CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
Olores de Rosario. Esquinas típicas. Mitre y Santa Fe ¿de dónde viene?
Orilla de río, olor a fundación del Paraná. Toda se dirige al rescate de aromas, cinéticas de aire que se carga de gente, olor del colectivo a la mañana, gasoil, Rexona, café.
Camina la cultura el territorio nasal de cada quien, la peatonal emana a gran capital, hollín, acciones de la bolsa, billetes de diez, de luz.
Rosario caliente con olor a prohibido. Olor a Catedral, un Jesús aromático y de pálido final.
La conocemos ciegos, con nariz exaltada, con cosas que no cambian. Vamos en forma permanente desde chivo a Chanel.
Se viaja en pequeñas partículas incómodas, de atrasos, estética, chismes; todo lleva el color de la protesta o la decepción.
Rosario existe percibida.
Una ciudad en los sentidos, que larga ignorancia cargada de tinta y pasión de vida entera. Un documental para sus humos. Quemazones sin título llegan a gobernarla y extraños perfumes dan el límite entre lo real y lo surreal.
Una urbe auspiciada por lo inquietante. Robusta madraza sin mirada, la ciudad tiene para ofrecer sus monumentos, fogatas otoñales, quema de islas, respiramos la noche hasta que la melancolía gramática.
Estructurados y a la vez caóticos seguimos las calles por la baranda hasta caer al pozo de la pena donde el vapor es hondo y último.
Rosario sale de las farmacias y los bares, suma en los cines un aliento de pana que le es propio. Sonámbula, evaporada de cerveza, quejosa del destino va a levantarse en plena primavera cuando setiembre sea, y se sociabilicen flores con verdades, esas que las avenidas rehúsan zanjar.
Hay que instalas la hierba en calle Corrientes, sepultar el tedio en escapes de taxi, aplastar los asientos bancarios y las vagas nociones de inglés que confunden todo. El centro subrayado en rojo, el río esperando.
En cada rostro se lee la historia. Van rápido las personas por las veredas de los sueños. Entra en cada esquina la ciudad o el demonio.
Rosario como un laboratorio donde ensayar, donde poder corregir la muerte.
A mil se la recorre, se la baja en canciones; es el deseo rioplatense que no fue, la filosofía, el cine por asalto.
Huele Rosario, huele su pelo de fuego, sus vientos, salas de exposición desesperadas, muestras para una geometría personal.
Perfuminas diarias, lavandas periódicas, laureles municipales, tomillos en diversas orillas.
Una ciudad recibida cuando el despertador no suena y uno sigue mejor por los senderos de la noche.
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