Jue 02.07.2015
rosario

CONTRATAPA

Antes no era Feliz

› Por Matías Magliano

Antes no era feliz; estaba cómodo. Así empezó a contarme su historia. En realidad empezó diciendo ¿sabés qué pasa? y después sí intentó explicarme que felicidad y comodidad eran dos conceptos antagónicos. En ese momento lo entendí bien, parecía fácil. Puesto así cualquier cosa hubiera parecido fácil. Te llama tu amigo, te dice que necesita hablarte, se encuentran en un bar, esperás a que llegue apurado, pida dos cafés y te largue: ¿Sabés qué pasa? Antes no era feliz; estaba cómodo. Es cierto que podría haber dicho cualquier otra cosa. Podría haber intercambiado cómodo por entretenido, por contento, por acostumbrado. En ese momento cualquier adjetivo le hubiera venido bien. Podría haberme dicho que antes no era feliz, sino que estaba frío o adormecido o aletargado. Cualquier palabra le servía para nombrar eso que le pasó antes de ser feliz. En ese momento estuve a punto de contestarle que para mí estar cómodo es también un poco ser feliz. Iba a decirle que tratara de ser feliz con dos talles menos de pantalón, o durmiendo en una silla una semana, o sentado a la mesa en unos banquitos de esos sin respaldar. Pero no era momento y lo dejé hablar.

Cinco años saliendo con Aldana, cinco, y todo fue por comodidad, ¿entendés? Magalí me está enloqueciendo. Pero no tiene nada que ver una cosa con la otra, eh. Lo de Aldana es costumbre y lo de Magalí es otra cosa totalmente distinta, eso lo tengo bien claro. Ya la vas a conocer a Magalí. La semana pasada salimos con los compañeros del trabajo. Al final todos se fueron a dormir temprano y cuando me di cuenta sólo quedaban ella y otras dos. Yo estaba en el auto, así que las acerqué a sus casas. A Maga podría haberla dejado primero, me quedaba de paso, pero ella se sentó adelante y me insistió para que llevara primero a las demás. Me di cuenta cómo me lo dijo. Cuando dejamos a la última el cielo estaba claro y camino a su casa apoyé la mano en su asiento, cerca de la pierna, pero sin tocarla. Esperé a ver qué hacía. Qué sé yo, de mi parte no me parecía que eso fuera ninguna desubicación, hasta podía tener una costumbre de manejar poniendo la mano en la butaca del acompañante. Además, había visto la forma en que me miró cuando todavía estábamos en el bar. Ella ni notó la mano, o por lo menos no dijo nada. La música estaba fuerte pero el silencio era cada vez más alto. En lugar de estar yendo a su casa, sentía estar tirando de una soga para acercar la casa hacia nosotros. Las cuadras pasaban y mi mano seguía intacta. Me acuerdo que pensé: ella puede pensar que es mi costumbre manejar con la mano ahí y que lo hago siempre; o en el mejor de los casos piensa que sí, que puse la mano ahí a propósito, para ver qué hace. Y me dije, ¿y qué carajo va a decirme? ¿Va a decir ah, me di cuenta que pusiste la mano acá, eh, me di cuenta? Y justo en el momento en el que dejaba de sentirme un ganador y empezaba a sentirme un pelotudo se me escapó, para que no quedaran dudas: ¿Querés hacer algo? Pensé que nuestra relación de ahí en más, cuanto mucho, podría llegar a ser como la de dos hermanos que se quieren, pero en donde coger es una palabra que sólo puede usarse en tercera persona. Como siguió el silencio largué un suspiro de alivio. Pensé que quizás, con la música, no me había escuchado. Giró la rodilla para mi lado despegándola del asiento y apoyando la pierna sobre mi mano me respondió: ¿Cómo decís? Nada, le dije tragando saliva, preguntaba si te habías quedado con ganas de hacer algo, qué sé yo, tomar algo más. Es tarde, me respondió, tardísimo. Y otra vez: ¿Qué carajo quiere decir tarde? ¿Quiere decir que no? ¿O quiere decir que tendría que haber preguntado un poco antes? A lo mejor, si hubiese preguntado cuando correspondía estaríamos en la cama en lugar de seguir acá, culpa mía, calentándome con la tela de su pollera sobre la parte de arriba de mis dedos. Estábamos llegando y ya nada me importaba demasiado, saqué la mano y agarré la suya. ¿Qué hacés?, dijo. Nada, ¿por? Volví a tragar saliva. La mano, me dijo sin soltarla. Sí, está fría, ¿viste?, contesté. Aparato, susurró. Nunca más volvieron a decirme así, pero si alguna vez me ponen frente a un paredón de fusilamiento y me dejan pedir un último deseo, sería ese: que venga ella, me agarre la mano, me mire a los ojos y me diga aparato justo antes de morderse el labio. Después, que hagan fuego.

