Mar 04.08.2015
rosario

CONTRATAPA

Samba de una nota y media

› Por Pablo Suárez

Hace menos que mucho que, cuando vas a un recital de música latinoamericana, en el circuito chico de cualquier ciudad argentina, podés ver que en el repertorio se te cuelan una o dos (o directamente un set) de canciones en portugués. Más precisamente que tienen como origen al hermano país del norte y no a la patria de Pessoa, Saramago y Cristiano Ronaldo.

Veloso, Buarque, Calcanhotto, Bethania, son parte ya fija de un repertorio de standards que ha venido a reemplazar (¡por la gracia de Nosso Senhor do Bonfim!) a los clásicos del brasilerismo como Desafinado, Samba de una sola nota o Corcovado, que ya han cumplido por lo menos este ciclo. Volverán y serán versiones, dentro de unos años.

No queremos una revanchista e inútil simetría para saber si en un bar musical de San Pablo se puede escuchar Cuando de Fandermole o El anillo del capitán Beto en un español más o menos, aprendido en unas vacaciones en Argentina.

Tampoco vamos a hacer un censo para saber si en nuestros tablados, existe similar presencia de otras músicas de países limítrofes, como Chile (no cuenta la canción La jardinera) Bolivia, Paraguay o Uruguay (aunque Cabrera, Drexler y Prada están dando digna batalla a Buarque Veloso y su troupe).

Lo que llama la atención no es tanto la presencia de la música do Brasiu en nuestro medio. Le Pera era brasileño. Listo. También es cierto que cualquier orquesta característica de los 50 debía tener el ojo puesto en Waldir Azevedo o Carmen Miranda y que las hinchadas argentinas (el indicador más claro de masividad) incorporaron a su repertorio canciones como "Mama eu quero" o en épocas más recientes algunas melodías de la "Rainha dos Baixinhos".

Es más, una de las marchas emblemáticas de nuestro ejército, se origina en una partitura "obtenida" tras una victoria militar contra la armada del entonces imperio. O sea, pillaje.

Pero digámoslo de una vez. Hasta hace unos 40 años, la música brasileña estaba claramente delimitada en dos grandes bandos: la música que se acompañaba con un whisky y la que se acompañaba de cerveza con Crush.

Es decir: Jobim, Baden Powell, incluso las masivas "Fusas" de Vinicius y Toquinho (con Creuza o Bethania) eran más bien de minorías intelectuales.

Por otro lado se encontraban las cancioncillas mencionadas y por supuesto Roberto Carlos que era uno más ﷓con sus versiones traducidas﷓ de un inmenso lote de cantantes extranjeros entre los cuales podemos mencionar a Camilo Sesto, Raphael y José Luis Perales.

Minoritario era también el público politizado que escuchaba a Milton Nascimento o Chico Buarque como parte de lo que se llamó "nueva canción" por el compromiso político que se trasuntaba en esas canciones.

Lo que desvela a los especialistas es averiguar ¿por qué debemos escuchar obligatoriamente ese set del comienzo en recitales relativamente cultos y relativamente populares?

Mi respuesta es: porque en un momento, la música brasileña empezó a convertirse en cool y popular a la vez. Los cultos que escuchaban a Powell y a Jobim incluso en sus versiones jazzeadas, los recooltos que se solazaban con Villa﷓Lobos, se acercaron un poco al pueblo, y si bien no bailan axé en los cumpleaños de 15, consideran que Marisa Monte o Caetano, son merecedores de su educado oído.

Por el otro lado, llega el masivo lote de los populares, hijos de los oyentes de Roberto Carlos y cuyos abuelos danzaron al son de Tico﷓tico no Fubá. Gente que aprendió ver en "lo brasilero" algo más que el Manosanta y que gracias a Rita Lee, Pepeu Gomes, Los Paralamas o Daniela Mercury (por lo menos eso dice mi equipo de asesores) comenzó a percibir que no todo eran "Boquinhas da garrafa". Luego, Menem hizo lo que no habían completado los 70. Un par de viajes al norte, Olodum, Trío eléctrico en Bahía etc., y ahí sí, tenemos la confluencia entre "cóncavo y convexo" (no lo voy a explicar), que genera el lente con el cual hoy vemos a la gran cantidad de excelente música que nos llega desde allá.

Hoy, las expresiones realmente populares "de radio" son estacionales y aparecen de la mano de un hitazo (Ai Se Eu Te Pego metió terrible coreografía y Llora me liga, llegó al tablón). No se ven intérpretes brasileños que ocupen el lugar de Roberto Carlos y ni siquiera el de Daniela Mercury (que gracias a Mateyko metió disco de oro).

A cambio de esa ausencia, existe un conjunto de artistas que si bien no se escuchan en los barrios, ni tienen un público masivo, llenan los teatros de las grandes ciudades argentinas y cuentan con un grupo de fanáticos incondicionales, que ha hecho de ese repertorio un acompañamiento habitual de las cenas en los bares rosarinos.

¿Será solamente un gusto por lo exótico con tintes de etnocentrismo? ¿O será que esa música sigue generando una sensación de refinamiento entre artistas y público? Quizás es simple gusto del músico. Pero debe haber algo más; un grupo de anécdotas no hacen un fenómeno social.

El tiempo dirá, a su vez, si esta presencia logrará trascender la música y ponernos en contacto con la enorme, rica y variada cultura del pueblo brasileño; o nos quedaremos con esa punta del iceberg que son los músicos que nos llegan.

De todos modos, hermanos brasileños, no confíen en nosotros: somos malos perdiendo y muy malos ganando. Recuerden Ituzaingó. Les ganamos la batalla y les robamos la partitura.

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