aunque tire una yunta de bueyes o una cosechadora último modelo. Que a cabezones no nos van a ganar. Y segundo porque si metimos la pata siempre habrá alguien a quién culpar: el gobierno nacional, el clima o la FIFA. Y si nos quisieron hacer creer que hay dos modelos en pugna, hay que dejar en claro que a nosotros los únicos modelos que nos interesan son el de ataque que propone Central y el del equilibrio que busca Ñuls.
Por eso, a dar vuelta la hoja. Ya está. Si salió bien, mejor para todos. A disfrutar. Si metimos la pata, mala suerte. Macana hecha, macana digerida. Y nada de que los perdedores vengan a pedir reformas como esa mariconada del ballotage. Los santafesinos, si nos mandamos una macana, nos hacemos cargo y nos la bancamos el tiempo que sea necesario, aunque cuatro años suena como la eternidad misma, considerando que Dios hizo el mundo en seis días.
Cuatro años, casi mil quinientos días. No importa. Nos sobra cuero para soportarlo. Hemos sobrevivido a invasiones, guerras fraticidas, inundaciones, plagas de cotorras y palometas, clubes en la B, la sojización de banquinas y macetas, destituyentes piquetes 4 x 4, y que se lleven a los mejores jugadores por monedas. Eso sin olvidar el persistente silencio que hay sobre la belleza de la mujer regional en las revistas del corazón y en las pasarelas del mundo. Y acá estamos. Vivitos y cacareando.
Y tampoco queremos ese voto electrónico para flojos. Eso es de cómodos, y nosotros de cómodos no tenemos nada. Es más, nos gustan las cosas incómodas, nos fortalecemos en la desgracia. Porque si uno elige un gobernador apretando un botoncito como si apretara el botón del inodoro, después le parece que no hizo el esfuerzo suficiente (y no me refiero al ir al baño) y por eso votó como sin prestar atención. Por eso, yo creo que los habitantes de Rosario deberían votar en Santa Fe y viceversa, y los habitantes de cada pueblito, en el vecino.
Los santafecinos sabemos que lo que se consigue sin esfuerzo se valora poco. Lo aprendimos de nuestros abuelos, que araban con las manos desnudas. De esa forma, pondríamos al gobernador luego de una gesta semejante a cruzar Los Andes. Y si ese gobernador hace las cosas bien, tendríamos derecho a decir: "yo sabía que valía la pena ese calvario para ponerte ahí". Y si no pega una, o le vende el Paraná a Disney, le espetaríamos: "¿Y yo hice ese esfuerzo para elegir a este salame?"
Yo propongo que, luego de haber digerido el mal trago algunos, o de procesar la resaca por el festejo el resto, que tomemos el control del país de una vez por todas. Y nada de hacerlo por prepotencia de trabajo, como decía Arlt. Lo haremos a pura prepotencia de soja. Sólo hay que esperar a que cada grano de soja valga un dólar (y que los dueños acepten compartirlo; ya se sabe que las penas son de nosotros pero la sojita no), ocupar la capital y poner al presidente que nos dé la gana luego de esculpir el obelisco cual Rita La Salvaje.
Y no solamente el presidente, sino que tendremos Papa propio (no es necesario que sea cura, con no haber pecado a lo bestia durante un par de meses, basta), y hasta inventaremos una Carrió vernácula (que no será fácil, habrá que experimentar con los valores alucinógenos de la soja fumada). Y haremos que los equipos que paralicen el país no sean Boca o River, sino Central, Ñuls, Unión, Colón y el Club Americano de Carlos Pellegrini (donde jugué y dejé mi huella de jugador todo terreno). He dicho, con el diario del lunes que escribí el domingo.
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