Ese aparato marcaría su antes y después. La diferencia entre estar cómodo y ser feliz. Durante varios meses seguí escuchando la historia mientras pasaba. Hacía mis propias apuestas, aunque únicamente se lo decía cuando pensaba que estarían juntos toda la vida, y eso bastaba para que la cara se le transformase. Empecé a sospechar que nos veíamos exclusivamente para que hablara de eso, pero no me molestaba. Era una novela con la que me había enganchado.

Nos sentábamos en un bar, pedíamos dos cafés. No sabés el café que prepara ella, decía. Si hablábamos de cine, había ido con ella. A veces trataba de hablarle de fútbol, pero también había dejado de interesarle. Ya ni siquiera podía invitarlo a fumar: ella no fumaba.

De aquel viaje en auto me contó que se besaron al llegar a la puerta de su casa. No fue lo que se dice largo y tendido, pero sí suficiente. Un beso cortito, se mordió otra vez los labios, dijo por segunda vez aparato y se fue. Más adelante me contó que ella en unos meses se casaría, tenía un novio de toda la vida. No le importaba demasiado, total si se casaba, la boluda era ella. Porque estando enamorada de él, no debería casarse con otro, no iba a ser feliz. También se ocupó de aclararme que ella no era así, me juraba y me recontrajuraba que a su futuro marido nunca lo había engañado. Que lo de ellos era distinto, inevitable, decía.

Me fue convenciendo y la verdad es que lo veía feliz.

Empecé a creer que la felicidad era vivir esa historia que uno se guarda para recordar cuando sólo pueda elegir una única imagen. Yo no lo veía tan cómodo como antes, había dejado a su novia de toda la vida, salía con nosotros pero sin jamás acercarse a hablar con nadie. Muchas veces lo acompañamos a algún bar a buscarla, a Luna o a Berlín. Nos decía que por ahora era la única forma que tenían de verse. Que no arreglaban por teléfono porque habían decidido cortar con todo y no hablarse más.

Ella se repetía que él no sería fiel, con su mano de la butaca y besando a una mujer casi casada, no era una persona confiable. Por eso él mostraba tanto cuidado en no ser visto con otras, ni siquiera hablando. Por eso también me contó que llegó a proponerle casamiento, que lo había pensado bien, no era algo dicho por decir, y quería compartir su vida con ella, y si ella quería seguridad, qué mayor seguridad que ésa. Aunque si lo que quería era un hijo de él, tendría que dejar de coger con el otro, aunque hacía como dos meses que no se acostaba con ese otro, le había dicho. Es una cuestión de piel, se lamentaba ella. Lo que tengo con vos es una cuestión de piel. No puedo estar enamorada de dos personas. Cómo no te conocí diez años antes. Cómo me gustaría que lo mandaran a trabajar a Brasil. Me gustaría que lo mandaran a Brasil y que vos vinieras a mi casa a conocer a mi familia. Me gustaría irme de viaje con vos. Me gustaría tener un hijo tuyo. En las cartas me salió que tendría un hijo tuyo. Pero ya tengo todo listo. Además vos no sos de fiar. Yo no estoy segura de que vos seas tan príncipe como parecés. Y cada vez que él se enojaba, ella le decía aparato, le daba un beso y vuelta a la cuestión de piel.

Dejó a su novia y estuvo con Magalí hasta seis meses después de que ella se casara. Lo había invitado a la fiesta, pero él prefirió no ir. Un día en el bar, extrañados porque no la había nombrado en toda la noche, le preguntamos cómo había seguido la historia. Nos dijo que había terminado, que no entendía qué lo había puesto tan loco durante ese tiempo, que ella estaba bien pero hacía muchísimo que no se veían. Tenía guardada cartas, cartas de papel, nos aclaró, todas sin leer. Nos dijo: Siento como si jamás hubiese estado enamorado de ella, todo fue demasiado raro, una cosa de ese momento y por fin ahora, después de un año de mierda, puedo estar tranquilo por una vez en la vida. Antes estaba muy aturdido, muy acelerado. En cambio ahora, soy feliz, dijo.

*Del libro "Desnudo Pateando una Moto"

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